el mago del cuento... soy yo

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autorretrato inédito en libro, inicialmente concebido para "Sopa de sol"

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lunes, 7 de noviembre de 2016

LA REINA DE LOS GATOS

LA REINA DE LOS GATOS
Capítulo de una novela en curso
publicado en 

Un libro con muchos gatos (y bastantes maullidos)
Selección y notas de Enrique Pérez Díaz. Ilustraciones: Alein Somonte
Ediciones Unión. La Habana, 2008



Odalys estaba sola en el cuarto, jugando con sus muñecas. Justo en el momento en que se encendió el alumbrado público, Juan Pirindingo abrió un ojo y luego el otro. Se estiró, lanzó un largo "miau" perezozo y comenzó a acicalarse, lamiéndose minuciosamente y "peinándose" con las patas delanteras.
Cuando consideró que estaba presentable, vino a sentarse frente a Odalys y le dijo:
-Invítame a café.
No era la primera vez que Odalys entendía lo que decía el gato de la casa, pero sí era la primera vez que éste le dirigía la palabra. Sin embargo, lo que de veras la sorprendió fue que a los gatos les gustara el café.
-No es cuestión de gusto -explicó él-. Lo que importa es que nos inviten... Pero tiene que ser café de verdad; no como el que le brindabas hace un ratico a tu muñeca.
Odalys corrió a la cocina. Aprovechó que su mamá estaba bañando a Viviancita y que la abuela había salido a pedirle un poco de aceite a una vecina y vino corriendo con el termo del café.
Echó un poco en la cacharrita del gato y corrió de regreso con el termo a la cocina.
Sin embargo, cuando volvió a entrar en el cuarto, notó que Juan Pirindingo no se había acercado al café y que la miraba con profundo reproche.
-¿Así es como tú atiendes a las visitas...?

