el mago del cuento... soy yo

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autorretrato inédito en libro, inicialmente concebido para "Sopa de sol"

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lunes, 19 de diciembre de 2011

http://www.culturamas.es/blog/2010/09/10/entrevista-a-joel-franz-rosell/

               Entrevista a Joel Franz Rosell


Culturamas : Madrid, septiembre 10, 2010 ·

por Carmen Fernández Etreros.

Escritor, crítico, conversador dinámico, reflexivo Joel Franz Rosell comparte con Culturamas sus opiniones sobre la literatura infantil y sobre el panorama editorial actual. Una oportunidad para conocer al autor de más de veinte  libros infantiles y juveniles como Exploradores en el lago, Mi tesoro te espera en Cuba, Pájaros en la cabeza o Don Agapito el apenado.

P. ¿Cómo nace tu interés por escribir libros para niños?

R. A los once años entré por primera vez en la biblioteca provincial de Santa Clara en el centro de Cuba y me enamoré de algo que no existía en las librerías cubanas: historias apasionantes y de escenarios (para mí) exóticos, en forma de historietas a todo color, novelas con tapas plastificadas y expresivas ilustraciones; todo editado en España bajos los sellos de Molino, Juventud, Noguer, Lumen… Pero apenas año y medio más tarde, comencé a asistir a una escuela que quedaba a 10 kilómetros del centro y la biblioteca se me volvió inaccesible. No pude soportar mi soledad, y comencé a escribirme novelas detectivescas y de aventura cuyos héroes, cubanos o extranjeros, recorrían el planeta e incluso el espacio sideral.

 La guerra de los botones - Poster original, 1962

Si mi primera novelita, comenzada antes de cumplir trece años, me la inspiró una película La guerra de los botones de Yves Robert, los recursos literarios -de aquella, y de las 53 novelas que la siguieron en solo 7 años- provenían de aquellas ediciones, devenidas inalcanzables tras mi deportación a la sección para adultos de la biblioteca. Con 15 años yo comenzaba a leer libros para mayores, pero no los tenía por modelo (no los tengo hasta hoy) a la hora de escribir. Mis hermanos y algún que otro amigo hicieron suyos mis “pininos” (¡qué fea palabra!) literarios. Mi hermana menor me decía: “No tengo nada que leer: escríbeme un libro”. Yo cocinaba mi historia en una semana y ella la devoraba en dos horas. Su veredicto era siempre el mismo: “Estaba muy bueno tu libro. Escríbeme otro”.

P. Cuando eras pequeño, ¿fuiste un niño lector? ¿Qué libros infantiles eran tus preferidos?

R. Mi amor por todo lo impreso comenzó antes de saber leer y de tener libros. Cuando en 1959 mi familia se mudó a la capital provincial, mi hermano y yo poseíamos una abultada colección de comics norteamericanos que no cabían en nuestra nueva casa. Se quedaron en el cuarto de trastos, entre un robusto mango y el molino de viento que sacaba el agua del pozo. Nunca se cumplió la vaga promesa paterna de recuperar aquellos tebeos más tarde; la flamante revolución encabezada por Fidel Castro decretó que Donald, Mickey, El pájaro loco, la Pequeña Lulú y compañía eran peligrosos enemigos del pueblo cubano… Pienso que en aquella privación está el origen remoto de mi amor a la lectura, los libros y la literatura. A lo largo de toda mi vida he perdido muchos libros, pero antes de cumplir cinco años debo haber comprendido que los únicos que no podrían quitarme nunca serían los que escribiese yo mismo.

Javi y los leones - Edelvives

Debo haber comenzado a leer literatura en una modesta colección del Ministerio de Educación (de Cuba). No me viene a la mente ningún autor, salvo el inevitable, ubicuo, deificado casi, José Martí. Quizás fueran anónimos aquellos libros, pues he reconocido algunas historias en el acervo (¡otra palabra espantosa!) popular. Curiosamente, recuerdo muy bien el papel: era como un delgadísimo fieltro que volvía las ilustraciones brumosas y mágicas. También tuve libros soviéticos y chinos; eran más bonitos que los cubanos, pero cuando no contenían leyendas y cuentos populares, se empeñaban en trasmitir espesos mensajes ideológicos. Mis primeros auténticos recuerdos de lector remontan a mis 9-10 años, cuando recibí como regalo de cumpleaños un ejemplar de A orillas del Yang-tsé, en la edición de Juventud que ignoro cómo mis padres consiguieron procurarse. También de esa época recuerdo un cuento -¿checoslovaco, húngaro?- sobre un niño tímido cuyo amigo imaginario era un león rojo. Me encantaría reencontrarme con ese libro y comprobar hasta qué punto le debo mi cuento Javi y los leones.

Pero mis lecturas más fieles e influyentes fueron las novelas de niños detectives de Enid Blyton y Malcolm Saville, “Las Aventuras de Tintín”, La isla misteriosa, Los 500 millones de la Begún y otras novelas de Julio Verne, las series Kasperle, de Josephine Siebe y Mumín, de Tove Jansson, Aventuras de Tom Sawyer, de Mark Twain, y varias novelas de los suecos Astrid Lindgren, Ake Holmberg y Edith Unnerstand. También me encantaron tres libros soviéticos que dirán poco a los españoles de mi edad: Timur y su pandilla, de Arkadi Gaidar, El viejo Jottábich, de Lazar Laguin, y Los tres gordinflones, de Iuri Olesha. Junto con la compilación de cuentos y poemas Había una vez, elaborada por el hispano-cubano Herminio Almendros, el único libro infantil cubano que me marcó la infancia es Aventuras de Guille, de Dora Alonso. Descubrí esta novela en el excelente suplemento infantil del periódico Revolución, donde salió en capítulos semanales durante el último trimestre de 1964, y dos años después pude adquirir la edición en libro. Esta fue la única novela infantil cubana hasta 1979 y dejó alguna huella en mi obra. La gran dama de la literatura cubana me ofreció su amistad y un par de buenos consejos que no me he cansado de agradecerle… incluso introduciéndola en mis novelas La tremenda bruja de La Habana Vieja, donde hace una aparición fugaz, con nombre y apellido,Exploradores en el lago, donde se disimula -apenas- en el personaje de la doctora Doralina Pérez Corcho.

Mi tesoro te espera en Cuba - Edelvives
P. Como has vivido en muchos países, ¿qué crees que debe tener un libro infantil para gustar a cualquier niño?

