el mago del cuento... soy yo

el mago del cuento... soy yo
autorretrato inédito en libro, inicialmente concebido para "Sopa de sol"

elpajarolibro.blogspot.fr

elpajarolibro.blogspot.fr
mi principal blog: elpajarolibro.blogspot.fr

viernes, 28 de diciembre de 2012

LA CASA DE LOS CUENTOS


Fragmento del ensayito que cierra mi libro de cuentos     Sopa de sol y otros juegos de la imaginación
publicado en Buenos Aires (Tinta Fresca, 2011).










Mas información sobre este libro en la página Sopa de sol de este mismo blog


¡Qué dura es la vida de los cuentos! Casi tan dura como la vida de los escritores, que nos pasamos el día y la noche, la madrugada y la hora de la siesta corriendo tras ellos.

Los cuentos son criaturas extrañas. Habitan en cualquier parte: en los zaguanes y tras las estatuas de los parques, en lo profundo de la selva y en el bolso diminuto de una estrella de cine, en un tubo de ensayo del Hospital Universitario y en la piedra roja de la sortija de mamá… Pero sobre todo, viven en los sueños. Cuando se rompe un sueño, en medio de la noche o al despuntar la mañana, el cascarón queda por ahí, medio invisible y casi siempre con un cuento adentro: pelón, cegato y piando como un pichón hambriento… Hasta que un escritor lo descubre y lo salva, escribiéndolo.

Pero nunca es fácil: ni los cuentos que se esconden en los rincones de la casa ni los de las ruinas remotas, ni los que se disimulan entre los trastos del sótano del colegio ni los que viajan en automóviles de lujo… Ningún cuento es fácil de tratar. Algunos te muerden cuando los recoges y otros se esconden en tu abrigo del invierno y ahí permanecen, royendo cualquier recuerdo y haciendo un ruido que casi no se escucha, pero que te impide dormir.
Las personas que leen mucho y bien, saben que hay cuentos pícaros que se esconden en los libros. En los que uno escribe y en los de otros escritores; en los libros buenos, pero sobre todo en libros malogrados. Esos cuentos invisibles, que nadie ha escrito todavía, fastidian a los personajes ridículos y a las palabras torpes de los libros malogrados; hasta que unos y otras quedan desenmascarados ante los ojos del lector más inocente y del autor más distraído. “Esta es la historia del conejo de la Luna” brincoteaba entre unos tontísimos libros sobre conejitos que hallé en la biblioteca municipal. Era un cuento invisible, pero decidido, así que me siguió a casa y se coló, sin pedir permiso, en la primera hoja que puse en la máquina de escribir.



Puede ocurrir que un cuento se pose aquí y allá, dejando sus huevitos, titilantes como estrellas, en el pelo de más de un escritor. No siempre resulta fácil saber si dos escritores tuvieron una idea parecida al mismo tiempo, o si uno influyó (como gustan decir los críticos) al otro. Antonio Orlando Rodríguez publicó hace tiempo un cuento llamado “Sopa de estrellas” y no sé si lo leí antes de imaginar mi “Sopa de sol”. Por eso he tomado mis precauciones: porque somos amigos… y porque Antonio es un famoso espadachín.
 
Los cuentos son ladronzuelos que roban en la vida de sus autores. Algunos hacen como las urracas y atrapan cualquier cosa que brille en el fondo de tu conciencia. Pero otros son como Arsenio Lupin, el caballero ladrón, y se apoderan de valiosos secretos de familia; o como Robin Hood, el que quitaba a los ricos para dar a los pobres; esos cuentos toman grandes trozos de la vida de su autor para entretener a quienes no tienen tiempo de correr aventuras.

Hay cuentos bromistas, que pasan y repasan, te hacen muecas, te despeinan, te revuelven las páginas, te apagan la computadora… mientras tú tratas de capturarlos con un papel en blanco; para que dejen de hacerte picardías y se las hagan a los lectores.

En este libro hay textos que, apenas escritos, hicieron nido en diarios de Cuba y Ecuador, y tres de ellos incluso se juntaron en un librito tan flaco que todo el mundo, hasta yo, llamaba “plaquette” a pesar del bonito nombre que le puso un poeta amigo: Juegos de la imaginación. Esa frase me parece tan adecuada para los textos del volumen que ahora tienes en las manos, que se la puse como subtítulo (que viene a ser como el apellido de un libro).
Un caso especial es el de “La familia espantapájaros”. Ese me lo presté yo mismo desde un libro llamado Los cuentos del mago y el mago del cuento. Es que me gusta tejer finos lazos entre mis obras; para que se sepa que forman familia. En este libro que ya llega a su final, te has encontrado personajes como Ertico o el Pájaro libro, que corrieron sus mejores aventuras en otros libros, pero también he usado formas más disimuladas de entretejer (¡a ver si descubres alguna!) unos relatos con otros.