Odalys comprendió. Sacó su juego de tacitas plásticas y lo dispuso elegantemente encima del banquito de Vivian, que había previamente cubierto con un tapete. Echó el café en la cafetera de plástico, azúcar en la azucarera y hasta puso unos bizcochos en la fuentecita.
Entonces se sentaron los dos, con la "mesa" de por medio.
-Te quedó buenísimo -dijo el gato, imitando la voz del tío de Odalys, que era camionero y pasaba todas las semanas a visitar a la familia. Juan Pirindingo hasta trató de soplar el café como hacía el tío, pero los gatos no saben soplar.
Odalys hizo como si no se hubiera dado cuenta y respondió lo habitual en esos casos:
-Es que está acabadito de colar.
Ninguno de los dos había probado el líquido marrón y amargo, pero jugaban de lo más bien. Juan Pirindingo estaba encantado de verse al fin invitado a tomar el café y Odalys estaba disfrutando de lo lindo hallarse así sentada frente a un gato de verdad, que cogía la taza con una de sus patas delanteras y el platico con la otra, y que le sonreía de manera tan distinguida antes de pedir:
-¿Me le pones un poquitico más de azúcar?
-¡Con mucho gusto!
Ahora se parecían a las jubiladas, tan finas, amigas de la abuela.
Cuando se cansaron de aquel juego, volvieron a echar el café en la cafetera de plástico y se comieron los bizcochos.
Entonces Juan Pirindingo dijo:    
-Me gustaría convidarte a algo bueno. ¿Qué te parece un paseo por los tejados?
Odalys y su familia vivían en una casa moderna, de dos pisos y techo de placa. Pero estaba situada en un barrio antiguo, donde la mayoría de las casas tenían tejados altos e inclinados. Vistos desde la ventana del cuarto, los tejados vecinos se extendían como colinas rojas.
-¿Crees que puedo? -dudó Odalys.
-¿Te da miedo?
Los verdes ojos de Odalys echaron chispas.
-¡Yo no le tengo miedo a nada!... Pero… las tejas se pueden romper bajo mi peso....
-Serás leve como una pluma -afirmó Juan Pirindingo y dio un sorpresivo salto por encima de Odalys.
La niña se dio cuenta de que algo extraordinario ocurría…
El salto del gato había sido poderoso, pero extrañamente lento. Al pasar sobre su cabeza, la cola del animal le había rozado la nuca y un delicioso escalofrío la había recorrió hasta las plantas de los pies. Al instante se sintió ligera, tan ligera, que le costaba mantenerse apoyada en el suelo.
Juan Pirindingo había terminado su salto en el alféizar de la ventana y desde allí rebotó hasta el tejado vecino. Odalys saltó ella también. Atravesó la elegantemente la ventana y se posó en las viejas tejas con la suavidad de una gata de algodón.
-¡Miaaau! -dijo admirada.
-Miau -aprobó Juan Pirindingo-. Bienvenida al reino de los gatos.
Odalys sintió de repente que sus brazos eran tan largos como sus piernas y que arrastraba una cola larga y sedosa. Cuando miró hacia atrás no vio nada sobresalir de su viejo pitusa, pero de todas maneras "sentía" que tenía cola y también bigotes.
Cuando Juan Pirindingo echó a andar por el borde del tejado, Odalys lo siguió, usando ella también sus cuatro "patas". Al llegar a la esquina, bajaron al callejón y lo cruzaron rápidamente. Con una habilidad que nunca hubiera creído poseer, la niña escaló tras su gato una tapia altísima y, agarrándose con las uñas al tronco de un cocotero, lo siguió hasta el tejado medio hundido del antiguo convento.
Allí, a la sombra del viejo campanario, Juan Pirindingo se sentó a acicalarse. Odalys estuvo a punto de hacer como él, pero con la lengua no podía meterse nuevamente la blusa bajo el cinto, y quitarse con la lengua la suciedad adherida al pitusa le daba asco. Así que se sacudió con las manos, como hacía siempre, y preguntó:
-¿Y ahora qué hacemos?
-Esperar a los otros. Esta noche voy a presentarte a los personajes más importantes de la comunidad gatuna -explicó Juan Pirindingo-. Tienes que prestar mucha atención y no confundirte, porque los gatos son muy susceptibles...
Juan Pirindingo había dicho "son", como si él no fuera gato, o como si no fuera también susceptible. Odalys contuvo las ganas de reírse y declaró:
-Soy toda oídos.
-El jefe de la comunidad es el Viejo Eliot. En realidad no es el gato más viejo, pero sí el más sabio. Es un gato barcino, de barbas blancas...
Odalys estuvo a punto de decir "En esta oscuridad, todos los gatos son pardos", pero comprendió instintivamente que todas aquellas expresiones “humanas” a propósito de los gatos resultaban inconvenientes. Por otra parte, se percató de repente que distinguía perfectamente cada una de las tejas que le quedaban al ruinoso convento, los ventanucos más altos del campanario y las hojitas de la verdolaga que invadía el patio, allá abajo. Forzando un poco la vista, consiguió reparar en unas telas de araña de las que pendían gotas de rocío y una que otra mosca tan bien empaquetada en el hilo finísimo como el pollo y el picadillo que su abuela guardaba, en bolsas de nailon, en el congelador.
-El gato más viejo es Matusalén –seguía diciendo Juan Pirindingo-, pero está tan chocho que raramente viene a nuestras reuniones. Por si acaso, ten en cuenta que a él no lo puedes saludar como a los demás con un "miau" de mucha 'eme' y muy poca 'u', sino con un "miau" de 'i' bien sonada: está un poco sordo.
Odalys movió afirmativamente la cabeza.



-La tercera persona en importancia es Madame Micifuz, la gata de Angora. La reconocerás enseguida porque es la gata más bella y más elegante que se pueda imaginar.
Odalys sintió un extraño fogaje. Bien que le habría gustado oír a su gato hablar de ella con la misma admiración. Pero no dijo nada y se dispuso a fijarse atentamente a tan notable animal.
-Madame Micifuz fue la señora del Viejo Eliot, pero lo dejó por Sahib Semíramis de Siam, otro gato noble. Es el único gato siamés que hay en el pueblo, así que no hay confusión posible.
Odalys solo había visto gatos siameses y de angora en los libros o en la televisión. Sentía tanta curiosa que Juan Pirindingo se dio cuenta y aclaró:
-Tendrás que ser paciente porque ellos serán los últimos en llegar. Las personas importantes siempre se hacen esperar.
-¡Las personas que se creen importantes! -rectificó una voz a sus espaldas.
Odalys y Juan Pirindingo se volvieron y descubrieron en la punta del canalón a un gato negro y flaco que tenía un ojo verde y el otro amarillo.
-¡Miau! -dijeron la niña y su gato.
-¡Miaom! -rezongó el recién llegado.
-Te presento a Rasputín -dijo Juan Pirindingo-, el gato anarquista.
-Yo no soy anarquista -bufó Rasputín-. No pertenezco a ningún grupo, no tengo ni dios ni amo, no creo en nada ni en nadie: soy un librepensador...

