el mago del cuento... soy yo

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autorretrato inédito en libro, inicialmente concebido para "Sopa de sol"

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lunes, 28 de julio de 2014

Tortkuduk y la risa boba

dibujo no utilizado para el primer libro que ilustré: "Hontzak kontatu zidan" (Desclée. Bilbao, 2006)

Acabo de tener un espléndido ataque de risa boba, yo solo en mi casa, al tratar de pronunciar « Tortkuduk ». ¿Y qué necesidad tengo yo de pronunciar “tortkuduk”? Pues precisamente, ¡ese es el kid de la cuestión! No tengo ninguna necesidad de pronunciar semejante palabra y no tendré probablemente en mi vida ninguna oportunidad de hacerlo. Encontré esa palabra en un artículo sobre las reservas mundiales de uranio fisible (en riguroso déficit dentro de 30 años). Tortkuduk (logro escribirlo sin esbozar siquiera una sonrisa) es una mina de Kazajstán, antigua república soviética del centro de Asia que contiene la segunda reserva mundial (después de Australia) del radiactivo mineral. ¿Y por qué me interesan las reservas de uranio? Pues por nada, por saber. La nota está en un número de diciembre de 2012 que descubrí en mi salón (es una manera de hablar, pues si mi apartamento mide 33 m2, ninguna de sus piezas es digna de ostentar un sufijo aumentativo), de la revista de divulgación científica francesa Sciences et avenir (Ciencia y Futuro). ¡¿Y tú lees revistas científicas?! exclamarán asombrados los que saben que numerosas veces llevé Matemáticas, Física y Química a extraordinario o arrastre, cuando no me obligaron a repetir el año. Pues sí, sobre todo cuando la tapa de la revista anuncia un prometedor trabajo sobre el espacio (en este caso los “agujeros negros”.
“Este muchacho no tiene fundamento”, diría mi tía Estrella, sacudiendo tristemente la cabeza. “¡Agujero negro tienes tú en el cerebro!” replicaría enfurecido mi amigo Ramonín.
¡Na’ -diría el elefantico del cuento- elefantadas mías!  

mi primera máquina (1975-1979)

mi primera máquina (1975-1979)
biblioteca martí, santa clara, cuba, 1993
Comencé a escribir a mano, claro. Primero con lápiz (usaba los de dibujo, de mina muy dura, para no tener que estar sacando punta continuamente; así comencé a gastarme la vista y a los 15 años ya usaba gafas -"espejuelos" decimos en Cuba- de aumento). Luego pasé a los por entonces escasos bolígrafos. Cuando a mediados de los años 1970 quise comenzar a compartir mis escritos con los colegas de taller de escritura o presentarlos a premios literarios, comencé por acudir a alguna colega o amiga mecanógrafa. Una bibliotecaria de Sala Juvenil de la Biblioteca Provincial de Santa Clara tecleó mi primera novela (que ilustré... a mano, claro) y mandé al Premio UNEAC 1977. Pero mis obras eran largas y ella tenía mucho trabajo. Así comencé a teclear yo mismo en la Underwood de la foto: una máquina prehistórica, pero muy bien cuidada y de tipos redondos.
Fue al año siguiente que un amigo mexicano que partía de vacaciones, me dejó su moderna máquina portátil. En ella aprendí a teclear según las reglas del arte y mecanografié mi segunda novela, por primera vez de la primera a la última letra.
De mis máquinas posteriores no guardé ni el recuerdo de una foto, y tampoco de la máquina electrónica que utilicé durante mi estancia en Brasil '1989-1991) ni de mi primer ordenador, un Compaq portable que me acompañó 8 años. Pero esta ya es otra historia, porque en él comencé a escribir directamente sobre un teclado; abandonando para siempre la versión manuscrita previa y el enojoso mecanografiado ulterior
Lo dicho; esa es otra historia.

traducido a persa, hindi, coreano, tamul, catalán y tantos otros

traducido a persa, hindi, coreano, tamul, catalán y tantos otros
Olinda, la bella durmiente fue mi primer artículo publicado en el Correo de la UNESCO, me procuró traducciones a decenas de lenguas... en las que a veces ni siquiera supe separar mi nombre del título del artículo

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