Los once cuentos de Sopa de sol; los pálidos y tímidos que nadie había leído, y los bronceados y bulliciosos, ya publicados, querían hacer nido (hacer libro) juntos. Viejitos rozagantes o jovencitos con ciencia, descubrieron que eran parientes y se llevaban bien. Su casa tenía que construirla yo con palabras sólidas, maduras, propias; aprovechando la experiencia adquirida tras recoger, alimentar y echar al mundo tantas otras historias: cuentos, novelas y hasta ensayos (esto que lees es un ensayo, aunque por momentos se dé aires de cuento) que recibieron premios, pasaron por radio y televisión, se convirtieron en obra de teatro, fotonovela y en historietas ilustradas, y que tuvieron miles de lectores en países donde he vivido o no, y en lenguas que comprendo, o tampoco.
 
Un libro es una casa, y cada historia necesita vivienda a su gusto . De alguna manera, la casa de una novela es la novela misma; como son uno el molusco y su caracol. Pero los cuentos, nacidos distintos, para vivir juntos necesitan una casa múltiple, que ellos ayudan a construir. Como las abejas, que crean su colmena con la cera que se sacan del cuerpo y con la música de sus alas. Una novela es una gran mansión y un libro de cuentos es un edificio de apartamentos; juntos pero no revueltos.

Edificio o mansión, un libro se construye con los materiales, planos y cimientos aportados por el escritor con sus historias, ideas y lenguaje. El ilustrador y el diseñador ponen cuadros en las paredes y florecen el jardín de la casa. Pero el editor y el impresor son los albañiles que convierten la obra en esas como cajitas de papel que irán a parar a las manos de miles de lectores.

Con todo y eso, el trabajo no está terminado. Porque ¿qué es un libro sin lectores? Un armatoste de papel con manchitas negras y a veces también en colores; palabras mudas y colores sin luz.

La verdadera aventura comienza cuando tus manos, Lector, abren la tapa que es la puerta del libro-casa. Tu imaginación enciende los colores, anima las palabras y entonces, entonces sí, los cuentos vuelan de nuevo, vuelan para no detenerse jamás.

 
Todas las ilustraciones de este artículo las dibujé para una versión a todo color que debió publicarse en Venezuela en 2007 (debió ser mi segundo libro como autor ilustrador).
 

mi primera máquina (1975-1979)

mi primera máquina (1975-1979)
biblioteca martí, santa clara, cuba, 1993
Comencé a escribir a mano, claro. Primero con lápiz (usaba los de dibujo, de mina muy dura, para no tener que estar sacando punta continuamente; así comencé a gastarme la vista y a los 15 años ya usaba gafas -"espejuelos" decimos en Cuba- de aumento). Luego pasé a los por entonces escasos bolígrafos. Cuando a mediados de los años 1970 quise comenzar a compartir mis escritos con los colegas de taller de escritura o presentarlos a premios literarios, comencé por acudir a alguna colega o amiga mecanógrafa. Una bibliotecaria de Sala Juvenil de la Biblioteca Provincial de Santa Clara tecleó mi primera novela (que ilustré... a mano, claro) y mandé al Premio UNEAC 1977. Pero mis obras eran largas y ella tenía mucho trabajo. Así comencé a teclear yo mismo en la Underwood de la foto: una máquina prehistórica, pero muy bien cuidada y de tipos redondos.
Fue al año siguiente que un amigo mexicano que partía de vacaciones, me dejó su moderna máquina portátil. En ella aprendí a teclear según las reglas del arte y mecanografié mi segunda novela, por primera vez de la primera a la última letra.
De mis máquinas posteriores no guardé ni el recuerdo de una foto, y tampoco de la máquina electrónica que utilicé durante mi estancia en Brasil '1989-1991) ni de mi primer ordenador, un Compaq portable que me acompañó 8 años. Pero esta ya es otra historia, porque en él comencé a escribir directamente sobre un teclado; abandonando para siempre la versión manuscrita previa y el enojoso mecanografiado ulterior
Lo dicho; esa es otra historia.

traducido a persa, hindi, coreano, tamul, catalán y tantos otros

traducido a persa, hindi, coreano, tamul, catalán y tantos otros
Olinda, la bella durmiente fue mi primer artículo publicado en el Correo de la UNESCO, me procuró traducciones a decenas de lenguas... en las que a veces ni siquiera supe separar mi nombre del título del artículo

Seguidores