-Y, por supuesto, es un gato callejero -añadió Juan Pirindingo sin hacer mucho caso a las bravatas del otro-. Es el único entre nosotros que nunca vivió con humanos, y no porque nadie lo quisiera, sino por decisión propia.
-¡Bueno, bueno! -cortó Rasputín-. ¿A qué viene tanto hablar de mí? ¿Qué pretenden, convertirme en un héroe? ¡Tampoco van a conseguir amaestrarme por esa vía!... Te has acostumbrado demasiado a los seres humanos, Juan Pi: das mucha cháchara.

-¡Pero si eres tú quien no deja hablar a nadie! -se burló un nuevo recién llegado.
Más que gato parecía uno de esos animales con que se hacen los mantos de los reyes: tenía el pelo plateado y las pupilas color piscina. De un salto se pegó a Odalys y se frotó elegantemente contra ella, mientras la miraba intensamente a los ojos.
-Don Casanova -presentó Juan Pirindingo con cierta aspereza-: el gato seductor.
-Seductora es nuestra princesa -comentó Don Casanova, con voz melosa.
-¡Oigan eso! -mascuyó Rasputín-. No les basta con tener un jefe y quieren también una reina.
-Es la tradición -declaró una gata preñada que avanzaba prudentemente por una rama del jagüey que dominaba el patio del antiguo convento.
-Lo de reina es apenas un título -opinó otra gata, jovencita, que trepaba ágilmente por el canalón.

-¡Pues la concesión del título debemos votarla! -gruñó alguien.
-Antes habrá que examinar a la candidata -recordó un nuevo gato.
- Para eso nos han convocado ¿no? -dijo un tercero.
Gatos y gatas, de todos los tamaños, razas y colores, aprecían ahora por todas partes, lanzando "miaus" de saludo. En un momento, Odalys se vio en medio de un buen centenar de gatos. Nunca había visto tantos felinos juntos y sus ojos fosforescentes daban una impresión bastante inquietante.
 
Sin embargo, lo que más la preocupaba era aquello de la reina y la votación... Así que, olvidándose de los gatos que seguían llegando y saludando, le cuchicheó a Juan Pirindingo:
-¿Estás seguro de que has escogido un buen momento para traerme? Si tienen que elegir a alguien tan importante, ¿mi presencia no será inoportuna?
Juan Pirindingo movió con impaciencia la cola.
-No se puede negar que, pese a todas tus cualidades, eres un ser humano  ‑suspiró-. ¡Siempre tiene uno que estarles diciendo las cosas más evidentes!
Odalys tragó en seco.
-¿Quieres decir que... que yo...
-¡Pero si está más claro que el agua! -se exasperó Juan Pirindingo-. ¡Queremos que tú seas nuestra nueva reina: la Reina de los Gatos!


(CONTINUARÁ)

miércoles, 22 de junio de 2016

algunas aventuras de Gatito, mi serie de cuentos para pequeños

Mi serie de cuentos para pequeños GATITO 
estrenada por Kalandraka en 2012 y ya traducida a entre seis y nueve lenguas, 
vive sus aventuras en Portugal y Francia...

La versión portuguesa del título más reciente, "Gatito y las vacaciones" en una librería portuguesa

En Francia, la versión gala de "Gatito y las vacaciones" es la segunda en salir, y aquí lo ven en la prestigiosa Librería de París (al norte de la mencionada ciudad) en compañía prestigiosa: "El principito", "Alicia en el País de las Maravillas", "Las fábulas" de Lafontaine, "Piel de asno" de Charles Perrault, etc

Con motivo de la Eurocopa de Fútbol de la UEFA, la versión francesa de "Gatito y el balón" recibe especial atención

Hace unos días, al recibir la versión francesa de "Gatito y las vacaciones"

jueves, 12 de noviembre de 2015

Al principio fue el verbo... en portugués

Esta es la primera versión de uno de los textos más importantes de Los cuentos del mago y el mago del cuento.


"Sueños" es un cuento que inventé, en portuñol, para que luego sería mi esposa, una francesa venida de Brasil al Festival de Cine La Habana en 1988. Entonces yo todavía no hablaba francés, pero acababa de concluir mis estudios de portugués y en esta lengua nos hablamos.