R. No creo que haya ningún libro capaz de gustar a cualquier niño (todos los niños). Si en una misma familia no hay dos hermanos iguales, menos semejanza aún hay entre los diversos niños de un país, aun cuando pertenecen a la misma generación. Lo anterior es una perogrullada, pero no está de más: hay cierta tendencia a olvidar que no existe ese niño promedio al que se dirige el mercado editorial con sus colecciones y demás estrategias uniformizadoras. En realidad es muy difícil encontrar libros que gusten por igual a millones de chicos de los países más diversos… Y no me arredra el ejemplo de Harry Potter pues todo el que ha pensado en el asunto sabe que la calidad cierta de las novelas de Joanna Rowling no basta para explicar su pasmosa globalización.

No habiendo dado cumplida respuesta a la pregunta, vuelvo con una perogrullada todavía mayor: para que un libro guste a cualquier niño, ese libro ha de ser bueno. La trampa está en la definición de lo que es un buen libro: algo relativo y absoluto a la vez. Para un pequeñín que no quiere irse a la cama porque la oscuridad le asusta, un sencillo cuento nocturno puede resultar el soporífero perfecto, pero el verdadero buen texto de tal tema será aquel que quita el miedo a las tinieblas de por vida; un relato que, presumiblemente, no hablará de falta de luz sino de la falla afectiva o de confianza en sí mismo que hace amilanarse a cualquiera ante la imposibilidad de percibir qué le rodea.

En fin que, para mí, buen libro es aquel que no tiene un mensaje sino muchos; aquel que en lugar de satisfacer una necesidad dada en un momento dado, siembra una semilla que germinará toda la vida, liberando sentidos ocultos… incluso sin que el lector, devenido adulto, recuerde ese libro. Y por supuesto (el orden de los factores no indica su importancia): un buen libro no puede serlo si su asunto, por hondo y oportuno que sea, está expresado en forma tosca, insípida o trillada. Nunca  deploraré bastante que, cuando se trata de literatura infantil, se hable casi exclusivamente del plano ideo-temático y se olvide que lo que convierte un discurso cualquiera en literatura, es la forma relevante que le damos.

P. ¿Qué importancia tienen para un escritor sus recuerdos, sus experiencias, sus vivencias en otros países?

R. Excepto mi Cuba de origen, ningún país donde he residido es tema o escenario de mis libros. No soy un escritor realista y no transcribo directamente lo que he vivido o visto. Mi proceso de asimilación es tan largo y tortuoso que las situaciones, los personajes y escenarios de mis obras terminan por carecer de referentes identificables. Sin embargo, estoy seguro de que algún día reviviré (reescribiré) los niños que volaban cometas y criaban palomas en el morro vecino a mi terraza en Río de Janeiro, los barcos que se oxidaban en el cieno del Delta del Tigre (Río de la Plata), el erizo que me salió al paso bajo un puente de Odense y me guió hasta la estatua de Andersen, perdida en la sombra de la catedral de San Canut; el verde espejo de aguas donde nace la “crique” Gabriel, en la Guayana Francesa, o el valle alternativo para dioses del Olimpo que descubrí entre dos cumbres de los Alpes…(cuyas coordenadas exactas a nadie revelaré) o la tormenta de polvo que me atrapó en la « ciudad alta » de Salónica.

Supongo que lo que más diligentemente aprovecho de mis viajes son detalles sutiles: el simple gesto con que un francés saca la mínima carne de un caracol y se la lleva a la boca, el vértigo de los pies de un “carnavalesco” brasileño bajo las luces del Sambódromo, la plena significación del adjetivo “gutural” en la voz de un danés de 6 pies saliendo de la niebla, la resuelta delicadeza de un oficiante hindú al marcarme el entrecejo con el dedo mojado en azafrán… Son bagatelas que se ajustan como anillo mágico al dedo de un personaje que  instantáneamente se torna verídico e impactante para el remoto lector.

La leyenda de Taita Osongo - Fondo de Cultura Económica
Cuando dejé Cuba, yo tenía 34 años pero todavía no había visto sucederse las cuatro estaciones, ignoraba el sabor de los arándanos y que el brezo florece; desconocía el olor de la nieve, el crujido de un parquet de roble bajo mis pasos y la sensación al golpear con los nudillos una puerta de nogal. Todo eso lo había leído, pero eran palabras huecas y ajenas que la vida y los viajes han ido llenando y haciendo mías. También conozco mejor mi propio país desde que me eché a andar: he aprendido a verlo desde la ignorancia, la indiferencia o la fascinación ajena, pero además ha sido a miles de kilómetros de la última frontera patria que descubrí algunas de sus reliquias: un almiquí (pequeño insectívoro casi endémico y al borde de la extinción) que me aguardaba, momificado en el museo de ciencias naturales de Viena, o la obra maestra de la pintura cubana, “La Jungla”, de Wilfredo Lam, que me pasmó de admiración en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. Alguien comparó a los libros con los icebergs, que disimulan bajo el agua una masa siete veces mayor de la que vemos (o algo así: soy muy malo en física… y nunca he visto un iceberg); de la misma manera, el escritor tiene que vivir mucho que jamás escribirá.

Rodando por el mundo, descubres que tus certezas, costumbres y referencias son exóticas y hasta incomprensibles para otras gentes, cuyas respectivas certezas y costumbres te resultan completamente ajenas y hasta incomprensibles. Frotarse con otras culturas, con otras experiencias (o con la misma, pero vivida desde otro lado) ayuda a relativizar y hace al escritor más perspicaz, más universal, más durable. Todos mis libros llevan la huella de los viajes que he realizado; incluso cuando yo mismo no sé decir en qué página exactamente. Ejemplificaré con dos libros que no existirían sin mi trashumancia. Mi tesoro te espera en Cuba y La leyenda de taita Osongo son libros donde, aparente paradoja, hablo esencialmente de mi país. Pero sin haber vivido antes en Brasil, Dinamarca, Francia..., mi mirada sobre Cuba y sobre mis raíces no se hubiera afinado, madurado y problematizado hasta dar en esos libros.

P. Has escribo muchos libros infantiles: Exploradores en el lago, Mi tesoro te espera en Cuba, Pájaros en la cabeza, Don Agapito el apenado… ¿Con cuál de tus libros te sientes más satisfecho?

En 27 años he publicado una veintena de libros, varios de ellos en más de una  versión o traducidos a lenguas que comprendo al punto de participar en la traslación o haberla asumido totalmente. Y puesto que los editores y yo no discurrimos en la misma dimensión, actualmente me roban el sueño libros que no tienen el más vago compromiso de publicación… ¿Cómo escoger entonces los que más me importan? Uno tiende a proteger los libros peor tratados por el público, la crítica o la suerte, cuando no se deja monopolizar por los más recientes.

