el mago del cuento... soy yo

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autorretrato inédito en libro, inicialmente concebido para "Sopa de sol"

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viernes, 3 de abril de 2020

cuento de cuento



Un cuento de cuento

A mí no me gusta contar cuentos. Lo que me gusta es inventarlos. O, mejor aún, encontrarlos en mi camino.
Y, justamente, un día salgo yo de mi casa y me encuentro con un cuento.
–Hola, cuento –le digo–. ¿Qué haces por aquí?
–Pues nada –me responde–. Salí a tomar el fresco.
–¿El fresco? ¡Pero si estamos en invierno y hace un frío que pela!
–Es que yo soy un cuento polar.
De entrada, creí que me estaba tomando el pelo. Pero lo miré bien y me di cuenta de que era blanco, lanudo y gordo. Cierta cara de oso tenía.

–¿Y no deberías dormir durante el invierno?
–Sí, eso debería hacer; como los osos… polares, pardos o pandas. Pero es que no solo soy un cuento polar. También soy un cuento desvelado; insomne, vaya… Y para dormir, necesito que me cuenten un cuento.
–¿Un cuento de invierno?
–De preferencia. Pero también puede ser de otoño, o primaveral. Incluso me va un cuento de verano. Con tal de que sea bueno…
Lo sentí como un desafío. Yo soy escritor y eso de los cuentos es lo mío. Así que me puse a contarle el mejor que me sé.
El cuento polar se durmió enseguida… Pero entonces apareció un policía y me dijo:
–Oiga zeñor (así lo pronunció: “zeñor”), en la vía pública no ze pueden abandonar ocjetoz (así dijo: “ocjetoz”).
–¿Qué objeto? –pregunté yo, despistado.

Eze –así dijo mi policía, que era zeloso y zezeante.
Dormido como estaba, el cuento polar parecía un objeto voluminoso. Blanco y lanudo, pero objeto al fin.
Le expliqué al policía que aquello que tan poco objetivamente él juzgaba, era un cuento dormido.
–Así que tratando de burlarze de la autoridad, ¿no? –rezongó–. Ziudadano, uztéz agrava zu cazo.

Le juré hablaba en serio. El murmuró: “Loco y todo, no tiene derecho a abandonar ocjetoz en la vía pública”. Y sacó una cinta métrica con la que se puso a medir lo que para él era un objeto abandonado.
–¿Qué hace? –le pregunté.
–Calcular el importe de zu multa. Y por lo que veo le van a salir unos cinco mil pesos.

–¡Cinco mil pesos! ¡Con la cantidad que cuentos que tengo yo que escribir para llegar a eso!
Desesperado, le expliqué lo ocurrido antes de su llegada. No pareció prestarme atención hasta que dije que ahora él también formaba parte de un cuento.
–¡Pamplinaz! –respondió–. Loz policíaz nunca zalimoz en loz cuentoz. En loz cuentoz zalen loboz, abuelaz, caperuzitaz, leñadorez, prínzipez y brujaz. A vezes apareze también un zapo, que ez el mizmo prínzipe encantado por la bruja… Pero de polizíaz, ¡nada!
–¡Precisamente! –grité enseguida–. Usted será el primer policía de cuento. Un policía amable, comprensivo, tolerante…
Entonzes nadie ze dará cuenta de que habla de mí. Zi uzté ez ezcritor como dize, debería zaber que tiene que dezcribir a sus personajez con realizmo.
El policía hablaba como un crítico literario; en plan complicado y aburrido. Y los cuentos polares, como ya dije, solo duermen cuando escuchan una buena historia. Así que mi cuento se despertó, y como era gordo, lanudo y blanco, y tenía apetito de oso, nos comió al policía y a mí…
¡Y este cuento se acabó!

Joel Franz Rosell


mi primera máquina (1975-1979)

mi primera máquina (1975-1979)
biblioteca martí, santa clara, cuba, 1993
Comencé a escribir a mano, claro. Primero con lápiz (usaba los de dibujo, de mina muy dura, para no tener que estar sacando punta continuamente; así comencé a gastarme la vista y a los 15 años ya usaba gafas -"espejuelos" decimos en Cuba- de aumento). Luego pasé a los por entonces escasos bolígrafos. Cuando a mediados de los años 1970 quise comenzar a compartir mis escritos con los colegas de taller de escritura o presentarlos a premios literarios, comencé por acudir a alguna colega o amiga mecanógrafa. Una bibliotecaria de Sala Juvenil de la Biblioteca Provincial de Santa Clara tecleó mi primera novela (que ilustré... a mano, claro) y mandé al Premio UNEAC 1977. Pero mis obras eran largas y ella tenía mucho trabajo. Así comencé a teclear yo mismo en la Underwood de la foto: una máquina prehistórica, pero muy bien cuidada y de tipos redondos.
Fue al año siguiente que un amigo mexicano que partía de vacaciones, me dejó su moderna máquina portátil. En ella aprendí a teclear según las reglas del arte y mecanografié mi segunda novela, por primera vez de la primera a la última letra.
De mis máquinas posteriores no guardé ni el recuerdo de una foto, y tampoco de la máquina electrónica que utilicé durante mi estancia en Brasil '1989-1991) ni de mi primer ordenador, un Compaq portable que me acompañó 8 años. Pero esta ya es otra historia, porque en él comencé a escribir directamente sobre un teclado; abandonando para siempre la versión manuscrita previa y el enojoso mecanografiado ulterior
Lo dicho; esa es otra historia.

traducido a persa, hindi, coreano, tamul, catalán y tantos otros

traducido a persa, hindi, coreano, tamul, catalán y tantos otros
Olinda, la bella durmiente fue mi primer artículo publicado en el Correo de la UNESCO, me procuró traducciones a decenas de lenguas... en las que a veces ni siquiera supe separar mi nombre del título del artículo

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