Escrito en una simple hoja de papel, le regalé el texto improvisado la noche antes, la mañana de su retorno a Río de Janeiro. 

Fue solo algunas semanas después que me di cuenta de que aquel era un cuento publicable y le pedí me mandara una copia por fax y lo reescribí en castellano. Por todo esto no es entonces tan raro que el texto apareciera en portugués cinco años antes que en castellano (como parte del libro Los cuentos del mago y el mago del cuento (Ediciones de la Torre. Madrid, 1995 ).

Lo singular es que fuera este el texto escogido por Laura Sandroni, a poco más de un año de mi llegada a Brasil, para la revista Ciencia Hoje das Crianças (Ciencia Hoy para niños). Laura trabajaba entonces en su excelente traducción de mi libro Era uma vez un jovem mago que aparecería, también con ilustraciones de Rui de Olivera, en la colección Veredas de la Editora Moderna (Sao Paulo) un año después (julio de 1991, cuando ya me aprestaba yo a instalarme en Dinamarca. 



Era uma vez un jovem mago fue mi tercer libro y el primero de los muchos que finalmente he publicado en una lengua extranjera antes que en castellano. En efecto, la versión definitiva (ampliada, reorganizada y corregida) aparecería solo cuatro años después, con el título de Los cuentos del mago y el mago del cuento, cuando ya yo residía en Francia, tras tres años en Dinamarca.

¿Complicada historia, verdad? 

tapa del número de Ciência Hoje das Crianças con mi primer texto en portugués (Brasil)




miércoles, 19 de agosto de 2015

un cuento para refrescar el verano


dibujo de Thomas Simplet (en 1992 tenía unos 7 años) que me inspiró para la escritura de ese cuento


EL PAJARO EN EL CAMINO

(improvisación al teclado)*



El pájaro viene, o acaso va, por un camino negro de piedras verdes.
El pájaro tiene dos picos: uno delante y el otro detrás; por eso difícilmente se sabe si viene o si va. Solamente quien conoce muy bien su camino puede saber a qué atenerse respecto a tan extraordinaria criatura. El pájaro de dos picos devora el camino por el que avanza y con el pico que tiene detrás crea, como un canto singular, un nuevo camino. Lo dicho, quien conoce bien su camino no tiene problemas con este pájaro imprevisto, pero también se priva de insospechables aventuras. Andar por un camino que de repente se transforma en música tiene sus ventajas; sobre todo si se trata de un camino polvoriento.   




Paseaba yo por el campo en un excepcional día de verano. Una triple nube: anaranjada, azul y violeta cubría una parte del cielo claro. La hierba olía bien, hacía calor y cantaban las cigarras.
De repente apareció frente a mí el pájaro de dos picos. Me miró con su ojito negro, brillante como el agua de un pozo profundo, y de un picotazo se comió un tramo de camino de por lo menos vara y media. El pájaro parecía simpático y no creo que abrigara la menor perjudicarme, pero su apetito era visiblemente inaplazable. Di pues un prudente salto al costado y desde la cuneta lo vi avanzar con el pico abierto, devorando tranquilamente el camino.
Entonces comprendí que mi situación era mucho más extraña de lo hubiera podido imaginar. El pájaro hacía desaparecer el camino por donde yo había llegado, pero con el pico de atrás creaba un nuevo camino. De manera que no solamente yo no podía llegar al lugar que había previsto, sino que tampoco podía regresar a mi casa, ni alcanzar sitio conocido alguno.
En otras circunstancias me habría alarmado, pero no en las que enmarcaban los hechos que relato. La guerra de Yugoslavia se había extendido a mi calle, llamada calle Y, y mi casa había sido destruida por varias bombas de fabricación casera (una segunda coincidencia nunca es casual).
El camino que el pájaro iba cantando delante de mí no tenía nada de inhóspito. En vez de estar constituido de tierra, adoquines o asfalto, lo formaba una sustancia negra, muy densa y firme, pero suave como caucho, sobre la cual reposaban redondeles de hierba verde y jugosa. Me incliné para examinar uno de ellos y noté con asombro que estaba constituido por infinitos rascacielos en miniatura. Maravillado por este descubrimiento, recogí la "piedra" (es a lo que más se parecía: a una piedra de camino), pero al acercarla a mi ojos advertí que lejos de semejar edificios, los filamentos verdes eran otros tantos cilindros que se hundían hacia el centro de la piedra. Estuve a punto de ser tragado por la “piedra” pues los filamentos tenían la peculiaridad de dilatarse hasta superar la talla de quien tuviera la mala idea de rozarlos con el dedo.
Volví a colocar el extraño objeto en su lugar... Es decir, al lado de donde había estado antes, pues al yo levantarlo, la masa negra e inerte que formaba el camino se había encabritado como un gel en furiosa ebullición, dando origen a una nueva cosa verde. De ésta saltaron diminutos fuegos de artificios al volver su compañera al suelo. Estoy persuadido de que, derrotada mi curiosidad, los cilindros verdes habían vuelto a ser diminutos rascacielos, evidentemente habitados (nunca sabremos por quién).