Tratando de ser objetivo, he de reconocer que Los cuentos del mago y el mago del cuento marca mi verdadera entrada en literatura. Antes de ese libro yo hacía “libros para niños” y no “literatura infantil”. Escribía con parecido rigor, pero sin jugarme el alma, y llegaba menos hondo que en La leyenda de taita Osongo, que es quizás mi libro más comprometido, y menos lejos que en Aventuras de Rosa de los Vientos y Juan Perico de los Palotes, que es seguramente mi libro más original. Por su parte, Mi tesoro te espera en Cuba me permitió redescubrir mi país, incluso cuando me estaba vedado visitarlo. La distancia que aprendí a tomar respecto a mi tierra me permitió escribir Exploradores en el lago, cuya ambigüedad  permite a sus lectores identificarse con los personajes al tiempo que descubren un escenario natural -y en cierta medida, social- exótico. También destacaré  Pájaros en la cabeza; no solo porque es mi primer libro publicado en cuatro lenguas y el primero que llega a Asia, sino porque creo haber concentrado en él algunas de mis imágenes literarias más expresivas. Don Agapito el apenado y El pájaro libro pertenecen a un tipo de cuento que me interesa mucho, pero que todavía no parece tener amplio público en España: son semi-álbumes, libros ilustrados que no se destinan a niños pequeños y que tienen un mensaje social y hasta un poquito filosófico.




También podría hablar de grandes decepciones: creo que Javi y los leones trata con sutileza digna de mejor recepción el tema de la violencia escolar. Por su parte, Un oficio de centauros y sirenas, mi primer libro de ensayos sobre literatura infantil, parece haber llegado poco a mis colegas escritores y a los especialistas en general. Es que un buen libro no es solo un buen texto; es sobre todo una buena edición (la adecuada puesta en página y la adecuada puesta en circulación). Si escribir es una actividad individual, publicar es actividad colectiva, y el éxito o fracaso de la obra depende no solo del escritor, sino otros muchos factores (vuelvo con las perogrulladas).

P. En Mi tesoro te espera en Cuba rompes a través de la historia de Paloma muchos tópicos sobre la realidad de la isla, ¿qué querías trasmitir a los jóvenes?

R. Este es mi libro mejor acogido en Francia, donde lo estrené en el año 2000 y donde recibió, entre otros reconocimientos, el premio internacional Ville de Cherbourg. En aquella época varios editores españoles se negaron a publicarlo, alegando que los niños no iban a entender el contexto cubano. Es cierto que Cuba presenta particularidades políticas y socio-económicas difíciles de concebir por un chico europeo, pero justamente uno de los objetivos de mi libro es explicar esas particularidades… y hacerlo a través de la trama. El esclarecimiento de un secreto de familia, la búsqueda de un tesoro y el estreno de una amistad amorosa no son condimentos del supraobjetivo de dar a  conocer mi país; todos esos elementos tienen la misma importancia y son indispensables para la construcción de la realidad literaria que me propuse. Si los niños franceses pudieron comprender y disfrutar mi libro, ¿cómo podía ocurrir otra cosa con los españoles, que están mucho más cerca de Cuba? Al presentárseme la oportunidad, en 2002, de publicar este libro en Argentina, desistí de los editores españoles; pero en los últimos diez años, el incremento de la inmigración en la península ibérica creó las condiciones para que los editores, los maestros y padres se dieran cuenta de que los chicos españoles necesitaban y podían leer sobre otras realidades socio-económicas y culturales. En 2008 Mi tesoro te espera en Cuba fue publicado por Edelvives. Los hechos y personajes de esa novela tuvieron su lógica prolongación en otra,  de aventura y conflictos humanos más intensos, que espero se publique pronto.

P. ¿Qué nos puedes contar de tu último libro La bruja Pelandruja está malucha?
La bru ja Pelandruja está malucha - Ediciones SM
R. Ese cuento lo escribí originalmente en francés, en el marco de un proyecto de colaboración entre escuelas y escritores de París. Los niños me pidieron una historia donde apareciesen una bruja, una niña, un niño, un caballo, un conejo, una tortuga, un gato y un delfín… en solo tres páginas. Eran demasiados personajes para tan poco espacio y se me ocurrió reducirlos a la mitad haciendo que la bruja convirtiera al niño en caballo, a la niña en conejo y al gato en tortuga. El delfín no cambia; lo utilizo como facilitador (según el esquema de Propp) del desenlace, y así evito la reiteración de transformaciones.

Es una historia sencilla, con mucho humor; pero no es un simple divertimento. El cuento habla de las apariencias (casi nadie es allí lo que parece), pero también de la responsabilidad que tenemos sobre nuestros actos y de que, por bien que nos disfracemos, seguimos siendo quienes somos; aunque a veces… (el cuento trae sorpresa). Yo había presentado el texto con algunas ilustraciones, pero la editorial prefirió la propuesta de Irma Grüenholz, a base de figuras de plastilina. Esa técnica trasmite cierta rigidez a los personajes, pero crea un universo cercano a las películas de animación que tanto gustan a los chicos hoy. A ver si un productor se anima…

P. ¿Qué retos tienes actualmente por delante?

R. Un primer reto me lo lancé yo mismo en 2006, cuando decidí ilustrar la traducción al euskera de La lechuza me contó… Por entonces había tenido un par de decepciones con las ilustraciones de mis libros y decidí volver a los pinceles (mi primera publicación, a los 19 años, no fue un cuento, sino un dibujo). Desde entonces he ilustrado La canción del castillo de arena y Beste bat, nahi dut! (ambos publicados en el País Vasco; en Francia también se publicó el primero, y está por salir un tercer título, inédito en castellano). Soy un ilustrador inexperto y autodidacta y supongo que los ilustradores de vanguardia deben ver con horror mis garabatos (no me defenderé con el estertor suicida “pero a los chicos les gustan…”)


La canción del castillo de arena - A Fortiori
Un segundo reto, mucho más difícil, es el de comprender a dónde quieren ir las editoriales. Desde hace unos años, la industria del libro va saliendo de la fase comercial para entrar en la fase financiera. Sin entrar en detalles (es tema para debate largo) diré que los grandes grupos, resultantes de la concentración editorial internacional, están tratando nuestras obras no como propuestas estéticas, sino como meros productos especulativos. De manera que una obra que el editor ha colmado de elogios, sale de catálogo porque su equipo comercial la considera poco rentable; una rentabilidad que nada tiene que ver con cubrir los costos y generar razonable ganancia, sino con satisfacer las expectativas ¿irracionales? de los invisibles accionistas (que a lo peor ni saben que su dinero ha sido invertido en la industria del libro). Los editores propiamente dichos (esos imprescindibles parteros de la literatura), han perdido el poder frente a los responsables comerciales (esos ¿indispensables? gestores de ventas).

