el mago del cuento... soy yo

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autorretrato inédito en libro, inicialmente concebido para "Sopa de sol"

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martes, 13 de agosto de 2013

un cuento para el verano: El viejito Undiente



EL VIEJITO UNDIENTE



a Fernando Lobato Rey

El viejito Undiente es abuelo de todos los niños de País Leído. Al principio tuvo de nieto al hijo de su hijo, como todo el mundo, pero después de que este niño (Ertico se llama) le contó a sus amiguitos las cosas maravillosas de su abuelo, todos los amiguitos quisieron ser nietos de Undiente, y después los amiguitos de los amiguitos, y a continuación los amiguitos de los amiguitos de los amiguitos... Hasta que todos los niños de País Leído fueron nietos del viejito Undiente.

“Pero...”, dirán las personas sensatas, “¿Qué puede haber de maravilloso en un sujeto que ni siquiera dispone de una buena dentadura postiza? Porque eso de andar un viejazo con un solo diente, como si fuera un bebito...”

A lo mejor tú piensas, como yo, que el valor de una persona no está en la cantidad de dientes, de pelo, de juguetes o zapatos que tenga. Pero el colmo es que el diente de Undiente no es ni siquiera SU diente.

La dentadura entera la perdió comiendo maíz tostado, y ese cuadradito blanco que luce solitario en su sonrisa es uno que le consigue su amigo el ratón Bueno.

Cada noche, el bendito roedor sale a recorrer las casas donde hay niños en edad de perder sus dientes de leche, para cambiárselos, con la Magia de la Almohada, por un centavo reluciente.

El problema es que ya los niños no esconden sus dientes de leche. Porque nadie les habla de la Magia de la Almohada, porque no creen en el ratón Bueno, o simplemente porque nadie aprecia hoy los centavos, por relucientes que sean.

Por eso el viejito, que antes podía lucir treinta y dos cuadraditos blancos, ahora sólo lleva en la boca un diente de leche.

Y eso gracias a que todavía, de vez en cuando, uno que otro niño de País Leído guarda dientes bajo la almohada, en espera del ratón Bueno.


Un centavo es poca cosa. No sirve para comprar una dentadura postiza, dos pares de zapatos, tres montones de juguetes o para abrir una cuenta en el banco más chiquito.

Pero un centavo basta para conseguir el pedacito de felicidad con que el viejito Undiente les sonríe a los niños de País Leído.


Joel Franz Rosell

(La Habana, 1987)








Tomado de “Sopa de sol y otros juegos de la imaginación”. Buenos Aires. Editorial Tinta Fresca, 2011

http://cuentosdelmagodelcuento.blogspot.fr/p/sopa-de-sol.html

mi primera máquina (1975-1979)

mi primera máquina (1975-1979)
biblioteca martí, santa clara, cuba, 1993
Comencé a escribir a mano, claro. Primero con lápiz (usaba los de dibujo, de mina muy dura, para no tener que estar sacando punta continuamente; así comencé a gastarme la vista y a los 15 años ya usaba gafas -"espejuelos" decimos en Cuba- de aumento). Luego pasé a los por entonces escasos bolígrafos. Cuando a mediados de los años 1970 quise comenzar a compartir mis escritos con los colegas de taller de escritura o presentarlos a premios literarios, comencé por acudir a alguna colega o amiga mecanógrafa. Una bibliotecaria de Sala Juvenil de la Biblioteca Provincial de Santa Clara tecleó mi primera novela (que ilustré... a mano, claro) y mandé al Premio UNEAC 1977. Pero mis obras eran largas y ella tenía mucho trabajo. Así comencé a teclear yo mismo en la Underwood de la foto: una máquina prehistórica, pero muy bien cuidada y de tipos redondos.
Fue al año siguiente que un amigo mexicano que partía de vacaciones, me dejó su moderna máquina portátil. En ella aprendí a teclear según las reglas del arte y mecanografié mi segunda novela, por primera vez de la primera a la última letra.
De mis máquinas posteriores no guardé ni el recuerdo de una foto, y tampoco de la máquina electrónica que utilicé durante mi estancia en Brasil '1989-1991) ni de mi primer ordenador, un Compaq portable que me acompañó 8 años. Pero esta ya es otra historia, porque en él comencé a escribir directamente sobre un teclado; abandonando para siempre la versión manuscrita previa y el enojoso mecanografiado ulterior
Lo dicho; esa es otra historia.

traducido a persa, hindi, coreano, tamul, catalán y tantos otros

traducido a persa, hindi, coreano, tamul, catalán y tantos otros
Olinda, la bella durmiente fue mi primer artículo publicado en el Correo de la UNESCO, me procuró traducciones a decenas de lenguas... en las que a veces ni siquiera supe separar mi nombre del título del artículo

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