Decidí continuar adelante.

El pájaro de dos picos había desaparecido. Supongo que había saciado su apetito, porque al cabo de unos minutos de marcha me encontré en el camino original. Al parecer, la criatura había levantado el vuelo, pero antes había hecho su caca: dos enormes esferas anaranjadas, con una piel semejante a la de las piñas, pero delicada como trinos de canario. Del interior de una de las esferas salía una música bella e intensa. Se la veía claramente, alzándose en la brisa y provocando en el paisaje una turbulencia semejante a las que provoca el aire recalentado sobre las autopistas del verano.
La música era evidentemente orquestal. Las notas eran muchas, pero el pentagrama no arañaba las hojas de los árboles al atravesarlas. De vez en cuando se veía el destello ultravioleta de un do sostenido o caía al suelo la cáscara rota y tibia de un re mayor. La melodía era húmeda. De hecho, no recuerdo tal impresión de agua desde que escuché el Vals bajo las olas en el submarino amarillo del profesor Tornasol.
Tras la larga sequía de aquel año, un concierto así de mojado resultaba más que oportuno. Pero yo recién salía de un pertinaz resfriado y preferí acercarme a la otra "piña".
Inmediatamente sentí la corriente de antipatía que circulaba entre las dos. Siempre me preguntaré cómo, un mismo pico trasero de pájaro devorador de caminos, pudo engendrar cosas tan diferentes. La respuesta del enigma está, sin duda, dentro de las “piñas”; pero ¿quién se atreverá a realizarles la autopsia? No existe bisturí bastante delicado para cortar pieles tan aterciopeladas, y por otra parte, los cirujanos forenses son famosos por su pésimo oído musical y nunca podrían leer entre los arpegios que (hasta ahí hemos llegado a saber) rellenan las "piñas".
La segunda deposición del pájaro de dos picos era decididamente antiestética.
Es una actitud que conozco muy bien, pues durante nueve años trabajé en un organismo dedicado a difundir la misma postura entre la población. En realidad yo no hacía nada en aquella institución. Me habían nombrado allí justamente para castigar mi desvergonzada parcialidad respecto a la cultura. Reconozco que en cuanto veo las huellas del paso de una cultura (de la especie que sea) corro a besar el contorno interior, hacia el talón, allí donde se le insinúa el azul de la ‘u’.
Deduzco que mi comportamiento reprobable y vicioso me lo contagió una tía‑abuela muy aficionada a las novelas radiales, pero igual podría ser consecuencia de las repetidas insolaciones que sufrí durante mi primera adolescencia. Creía yo que el tono purpúreo de mi piel me protegía del sol amontillado de mi país natal, y cuando descubrí mi error ya era demasiado tarde.
El caso es que me acerqué a la segunda "piña", que irradiaba un agradable fresquito. La sutil frescura disimulaba perfectamente el olor a azufre y no tuve tiempo de lanzarme a la cuneta antes de la explosión; una explosión de celos que me hizo volar por los aires.
Pasado un plazo razonable, me di cuenta de que no descendía.
Ante la imposibilidad de prolongar este relato indefinidamente, no me queda otro remedio que acudir a un final abierto...

Aunque también pudiera acudir a una cita salvadora:
"La clave del camino,
más que en sus bifurcaciones,
su sospechoso comienzo
o su dudoso final,
está en el cáustico humor
de su doble sentido.
Siempre se llega,
pero a otra parte".