El reto consiste en seguir ocupándome de lo mío: escribir con ambición estética y respeto por los chicos, por la literatura y por mí mismo pese al mensaje subliminal de las liquidaciones de derechos de autor y las notificaciones de descatalogación: “Señor, olvídese de las musas y póngase a fabricar”. La ilusión queda depositada en las editoriales que todavía no han sido englobadas y en las pequeñas editoriales independientes, donde el editor aún responde a las reglas del arte, y de la pasión por crear libros escritos e ilustrados por gente que él respeta para esas pequeñas gentes que los tres: escritor, ilustrador y editor, respetan. Confío en seguir siendo, pese a las nuevas tecnologías de la comunicación, pero sobre todo pese a las nuevas ténicas del mercado, un creador de literatura y no un fabricante de libros.

lunes, 11 de julio de 2011

en el crepitar de las páginas


Chesterton dijo que para un niño de 10 años es maravilloso leer que Pepito abrió la puerta y encontró un dragón, pero para un niño de 5 años ya es maravilloso que Pepito abra la puerta. Como han cambiado un poco las cosas desde la época de Chesterton, probablemente es un niño de bastante menos de 5 años el que encuentra maravilloso abrir la puerta (ya ni siquiera es maravilloso cuando ésta se abre sola, pues ha tenido sobradas ocasiones de ver actuar células fotoeléctricas y telecomandos… y aunque no tenga la menor idea de cómo lo hacen, no tienen nada de excepcional). Para el chico de 15 años lo maravilloso es no abrir la puerta y encontrarse a sí mismo...

No se puede romper todos los esquemas al mismo tiempo en una sola obra –mucho menos en una obra para niños- pues se quebraría el pacto de comunicación con el lector. La abuela de Ertico pertence al modelo familiar, sexista y con imagen de los “abuelos” tradicional: es gorda, se peina con moño, hacendosa, tierna, anticuada, comprensiva, casera. Sus poderes mágicos son del tipo “depositaria” y no del tipo “creadora”, pero al menos es una jubilada, vive sola, tiene una misteriosa vida independiente, guarda secretos enigmáticos y no da consejos.

La escuela refleja la imagen que una sociedad tiene de sí misma”, dijo Alain Touraine. Así, la literatura infantil, en su tradicional y larga dependencia de la escuela, se ve instrumentalizada en aras de la formación de esa imagen social y así deviene didáctica y, frecuentemente, conservadora puesto que a lo anterior se añade el elemento de la nostalgia que el autor experimenta por su infancia; sea en forma explícita o implícita (ver final pag. 504 y pag 505 del Dictionnaire Larousse de littératures, t I, referencia a la asignación a los niños de vestuario anticuado –práctica hoy inexistente)

Sei que peguei o embalo e estou sintonizada com o que devo, quando começa a acontecer um fenómeno que Jung chamava de “sincronicidade”, como si simultaneamente a criaçao no mundo lá fora e a que se exerce em meu mundo interno estivessen afinadas. Algo difícil de descrever, mas nítido. Tento dar um exemplo. Surge no texto um problema que nao consigo resolver. Paro e presto atençao ao que me cerca: leio o mundo. A resposta sempre vem, numa cena a que assisto, num trecho que leio, num caso que me contam, num pássaro que pasa voando.
Es lo que me pasó en Vuela, Ertico, vuela: cuando yo patinaba con el final -sin desarrollo- y el personaje de la alfombra voladora todavía no existía como ser vivo. Fue entonces que salió en El Correo de la UNESCO un artículo que me habían anunciado para el mes anterior, pero que afortunadamente se vio desplazado al de febrero 1996, coincidiendo así con un excelente artículo de Edgar Morin donde él explica su famoso principio de la complejidad, y que resumía el conflicto en que se hallama mi historia: las partes son más que el todo porque poseen características independientes y diversas; pero el todo el más que las partes porque incluye la relación entre ellas. Y explicaba Morin que complexus en latin significa “que está tejido junto”. Fue eso lo que me dio la idea de que la alfombra, al ser retejida por la abuela a partir de los diversos objetos que había estado regalando a su nieto, adquiriese vida y palabra y, siendo una alfombra mágica (voladora) se tejiese entre ellos una relación que permite al chico descubrir su propia valía y hacer los amigos que está buscando desde el comienzo de la historia.
También, pero es más anecdótico, me ocurrió que el día en que terminaba mi novela Exploradores en el Lago -que habla de tráfico de especies y tiene entre sus protagonistas a una cotorra- dos periquitos se instalaran en el balcón de mi escritorio, en el 11º piso de la calle Ayacucho en Buenos Aires. Como si estuvieran allí espiando el buen rol que les correspondía en esa novela (donde también se destaca una bandada de periquitos precisamente).

Hay farsantes, descendientes directos de los pillos que embaucaron al Rey Desnudo contado por Andersen, que publican cuentos sin palabras, sin ideas, sin trama, sin personajes, sin imágenes, sin humor… en resumen, que se limitan a enviar a los editores páginas blancas advirtiendo que los tontos no ven el texto. Esos pillos publican sus “libros” con la misma advertencia en la contratapa. Y allá van los críticos, los libreros, los bibliotecarios, los padres y abuelas a comprarlos y a ofrecerlos a los chicos. Solo algunos pequeños se atreven a gritar: “¡El libro está vacío!” como mismo aquel niño del cuento gritó: “¡El rey está desnudo!”. Pero contrariamente al cuento de Andersen, son pocos los que le escuchan y se ríen de los embaucados.

