el mago del cuento... soy yo

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autorretrato inédito en libro, inicialmente concebido para "Sopa de sol"

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miércoles, 4 de mayo de 2011

el libro electrónico: ¿verdaderamente imprescindible?

Actualmente vivimos la toma de consciencia de que los recursos energéticos fósiles, pero también otras fuentes de energía no renovables como el urano, no son inagotables. Lo mismo ocurre con materias primas necesarias a la electrónica moderna como el coltrán y demás “tierras raras”. Se trata de recursos naturales cuya extracción y utilización dejan, además residuos peligrosos para el medio ambiente y, directamente, para el ser humano.

Sin embargo, ¿cuál es la última gran invención, que sus fabricantes, vendedores y promotores nos presentan como imprescindible y fabulosa? ¡El libro electrónico! Tratan de imponernos así la manera non plus ultra de practicar una de las más viejas y sencillas actividades de la civilización: leer. Así que, desde hoy mismo, nada de gastar la simple energía de nuestros dedos y la aptitud de nuestra vista para pasar las páginas. ¡Hay que modernizarse, hay que disponer de un reader-book (¿acaso podía tener nombre en español algo tan moderno?)! El instrumento es caro y funciona con electricidad, corriente o proporcionada por una batería (pesada, poco durable y contaminante), pero el progreso tiene su precio, ¿no? Así que adiós el obsoleto libro impreso, con su escaso consumo de materias primas no renovables (el papel es esencialmente pulpa de madera, tomada de árboles de crecimiento rápido como el pino, y el agua, la energía y los químicos que exige su producción son bien razonables... y reducibles gracias al sencillo reciclaje de papel).

¿Y cuál es el principal y contundente argumento en favor del soporte de lectura caro al hombre moderno? Su capacidad para contener decenas, cientos quizás, de obras; cuya renovación será, además permanente. Basta de enojosas estanterías, que nos privan en el salón del espacio indispensable para la ancha pantalla del home-movie (otra genial invención de nombre debidamente anglosajón) y bienvenido el libro que podrá realizar la cuadratura del círculo vicioso: más y más títulos descartables... Porque lo que cargan y descargan en sus tabletas de lectura los norteamericanos (primeros conumidores planetarios de e-books... en país donde las librerías son raras) son esencialmente best-sellers: novelas del verano, manuales de autoayuda, biografías de estrellas (fugaces), etc.

Por supuesto, los diccionarios, enciclopedias y obras científicas y divulgativas ganarán con la edición electrónica, pues requieren de continua actualización, y estoy entre los que ya acuden a la información en línea para documentarme y comunicar... Pero lo cierto es que el libro electrónico (y los libros que cuentan con aplicaciones que exploten de manera realmente interesante las posibilidades del hipertexto son todavía pocos) no ha sido concebido para eso, sino para consolidar las prácticas neoliberales que infectan e infestan la producción editorial desde finales del primer milenio. La irracional carrera en pos de las “novedades” acorta hoy, de manera antinatural, la vida de cada título... el cual se ve substituido pour un mero clon o, peor, por sucedáneos que no tienen otra virtud que ser una “novedad” (de inventario, que no estética). Este mundo novelero (que no novelesco) que nos proponen, es ecológicamente insustentable e intelectualmente insubstancial. Lo era ya el vaivén de libros impresos prescindibles y volátiles como “la canción del verano”, pero lo será todavía más en la vorágine virtual de ediciones y libros electrónicos que se nos viene encima.

¿Quién gana con todo esto? ¿El lector voraz y un poco indeciso que podrá irse de vacaciones con quince y no con uno o dos libracos para desconectar durante el verano? ¿El estudioso que podrá continuar consultando la bibliografía para su tesis durante un viaje?... No, esos son afortunados colaterales; el que de veras ganará con todo esto es el nuevo rey del neo-mercado: el intermediario... que gana más que el productor –agricultor o escritor y hasta editor, da lo mismo- hinchándose los bolsillos gracias al “valor añadido” en su lleva y trae, en su quita y pon etiquetas y que vende monopolísticamente: distribuidor o dueño de hipermercados (que los productos culturales y de entretenimentos también tienen sus grandes playas de desembarco).

El concepto de libro con fecha de (rápida) caducidad se ajusta –como su funda a la tableta de lectura- perfectamente al libro electrónico: objeto pensado por su alta capacidad de almacenaje y renovación de “contenidos”.

El capitalismo neoliberal y la economía del desperdicio saben muy bien hacer esto: fabricarnos la necesidad del producto antes de fabricar el producto mismo: Tengamos todos libros electrónicos para poderlos cargar con títulos insubstanciales cuya adquisición nos pesará menos puesto que será tan fácil borrarlos de la memoria (de la nuestra y de la memoria del e-book).

Porque de lo que se trata es de aumentar la producción de títulos descartables ya que... ¿Quién se anima a tirar un contundente Quijote, Hermanos Karamazov o Cien años de soledad, bellamente impreso si el caso? En cambio, tirar La insustancial Nadería de Don Pepe Nicuenta para cargar un nuevo tomo de Se te olvida si estornudas, de Mike Anything, resultará perfectamente natural y hasta gozozo. ¿Cuánto se apuestan a que la tecla “delete” de los libros electrónicos será grande y ergonómica?

mi primera máquina (1975-1979)

mi primera máquina (1975-1979)
biblioteca martí, santa clara, cuba, 1993
Comencé a escribir a mano, claro. Primero con lápiz (usaba los de dibujo, de mina muy dura, para no tener que estar sacando punta continuamente; así comencé a gastarme la vista y a los 15 años ya usaba gafas -"espejuelos" decimos en Cuba- de aumento). Luego pasé a los por entonces escasos bolígrafos. Cuando a mediados de los años 1970 quise comenzar a compartir mis escritos con los colegas de taller de escritura o presentarlos a premios literarios, comencé por acudir a alguna colega o amiga mecanógrafa. Una bibliotecaria de Sala Juvenil de la Biblioteca Provincial de Santa Clara tecleó mi primera novela (que ilustré... a mano, claro) y mandé al Premio UNEAC 1977. Pero mis obras eran largas y ella tenía mucho trabajo. Así comencé a teclear yo mismo en la Underwood de la foto: una máquina prehistórica, pero muy bien cuidada y de tipos redondos.
Fue al año siguiente que un amigo mexicano que partía de vacaciones, me dejó su moderna máquina portátil. En ella aprendí a teclear según las reglas del arte y mecanografié mi segunda novela, por primera vez de la primera a la última letra.
De mis máquinas posteriores no guardé ni el recuerdo de una foto, y tampoco de la máquina electrónica que utilicé durante mi estancia en Brasil '1989-1991) ni de mi primer ordenador, un Compaq portable que me acompañó 8 años. Pero esta ya es otra historia, porque en él comencé a escribir directamente sobre un teclado; abandonando para siempre la versión manuscrita previa y el enojoso mecanografiado ulterior
Lo dicho; esa es otra historia.

traducido a persa, hindi, coreano, tamul, catalán y tantos otros

traducido a persa, hindi, coreano, tamul, catalán y tantos otros
Olinda, la bella durmiente fue mi primer artículo publicado en el Correo de la UNESCO, me procuró traducciones a decenas de lenguas... en las que a veces ni siquiera supe separar mi nombre del título del artículo

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