Roberto Juarroz

* Este es el primer texto que escribí directamente en computadora (ordenador). Fue a finales de 1992, cuando comencé a utilizar la Compaq que mi esposa había traído de Francia a nuestro hogar en Copenhague. Era, por supuesto, una máquina de pantalla negra y legras grises (con opción de invertir los colores) con sistema DOS. Hasta entonces yo escribía a mano y luego "pasaba a máquina (de escribir, naturalmente)". Al descubrir la rapidez de la escritura en computadora, comparable a la rapidez del pensamiento, mi escritura se liberó y completó la evolución que venía experimentando desde 1986. A partir de este texto, prácticamente toda mi obra (29 libros publicados y no pocos inéditos, así como no menos de un centenar de artículos) los he escrito directamente en computadora (ordenador, como decimos en Francia y en España)... aunque sigo teniendo decenas de cuadernos de apuntes.  



viernes, 7 de agosto de 2015

Don Agapito el apenado


edición agotada

Don Agapito el apenado no consiguió tantos lectores como su primera editorial, la excelente Kalandraka, esperaba y ha sido sacado de catálogo al cabo de solo seis años en busca de sus lectores. 
La vida de una obra literaria y la vida de sus ediciones se rigen por criterios diferentes. En el primer caso, la cuestión es estética, en el segundo, comercial, de estructuras, formatos, demanda, definición del "target"...
Don Agapito el apenado es uno de mis cuentos preferidos, pero sufre del hecho de que doy a mi obra formas propias de la literatura infantil y, en consecuencia, la publico en ediciones para niños... incluso cuando tiene un tema que no resulta tan evidentemente infantil. 
Aquí se trata de la historia de un jubilado que se mete a “canguro”, a babysitter o, más exactamente, a “painsitter” (cuidador de penas ajenas). Para decirlo con la claridad que pedía Thoreau (él reclamaba sencillez en la vida y no simpleza en la expresión, porque la simplificación de lo complejo, nos explica hoy Edgar Morin, no hace más que complicarnos la vida): Don Agapito dedica sus muchos momentos libres, de jubilado, a alimentar con sus pensamientos y cariño los problemas de vecinos y conciudadanos que están demasiado ocupados por esas cosas secundarias que nos llenan el día-a-día y que nos dejan a todos sin tiempo para lo esencial.


Don Agapito el apenado no es un relato abstracto y engorroso, es una historia llena de imágenes (literarias, aunque también tenga las dibujadas, tan inteligentemente, por Federico Fernández) y no carente de humor, donde las penas aparecen como animalejos infelices que solo logran un poco de paz cuando el protagonista los alimenta con pensamientos selectos. Él ha encerrado esas penas, abandonadas por sus propietarios, en la decena de jaulas que había comprado para coleccionar pájaros: “…una para periquitos y otra para un papagayo, una para chorlitos y otra para guacamayos, una para dos mirlos, otra para canarios (…) Pero el día que fue a comprar los pájaros tropezó con una manifestación ecologista y se le quitó la idea de encerrar animalitos”.         
                                                             
Esto lo digo en la segunda página del cuento, y a continuación refiero cómo Don Aga empezó a ocuparse de las penas, preocupaciones, problemas, culpas y hasta prejuicios de sus vecinos: “El problema más visible del señor Réquete Ocupado era que había decidido cerrar una de sus fábricas de helados en la Antártida, lo que dejaría sin trabajo a cuatrocientos pingüinos. Para alguien tan ocupado como él, ésa era una pena pequeña, pero amarilla y lanuda, muy incómoda de llevar, y por eso se la soltó a don Agapito al pasar” (p. 21).
Pronto son muchos los que dejan a mi protagonista un asunto propio para que se lo cuide y… “Una tarde don Agapito se detuvo ante la pena del señor Réquete Ocupado: la amarilla y lanuda, instalada en la jaula para canarios. Se puso a pensar en los pingüinos desempleados, que ahora se pasaban el largo día antártico (dura seis meses) recordando los buenos tiempos: cuando su imagen recorría el mundo en los coloridos envoltorios de los helados "Schlup" (así suenan, parece, los lengüetazos que les damos a los helados). Don Agapito y la pena amarilla sufrían juntos por los pobres pingüinos que ya no podían pagarse vacaciones en las playas de la Antártida, tomando el sol a 5 grados bajo cero, sino que debían permanecer en el pueblo, a 40 grados bajo cero, espantándose los copos de nieve que revoloteaban en la ventisca. “Pero como estaba corto de tiempo, don Agapito se puso también a pensar en las penas de las jaulas vecinas: la de la chica que no podía engordar por causa de su trabajo en el bar del centro y la de cierta abuela que adoraba el chocolate, funesto para su hígado... ¡Y acabó mezclándolo todo! La pena de los pingüinos se echó a llorar porque, a causa de los helados que aquellos producían, había ahora chicas que engordaban y abuelas enfermas...(pp. 35-37)”.
Fue quizás a esas alturas que resonó en mi cabeza una estrofa del soberbio bolero “La Tarde”, de mi compatriota Sindo Garay:
Las penas que me maltratan,
son tantas que se atropellan
y como de acabarme tratan,
se agolpan unas a otras
y por eso no me matan.