“El problema no es si es moral o inmoral, el problema es que está mal escrito”, dijo Oscar Wilde. Esto debería estar escrito con letras de oro en el frontispicio de la literatura infantil.
La falta de prestigio académico de la LIJ se debe a que son historias que terminan bien. Sin embargo, todas las personas serias saben que solo hay grandeza en la tragedia, en los temas graves: la muerte, la angustia, la enfermedad, la traición, la flaqueza... Si algún libro infantil se acerca al Parnaso es porque su final , si no infeliz, es al menos ambiguo, irónico, o mínimamente escéptico. Esto puede estar relacionado con la manía castigadora de los pueblos semíticos, pues la Odisea, por ejemplo, termina bien.
Freud descubrió que los niños, a los dos o tres años, cuando empiezan a percibir que sus padres no son perfectos, se inventan padres ideales (un rey y una reina por ejemplo) para suplantarlos, pretendiendo que los que simulan ser sus padres no son más que un par de malvados que los han comprado a algún gitano o simplemente robado. Freud llamó a esa curiosa fantasía infantil la novela familiar. A partir de ese concepto, Marthe Robert elaboró más tarde la teoría de que toda ficción vendría a ser una especie de novela familiar, un modo de abolir el principio de realidad para construir una más gratificante. Podría detectarse un atisbo de ese mecanismo en La divina comedia: en la vida adversa de Dante, condenado al exilio de Florencia hasta su muerte, su libro fue una manera de reconstruir el universo según leyes que él mismo establecía, distribuyendo en él, a partir de sus ideas y de sus pasiones, castigos y recompensas. SE dotó de un padre espiritual, Virgilio (...) y una madre o amante mística, Beatriz...
Hay cierta literatura infantil que parece haberse inventado una novela familiar en la cual ella es hija de una literatura para adultos, especie de princesa oculta...

viernes, 1 de julio de 2011

harry potter, madonna y otros accidentes de la literatura infantil

Con el título de "HARRY POTTER Y LA CAJA DE PANDORA" publiqué este artículo en 2004. Aunaue ya casi todo el mundo ha olvidado la circunstancia que lo motivó: la entrada en el mundo de los libros infantiles de Madonna, con una serie de insustanciales libritos, creo que este artículo conserva cierto interés, sobre todo por sus consideraciones en torno a la literatura contemporánea donde se combinan realidad y fantasía... de la buena.


Quiero aclarar que no soy un detractor de Joanne K. Rowling y su saga Harry Potter. Disfruté los cuatro primeros episodios, y si el quinto me ha gustado un poco menos, ello no me causa la malsana alegría de los envidiosos. Estoy convencido de que la señora Rowling tiene talento y si escribiera dentro de plazos determinados por su inspiración y no por los de la industria editorial, habría podido evitar los deslices de Harry Potter y la Orden del Fénix. Pero lo que realmente importa es que las aventuras del joven mago se van a seguir vendiendo en millones de ejemplares, por lo que deseo, para el bien de todos, que esos libros alcancen la mayor calidad posible.
"Lo cortés no quita lo valiente"; así que no voy a negar que antes que cualquier novela de J. K. Rowling, preferiré siempre La historia interminable o Momo, de Michael Ende, Las brujas o Matilda, de Road Dahl, La cuerda floja o El bolso amarillo, de Lygia Bojunga Nunes, Konrad, el niño que salió de una lata de conservas, de Christine Nöstlinger o El tigre en la vitrina, de Alki Sei... por sólo mencionar un puñado de títulos de autores contemporáneos procedentes de diversos países. Incluso dentro del mismo género y nacionalidad que los Harry Potter he encontrado páginas mucho más profundas, intensas y originales en La caja de las delicias, de John Masefield, Luces del norte, de Phillip Pullman o Las vidas de Christopher Chant de Diana Wynne Jones.

Antecedentes y compañía

La literatura inglesa siempre fue fecunda en historias donde se cruzan el mundo real y el imaginario, donde los jóvenes héroes deben enfrentar frustraciones y desafíos bien reales a través de su representación en un mundo mágico paralelo que no es, sin embargo, solo un pretexto, sino lo más jugoso de tramas interesantes y bien construidas. Diez años antes de la aparición del primer libro de J. K. Rowling, Harry Potter y la piedra filosofal, la ensayista Ganna Ottevaere-van Praag describía los rasgos de una vertiente narrativa en la que todos reconoceremos inmediatamente al actual best seller:
En el relato infantil medio realista medio fabuloso, aparecido en la segunda mitad del siglo XIX y de moda aún en nuestros días, la acción se desarrolla casi totalmente en el mundo fantástico y el héroe no vuelve definitivamente a casa hasta el final del relato, cuando no se queda para siempre en el país de ficción.

Si el protagonista de estos relatos centrados en el abandono provisional del hogar y la partida hacia los horizontes mágicos es un niño, éste deja -sin titubear e incluso sin preguntarse si algún día volverá- su marco familiar. Antes de que él parta hacia el misterioso más allá, el autor nos lo muestra en una vida cotidiana que el joven héroe, una vez en el mundo imaginario, continuará teniendo como referencia. Él se ha alejado sin protestar de un hogar donde no conoció otra cosa que la miseria o una estrecha sumisión a las prohibiciones de una sociedad convencional y sin felicidad .
Las diversas tendencias de las novelas en que realidad y magia se yuxtaponen, tienen antepasados ilustres en Los niños acuáticos (1863), de Charles Kingsley, Alicia en el País de las Maravillas (1864), de Lewis Carroll, Five Children and It (1904), de Edith Nesbit, Peter Pan y Wendy (1911), de James Mathew Barrie, Mary Poppins (1937), de Pamela Travers... y así hasta llegar a los años 1950 en que la serie Narnia, de Clive Staples Lewis, alcanza -salvando las distancias- un éxito comparable al de las aventuras del joven mago de J. K. Rowling, dejando el camino abonado para una producción que se desarrolla sin verdadera interrupción hasta nuestros días.
La tradición es más que centenaria y, por supuesto, no es solo inglesa; mencionemos El 35 de mayo (1931), de Erich Kästner, Pan Tau (1965), de Ota Hofman, Los hermanos corazón de León (1973), de Astrid Lindgren, La historia interminable (1979), de Michael Ende y, dentro de la escasa producción cubana del género, La princesa del retrato y el dragón rey (1998), de Iliana Prieto. Dentro de esta vasta bibliografía, Joanne Rowling aporta solo una obra más. Ni la mejor, ni la peor; ni absolutamente original, ni el plagio que algunos han evocado al comprobar que en La granja Groosham (1988), del también británico Anthony Horowitz, ya aparecía una misteriosa escuela de magia, con profesores no humanos y un gran malvado maquinando la destrucción de la humanidad, entre otros rasgos hoy universalmente conocidos por los seguidores de Potter.
Hoy nadie puede discutir que los libros de la señora Rowling son uno de los fenómenos editoriales más importantes de nuestra época... lo que no equivale a decir que sean un fenómeno literario de la misma envergadura. Es precisamente el pronunciado desequilibrio entre el valor editorial y la trascendencia literaria de la saga Harry Potter lo que enfrenta a creadores y críticos, por un lado, y a editores, libreros y promotores de la lectura, por otro. Los primeros saben que las novelas de la millonaria autora son superadas por decenas de títulos del mismo u otros géneros, pero los segundos han podido comprobar que los Harry Potter -sea por lo que sea- reportan resultados de venta y lectura que aventajan muy de lejos al resto.
Joanne K. Rowling es responsable solo en parte de su éxito y de los aspectos negativos del mismo (resultantes de la comercialización excesiva y de la globalización unidireccional que favorece a la cultura anglosajona de masas). En otras palabras, la obra literaria no tiene porqué pagar los platos rotos por el arrollador impacto editorial... aunque tampoco tiene que beneficiarse de un prestigio literario que no le corresponde.
Son fórmulas impredecibles y, paradójicamente, fácilmente explicables a posteriori, las que nutren todo gran éxito literario repentino. Responden a necesidades del lector y a coyunturas perfectamente objetivas del mercado editorial... que a continuación pone en marcha su eficaz sistema de marketing (incosteable por editores y autores de espacios lingüísticos y comerciales no hegemónicos y/o anteriores a la globalización).
Harry Potter y la piedra filosofal llegó en el momento oportuno con la fórmula oportuna. A fines de los 90, el panorama literario infanto-juvenil asistía a los estertores del fenómeno de ventas de la década: las novelas de horror para adolescentes -de calidad literaria inferior incluso a los peores imitadores de J. K. Rowling- cuyo parangón era el norteamericano R. L. Stine con sus adocenadas series Escalofrío, Pesadillas, Fantasmas, etc. Por otra parte, los chicos estaban bastante hartos de la narrativa realista, unas veces moralista, otras de lucidez un tanto deprimente, que constituía el núcleo "serio" de la oferta editorial del período en la mayoría de los países de Norteamérica y Europa Occidental. En este contexto, el primer libro de Rowling adquirió el empaque de algo diferente, interesante y hasta bien escrito.

El formidable éxito internacional de las novelas de Joanne Rowling (cuyas cifras no veo motivo alguno para repetir, puesto que no participo en la nueva religión de las estadísticas comerciales) renovó el interés por libros que no habían (o no habrían) podido encontrar terreno favorable en su manera de rozar lo mágico, lo mitológico y lo irracional, mirando simultáneamente, de una manera sutilmente crítica, a la sociedad burguesa contemporánea. Algunos ejemplos adicionales los encontraremos en los libros de Pullman y Jones (los citados y otros), en El señor de los ladrones, de Cornelia Funke o en El secreto del andén 13, de Eva Ibbotson.
Como siempre ocurre en la sociedad de mercado, basta con que un producto -alimentario, informático, automotor o cultural- triunfe, para que todos los empresarios del mismo rubro, o de otros, se pongan a producir imitaciones, variantes, alternativas, complementos y derivados. De modo que hoy dominan las listas de mejores ventas productos que no hacen sino explotar, a veces con poca ambición y originalidad, las posibilidades que la saga Harry Potter dejó de lado (poniéndolas paradójicamente en evidencia). Así, Serge Brussolo apunta a un lector más femenino con su serie Peggy Sue, Eoin Colfer se dirige con sus aventuras de Artemis Fowl a un lector poco exigente, adepto a la fórmulas fáciles del cine norteamericano de entretenimiento, mientras George P. Taylor trata de aprovechar fuentes mágicas distintas de las muy recurridas mitologías nórdicas y mediterráneas en su, mejor vendida que escrita, Shadowmancer.