Es así que don Aga comprende que su verdadera misión en la vida es compartir el difícil arte de ocuparse de las penas, prejuicios, olvidos deliberados, egoísmos o sueños complicados que nos entenebran la vida.  
Como en mis demás cuentos y novelas, no he querido trasmitir un mensaje (y mucho menos una lección o -¡sálveme Dios!- una moraleja) sino contar una historia que me he creído y no solo creado. Una obra literaria es comparable a un árbol. Nuestro paladar se regala con sus frutos, nuestro olfato se recrea con sus flores, nuestra vista se encanta con la belleza y abundancia de su follaje y nuestras manos comprueban el poderío y refinamiento de su tronco… Pero todo eso , ¿qué sería sin las raíces que se extienden invisibles e irredentas bajo nuestros pies (y los del árbol), sosteniendo y alimentando la formidable estructura que impacta nuestros sentidos?


Sinopsis : La historia de Don Agapito tiene la cualidad del buen humor: se trata de un texto dinámico, contado con un lenguaje actual y con el que cualquier lector se puede sentir identificado. Por otra parte, es una obra no exenta de crítica social, que mueve a la reflexión ante los problemas de los demás y que llama la atención sobre la necesidad de llevar un ritmo de vida más reflexivo, aunque el mundo nos envuelva en su vertiginosa espiral. Porque Agapito va asumiendo, sin darse cuenta, las cavilaciones que preocupan a sus vecinos; para todas tiene una jaula. Las penas que Don Agapito soporta se describen con características humanizadas: se alimentan de pensamientos, tienen necesidades fisiológicas y requieren cuidados constantes, como si de mascotas se tratase.
http://www.eleconomista.es/evasion/libros/libro/55857/Don-Agapito-el-apenado
"Don Agapito el apenado" aborda con mucha imaginación y bastante picardía un tema de mucha actualidad: qué hacer con todas esas cuestiones particularmente importantes para las que nunca tenemos tiempo: prejuicios, culpas, miedos, abandonos, compromisos y obligaciones morales. Para despertar nuestras conciencias dormidas, el autor ha escogido como héroe precisamente a un jubilado, una "persona de la tercera edad", uno de esos viejos que la sociedad de consumo considera inútiles porque improductivos desde el punto de vista del mercado. Es Don Agapito quien, tras renunciar a coleccionar pájaros (primer y no único guiño ecologista del texto) comienza a ocuparse de las penas ajenas... hasta que comprende que no es así que puede realmente ayudar a la gente, y decide enseñarlos a tomar conciencia, todo y cada uno, del abandono en que tienen a sus sentimientos y principios esenciales.
Todo esto, insisto, lo cuenta el autor con humor, con mucha imaginación y con un ligereza de tono que a veces falta en los libros para niñs y adolescentes que abordan temáticas sociales.
Las ilustraciones de Federico Fernández están a la altura: sensibles, sutiles, imaginativas, innovadoras en la forma. El ha sabido echar una mirada muy inteligente sobre el cuento y enriquecerlo con una representación muy gráfica de algo tan indefinible como esas penas, prejuicios y vergüenzas que los personajes del cuento prefieren ocultar.

Firmado: “Ele”. 
Blog Pizca de Papel, 17 de abril de 2009

  

 

Título: Don Agapito el apenado
Escritor: Joel Franz Rosell
Ilustrador: Federico Fernández
Editorial: Kalandraka
Colección: Tiramillas
Ciudad: Sevilla

Año: 2008
Nº pág.: 46
ISBN: 978-84-963880-50-5

Personajes: Agapito - Jubilados - Ancianos
Este libro trata de: Problemas personales - Vejez - Solidaridad – Soledad

Género: Cuentos
Tema: Fantasía – Humor

Don Agapito no sabía en qué emplear todo el tiempo que ahora le sobraba tras haberse jubilado. Su vecino el superocupado le sugirió que podía hacerse cargo de su pena por tener que cerrar una fábrica de helados que tenía en el polo, dejando con ello en el paro a un montón de pingüinos. Y don Agapito así lo hizo, la metió en una de sus jaulas vacías y la cuidó. Pero a esa pena se sumaron otras muchas que le fueron dejando unos y otros. Hasta que aquello empezó a írsele de las manos...