La caja de Madonna

La eclosión que acabo de comentar no es inesperada ni preocupante, pues -más o menos profundamente- existe en todos aquellos libros una motivación narrativa que cuaja en historias sin dudas entretenidas. El problema se presenta con la llegada de los depredadores oportunistas que, absolutamente desprovistos de talento literario y sin haberse interesado nunca en la literatura ni en los niños, vienen a pescar con dinamita, no procurando imitar o superar el universo narrativo de la señora Rowling sino participar en la danza de los millones de ejemplares (y por tanto de dólares, euros, libras esterlinas, yenes o cualquier otra unidad contante y sonante).
No estoy hablando de las más deplorables imitaciones de Harry Potter ni de los productos derivados de la adaptación cinematográfica (más que de los libros): juguetes, juegos electrónicos, vestimenta y hasta espejuelos como los que usa Harry, por no mencionar productos que ocupan en las librerías el lugar de los verdaderos libros: cuadernos para dibujar o con figuritas para recortar y pegar, pasatiempos, etc.
No, a lo que me refiero cuando hablo de depredadores sin la menor motivación literaria, estoy hablando de los libros en formato de álbum ilustrado con que Madonna inunda el mundo aprovechando los senderos trillados por su merecidamente exitosa carrera musical y apuntando a un "target" que su tela de araña marquetinera había perdonado hasta ahora: los niños y las librerías (elementos que, unidos, han dado nacimiento a la más reciente millonaria del sector terciario).
Por supuesto, Madonna asegura que los ingresos que le reportarán sus "cuentos" estarán destinados a obras de caridad, pero el hecho de que dicha información aparezca en muy visible lugar de la cubierta, ya basta para hacerla sospechosa. En cualquier caso, el proyecto de la cantante no es un proyecto literario sino moralizante. Así lo evidencian los dos primeros títulos (de cinco anunciados: ¡sálvese quien pueda!): Las rosas inglesas y Las manzanas del señor Peabody.
Las rosas inglesas tiene todos los elementales defectos que ningún debutante de los talleres literarios cubanos (que coordiné durante unos 10 años) ha visto pasar sin crítica acerba. Es un cuentito de conflicto insustancial (cuatro estúpidas niñas desdeñan -sin motivo alguno- a una quinta niña), resuelto mediante un sueño (las cuatro sueñan lo mismo) en que aparece un hada (traída por los pelos) y las vuelve invisibles para que vean lo buena y hacendosa que es la quinta niña. Aprendida la lección, se despiertan y todo termina bien; es decir, mal, puesto que ahora las estúpidas son cinco. Eso es todo: no hay una sola imagen original, no hay una situación ingeniosa ni dos palabras reunidas con gracia, no hay una idea de más de un gramo de peso, ni una gota de humor o de tensión o de magia (el hada está convencionalmente pasteurizada). Estoy seguro de que es la más ñoña y olvidable historia que he leído en mi larga e intensa vida de lector... además de ser vagamente reaccionaria en su tontería supina.
Ante la patética carencia de imaginación e incapacidad narrativa evidenciada por la ¿autora?, sus asesores o el plumífero a sueldo, decidieron recurrir a la tradición judía para el segundo título de la serie (todavía nos esperan tres: ¡huid, que aún estáis a tiempo!). De esta manera, los patrocinadores de Madonna-escritora al menos se aseguran de que haya una idea, aunque no sea original y aunque resulte todavía más didáctica que en el primer caso (fracaso). Con Las manzanas del señor Peabody ya no queda la menor duda sobre la intención moralizante y "políticamente correcta" que orienta este inesperado y por nadie solicitado interés de la cantante inglesa por los libros infantiles.
La trama del segundo librillo tiene todas las características del apólogo: trama tenue y mensaje espeso. Todo se resume a un comportamiento aparentemente deshonesto (alguien toma manzanas sin abonarlas) que un suspicaz testigo divulga calumniosamente hasta descubrir que la malicia estaba en él (el otro tenía derecho a coger la manzana gratis) y pagando su aprendizaje con la vergüenza reservada a todo maledicente. Como el anterior cuentito, éste termina bien (moralmente, no literariamente hablando), con el equilibrio restablecido y la enseñanza beáticamente dispersada.
Alguien comentó que estos libritos forman parte de la "conversión" de Madonna en una buena chica. Cuando uno ve sus nuevos clips y oye sus nuevas canciones, no ve conversión alguna (por suerte). Yo realmente no creo que esté tratando de disculparse por los escándalos que ha provocado a lo largo de su carrera de mascota de la prensa amarilla (manipulando símbolos religiosos, banalizando a Eva Perón o comportándose como una inescrupulosa y ostentosa material girl). Tampoco creo que el hecho de ser madre la haya acercado a los niños ni que desee compartir con ellos su mundo musical (que, personalmente, me gusta).
La Operación Libritos de Madonna rezuma puro cálculo. Sus asesores financieros y de comunicación habrán notado que a Harry Potter y compañía se lo lee a partir de 8 ó 9 años -de ahí la idea de los álbumes-, y que el mercado del libro infantil más rentable e influyente es el de Estados Unidos -de ahí la idea de asumir la pacatería y la moralina que domina el mercado editorial de ese país- donde se sabe que resulta, cuando no conveniente, obligatorio, referirse a las fuentes de su civilización. Esta vez fue la tradición judía y quizás pronto Madonna explote la fuente irlandesa, la aborigen, la afroamericana y hasta la hispana; aunque deberá tener mucho cuidado porque lo "políticamente correcto" también exige pertenencia a la etnia desde la que se habla.
Si Madonna hubiera publicado la historia de su vida, los textos de sus canciones, o algo que tuviera la seducción de su voz y presencia escénica; si hubiese decidido compartir con los chicos una pizca de lo que la caracteriza: insolencia, sensualidad, ritmo... se le podría perdonar la ausencia de estilo, la delgadez de la trama y la torpeza narrativa. Pero no hay nada de eso en sus lamentables libritos.
Con todo, si pierdo mi tiempo en hablar de tan insustancial "acontecimiento" editorial es porque temo que después de Madonna, todos los famosos quieran venir a picar en el presupuesto que las familias destinan a los libros infantiles. ¿Por qué no intentarían también un best seller Maradona, Leonardo di Caprio, Naomí Campbell, David Beckham, Silvio Berlusconi...? No será por exceso de escrúpulo que, una vez abierta la caja de Pandora, faltaran manos sucias dispuestas a llenarse los bolsillos.
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Nota:
Ottevaere-van Praag, Ganna: Le roman pour la jeunesse. Approches, définitions, techniques narratives. Berna-Berlin-Frankfurt. Peter Lang, 1987; pp. 183-184

BIBLIOGRAFÍA
BOJUNGA NUNES, Lygia: El bolso amarillo. Madrid. Espasa Calpe,1988
______________________: La cuerda floja. Madrid. Alfaguara, 1986 (actualmente los libros de la primera Premio Andersen brasileña son editados por SM).
BRUSSOLO, Serge: Peggy Sue contra los invisibles. Madrid. Alfaguara, 2002
COLFER, Eoin: Artemis Fowl. Barcelona. Montena, 2001
DAHL, Road: Las brujas. Madrid. Alfaguara, 1985
_________: Matilda. Madrid. Alfaguara, 1989
ENDE, Michael: La historia interminable. Madrid. Alfaguara, 1982
___________: Momo. Madrid. Alfaguara, 1978
FUNKE, Cornelia: El señor de los ladrones. Barcelona. Destino, 2002
HOFMAN, Ota: Pan Tau. Madrid. Alfaguara, 1974
HOROWITZ, Anthony: La granja Groosham. México. Fondo de Cultura Económica, 1996
IBBOTSON, Eva: El secreto del andén 13. Barcelona. Salamandra, 2002
JONES, Diana Wynne: Las vidas de Christopher Chant. Madrid. Ediciones SM, 2002
KÄSTNER, Erich: El 35 de mayo. Madrid. Alfaguara, 1979
LINDGREN, Astrid: Los hermanos corazón de León. Barcelona. Juventud, 1984
MADONNA: Las rosas inglesas. Barcelona. Destino, 2003
_______: Las manzanas del señor Peabody. Barcelona. Destino, 2003
MASEFIELD, John: La caja de las delicias. Madrid. Altea, 1986
NÖSTLINGER, Christine: Konrad, el niño que salió de una lata de conservas. La Habana. Gente Nueva, 1988
PRIETO, Iliana: La princesa del retrato y el dragón rey. Bogotá. Norma, 1998
PULLMAN, Phillip: Luces del norte. Ediciones B, 1997
SEI, Alki: El tigre en la vitrina. La Habana. Gente Nueva, 198?.
TAYLOR, George P.: Shadowmancer. Madrid. Alfaguara, 2003
TRAVERS, Pamela: Mary Poppins. Barcelona, Juventud, 1943.
CLASICOS (Múltiples ediciones)
BARRIE, James Mathew: Peter Pan y Wendy
CARROLL, Lewis: Alicia en el País de las Maravillas
KINGSLEY, Charles: Los niños acuáticos
LEWIS, Clive Staples: serie Las crónicas de Narnia
NESBIT, Edith: Five Children and It


miércoles, 4 de mayo de 2011

el libro electrónico: ¿verdaderamente imprescindible?

Actualmente vivimos la toma de consciencia de que los recursos energéticos fósiles, pero también otras fuentes de energía no renovables como el urano, no son inagotables. Lo mismo ocurre con materias primas necesarias a la electrónica moderna como el coltrán y demás “tierras raras”. Se trata de recursos naturales cuya extracción y utilización dejan, además residuos peligrosos para el medio ambiente y, directamente, para el ser humano.

Sin embargo, ¿cuál es la última gran invención, que sus fabricantes, vendedores y promotores nos presentan como imprescindible y fabulosa? ¡El libro electrónico! Tratan de imponernos así la manera non plus ultra de practicar una de las más viejas y sencillas actividades de la civilización: leer. Así que, desde hoy mismo, nada de gastar la simple energía de nuestros dedos y la aptitud de nuestra vista para pasar las páginas. ¡Hay que modernizarse, hay que disponer de un reader-book (¿acaso podía tener nombre en español algo tan moderno?)! El instrumento es caro y funciona con electricidad, corriente o proporcionada por una batería (pesada, poco durable y contaminante), pero el progreso tiene su precio, ¿no? Así que adiós el obsoleto libro impreso, con su escaso consumo de materias primas no renovables (el papel es esencialmente pulpa de madera, tomada de árboles de crecimiento rápido como el pino, y el agua, la energía y los químicos que exige su producción son bien razonables... y reducibles gracias al sencillo reciclaje de papel).

¿Y cuál es el principal y contundente argumento en favor del soporte de lectura caro al hombre moderno? Su capacidad para contener decenas, cientos quizás, de obras; cuya renovación será, además permanente. Basta de enojosas estanterías, que nos privan en el salón del espacio indispensable para la ancha pantalla del home-movie (otra genial invención de nombre debidamente anglosajón) y bienvenido el libro que podrá realizar la cuadratura del círculo vicioso: más y más títulos descartables... Porque lo que cargan y descargan en sus tabletas de lectura los norteamericanos (primeros conumidores planetarios de e-books... en país donde las librerías son raras) son esencialmente best-sellers: novelas del verano, manuales de autoayuda, biografías de estrellas (fugaces), etc.

Por supuesto, los diccionarios, enciclopedias y obras científicas y divulgativas ganarán con la edición electrónica, pues requieren de continua actualización, y estoy entre los que ya acuden a la información en línea para documentarme y comunicar... Pero lo cierto es que el libro electrónico (y los libros que cuentan con aplicaciones que exploten de manera realmente interesante las posibilidades del hipertexto son todavía pocos) no ha sido concebido para eso, sino para consolidar las prácticas neoliberales que infectan e infestan la producción editorial desde finales del primer milenio. La irracional carrera en pos de las “novedades” acorta hoy, de manera antinatural, la vida de cada título... el cual se ve substituido pour un mero clon o, peor, por sucedáneos que no tienen otra virtud que ser una “novedad” (de inventario, que no estética). Este mundo novelero (que no novelesco) que nos proponen, es ecológicamente insustentable e intelectualmente insubstancial. Lo era ya el vaivén de libros impresos prescindibles y volátiles como “la canción del verano”, pero lo será todavía más en la vorágine virtual de ediciones y libros electrónicos que se nos viene encima.

¿Quién gana con todo esto? ¿El lector voraz y un poco indeciso que podrá irse de vacaciones con quince y no con uno o dos libracos para desconectar durante el verano? ¿El estudioso que podrá continuar consultando la bibliografía para su tesis durante un viaje?... No, esos son afortunados colaterales; el que de veras ganará con todo esto es el nuevo rey del neo-mercado: el intermediario... que gana más que el productor –agricultor o escritor y hasta editor, da lo mismo- hinchándose los bolsillos gracias al “valor añadido” en su lleva y trae, en su quita y pon etiquetas y que vende monopolísticamente: distribuidor o dueño de hipermercados (que los productos culturales y de entretenimentos también tienen sus grandes playas de desembarco).

El concepto de libro con fecha de (rápida) caducidad se ajusta –como su funda a la tableta de lectura- perfectamente al libro electrónico: objeto pensado por su alta capacidad de almacenaje y renovación de “contenidos”.

El capitalismo neoliberal y la economía del desperdicio saben muy bien hacer esto: fabricarnos la necesidad del producto antes de fabricar el producto mismo: Tengamos todos libros electrónicos para poderlos cargar con títulos insubstanciales cuya adquisición nos pesará menos puesto que será tan fácil borrarlos de la memoria (de la nuestra y de la memoria del e-book).

Porque de lo que se trata es de aumentar la producción de títulos descartables ya que... ¿Quién se anima a tirar un contundente Quijote, Hermanos Karamazov o Cien años de soledad, bellamente impreso si el caso? En cambio, tirar La insustancial Nadería de Don Pepe Nicuenta para cargar un nuevo tomo de Se te olvida si estornudas, de Mike Anything, resultará perfectamente natural y hasta gozozo. ¿Cuánto se apuestan a que la tecla “delete” de los libros electrónicos será grande y ergonómica?

mi primera máquina (1975-1979)

mi primera máquina (1975-1979)
biblioteca martí, santa clara, cuba, 1993
Comencé a escribir a mano, claro. Primero con lápiz (usaba los de dibujo, de mina muy dura, para no tener que estar sacando punta continuamente; así comencé a gastarme la vista y a los 15 años ya usaba gafas -"espejuelos" decimos en Cuba- de aumento). Luego pasé a los por entonces escasos bolígrafos. Cuando a mediados de los años 1970 quise comenzar a compartir mis escritos con los colegas de taller de escritura o presentarlos a premios literarios, comencé por acudir a alguna colega o amiga mecanógrafa. Una bibliotecaria de Sala Juvenil de la Biblioteca Provincial de Santa Clara tecleó mi primera novela (que ilustré... a mano, claro) y mandé al Premio UNEAC 1977. Pero mis obras eran largas y ella tenía mucho trabajo. Así comencé a teclear yo mismo en la Underwood de la foto: una máquina prehistórica, pero muy bien cuidada y de tipos redondos.
Fue al año siguiente que un amigo mexicano que partía de vacaciones, me dejó su moderna máquina portátil. En ella aprendí a teclear según las reglas del arte y mecanografié mi segunda novela, por primera vez de la primera a la última letra.
De mis máquinas posteriores no guardé ni el recuerdo de una foto, y tampoco de la máquina electrónica que utilicé durante mi estancia en Brasil '1989-1991) ni de mi primer ordenador, un Compaq portable que me acompañó 8 años. Pero esta ya es otra historia, porque en él comencé a escribir directamente sobre un teclado; abandonando para siempre la versión manuscrita previa y el enojoso mecanografiado ulterior
Lo dicho; esa es otra historia.

traducido a persa, hindi, coreano, tamul, catalán y tantos otros

traducido a persa, hindi, coreano, tamul, catalán y tantos otros
Olinda, la bella durmiente fue mi primer artículo publicado en el Correo de la UNESCO, me procuró traducciones a decenas de lenguas... en las que a veces ni siquiera supe separar mi nombre del título del artículo

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