El entrañable jubilado de esta historia pasa de cuidar pájaros a cuidar penas y la situación se va volviendo cada vez más descabellada y divertida. Bajo el amable enfoque de un sentido del humor fantástico y metafórico –bien reflejado en las ilustraciones– aparece la facilidad con que se tiende a delegar los problemas y los conflictos personales en cuanto se encuentra alguien receptivo. Escuchar los problemas de los demás, ser compasivo y solidario está muy bien... sin olvidar que cada uno debe afrontar lo que le corresponde.

Publicado en sol-e


don agapito el apenado

Ilustraciones: Federico Fernández
Kalandraka ediciones.
Pontevedra, 2008.

Album ilustrado, recomendó a partir de 7 años

Don Agapito se jubila y como ha renunciado a criar pajaritos, va llenando las jaulas vacías con penas, preocupaciones, remordimientos… que le van dejando sus vecinos.

Las penas que Don Agapito soporta se describen con características humanizadas: se alimentan de pensamientos, tienen necesidades fisiológicas y requieren cuidados constantes, como si de mascotas se tratase.

Pero la capacidad de Agapito para atender semejante responsabilidad es limitada y pronto se le multiplican los problemas, aunque sean ajenos. La historia nos muestra cuán útil puede ser un jubilado; ya que es precisamente con su paciencia, tranquilidad y mesura que Don Agapito rinde a la sociedad su mejor servicio.

La historia tiene la cualidad del buen humor: se trata de un texto dinámico, contado con un lenguaje actual y con el que cualquier lector se puede sentir identificado. Por otra parte, es una obra no exenta de crítica social, que mueve a la reflexión ante los problemas de los demás y que llama la atención sobre la necesidad de llevar un ritmo de vida más reflexivo (Servicio de prensa editorial)





mi primera máquina (1975-1979)

mi primera máquina (1975-1979)
biblioteca martí, santa clara, cuba, 1993
Comencé a escribir a mano, claro. Primero con lápiz (usaba los de dibujo, de mina muy dura, para no tener que estar sacando punta continuamente; así comencé a gastarme la vista y a los 15 años ya usaba gafas -"espejuelos" decimos en Cuba- de aumento). Luego pasé a los por entonces escasos bolígrafos. Cuando a mediados de los años 1970 quise comenzar a compartir mis escritos con los colegas de taller de escritura o presentarlos a premios literarios, comencé por acudir a alguna colega o amiga mecanógrafa. Una bibliotecaria de Sala Juvenil de la Biblioteca Provincial de Santa Clara tecleó mi primera novela (que ilustré... a mano, claro) y mandé al Premio UNEAC 1977. Pero mis obras eran largas y ella tenía mucho trabajo. Así comencé a teclear yo mismo en la Underwood de la foto: una máquina prehistórica, pero muy bien cuidada y de tipos redondos.
Fue al año siguiente que un amigo mexicano que partía de vacaciones, me dejó su moderna máquina portátil. En ella aprendí a teclear según las reglas del arte y mecanografié mi segunda novela, por primera vez de la primera a la última letra.
De mis máquinas posteriores no guardé ni el recuerdo de una foto, y tampoco de la máquina electrónica que utilicé durante mi estancia en Brasil '1989-1991) ni de mi primer ordenador, un Compaq portable que me acompañó 8 años. Pero esta ya es otra historia, porque en él comencé a escribir directamente sobre un teclado; abandonando para siempre la versión manuscrita previa y el enojoso mecanografiado ulterior
Lo dicho; esa es otra historia.

traducido a persa, hindi, coreano, tamul, catalán y tantos otros

traducido a persa, hindi, coreano, tamul, catalán y tantos otros
Olinda, la bella durmiente fue mi primer artículo publicado en el Correo de la UNESCO, me procuró traducciones a decenas de lenguas... en las que a veces ni siquiera supe separar mi nombre del título del artículo

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