dibujo de Thomas Simplet (en 1992 tenía unos 7 años) que me inspiró para la escritura de ese cuento |
EL PAJARO EN EL CAMINO
(improvisación al teclado)*
El pájaro viene, o acaso va, por un camino negro de
piedras verdes.
El pájaro tiene dos picos: uno delante y el otro detrás;
por eso difícilmente se sabe si viene o si va. Solamente quien conoce muy bien
su camino puede saber a qué atenerse respecto a tan extraordinaria criatura. El
pájaro de dos picos devora el camino por el que avanza y con el pico que tiene
detrás crea, como un canto singular, un nuevo camino. Lo dicho, quien conoce
bien su camino no tiene problemas con este pájaro imprevisto, pero también se
priva de insospechables aventuras. Andar por un camino que de repente se
transforma en música tiene sus ventajas; sobre todo si se trata de un camino
polvoriento.
Paseaba
yo por el campo en un excepcional día de verano. Una triple nube: anaranjada,
azul y violeta cubría una parte del cielo claro. La hierba olía bien, hacía
calor y cantaban las cigarras.
De
repente apareció frente a mí el pájaro de dos picos. Me miró con su ojito
negro, brillante como el agua de un pozo profundo, y de un picotazo se comió un
tramo de camino de por lo menos vara y media. El pájaro parecía simpático y no
creo que abrigara la menor perjudicarme, pero su apetito era visiblemente inaplazable.
Di pues un prudente salto al costado y desde la cuneta lo vi avanzar con el
pico abierto, devorando tranquilamente el camino.
Entonces
comprendí que mi situación era mucho más extraña de lo hubiera podido imaginar.
El pájaro hacía desaparecer el camino por donde yo había llegado, pero con el
pico de atrás creaba un nuevo camino. De manera que no solamente yo no podía
llegar al lugar que había previsto, sino que tampoco podía regresar a mi casa,
ni alcanzar sitio conocido alguno.
En
otras circunstancias me habría alarmado, pero no en las que enmarcaban los
hechos que relato. La guerra de Yugoslavia se había extendido a mi calle,
llamada calle Y, y mi casa había sido destruida por varias bombas de
fabricación casera (una segunda coincidencia nunca es casual).
El
camino que el pájaro iba cantando delante de mí no tenía nada de inhóspito. En
vez de estar constituido de tierra, adoquines o asfalto, lo formaba una
sustancia negra, muy densa y firme, pero suave como caucho, sobre la cual
reposaban redondeles de hierba verde y jugosa. Me incliné para examinar uno de
ellos y noté con asombro que estaba constituido por infinitos rascacielos en
miniatura. Maravillado por este descubrimiento, recogí la "piedra"
(es a lo que más se parecía: a una piedra de camino), pero al acercarla a mi ojos
advertí que lejos de semejar edificios, los filamentos verdes eran otros tantos
cilindros que se hundían hacia el centro de la piedra. Estuve a punto de ser tragado
por la “piedra” pues los filamentos tenían la peculiaridad de dilatarse hasta
superar la talla de quien tuviera la mala idea de rozarlos con el dedo.
Volví
a colocar el extraño objeto en su lugar... Es decir, al lado de donde había
estado antes, pues al yo levantarlo, la masa negra e inerte que formaba el camino se había encabritado como un gel en furiosa
ebullición, dando origen a una nueva cosa verde. De ésta saltaron diminutos
fuegos de artificios al volver su compañera al suelo. Estoy persuadido de que,
derrotada mi curiosidad, los cilindros verdes habían vuelto a ser diminutos
rascacielos, evidentemente habitados (nunca sabremos por quién).
Decidí
continuar adelante.
El
pájaro de dos picos había desaparecido.
Supongo que había saciado su apetito, porque al cabo de unos minutos de marcha
me encontré en el camino original. Al parecer, la criatura había levantado el
vuelo, pero antes había hecho su caca: dos enormes esferas anaranjadas, con una
piel semejante a la de las piñas, pero delicada como trinos de canario. Del
interior de una de las esferas salía una música bella e intensa. Se la veía
claramente, alzándose en la brisa y provocando en el paisaje una turbulencia semejante
a las que provoca el aire recalentado sobre las autopistas del verano.
La
música era evidentemente orquestal. Las notas eran muchas, pero el pentagrama
no arañaba las hojas de los árboles al atravesarlas. De vez en cuando se veía
el destello ultravioleta de un do
sostenido o caía al suelo la cáscara rota y tibia de un re mayor. La melodía era húmeda. De
hecho, no recuerdo tal impresión de agua desde que escuché el Vals bajo las olas en el submarino amarillo
del profesor Tornasol.
Tras
la larga sequía de aquel año, un concierto así de mojado resultaba más que
oportuno. Pero yo recién salía de un pertinaz resfriado y preferí acercarme a
la otra "piña".
Inmediatamente
sentí la corriente de antipatía que circulaba entre las dos. Siempre me preguntaré
cómo, un mismo pico trasero de pájaro devorador de caminos, pudo engendrar cosas
tan diferentes. La respuesta del enigma está, sin duda, dentro de las “piñas”;
pero ¿quién se atreverá a realizarles la autopsia? No existe bisturí bastante
delicado para cortar pieles tan aterciopeladas, y por otra parte, los cirujanos
forenses son famosos por su pésimo oído musical y nunca podrían leer entre los
arpegios que (hasta ahí hemos llegado a saber) rellenan las "piñas".
La
segunda deposición del pájaro de dos picos era decididamente antiestética.
Es
una actitud que conozco muy bien, pues durante nueve años trabajé en un organismo
dedicado a difundir la misma postura entre la población. En realidad yo no
hacía nada en aquella institución. Me habían nombrado allí justamente para
castigar mi desvergonzada parcialidad respecto a la cultura. Reconozco que en
cuanto veo las huellas del paso de una cultura (de la especie que sea) corro a
besar el contorno interior, hacia el talón, allí donde se le insinúa el azul de
la ‘u’.
Deduzco
que mi comportamiento reprobable y vicioso me lo contagió una tía‑abuela muy
aficionada a las novelas radiales, pero igual podría ser consecuencia de las
repetidas insolaciones que sufrí durante mi primera adolescencia. Creía yo que
el tono purpúreo de mi piel me protegía del sol amontillado de mi país natal, y
cuando descubrí mi error ya era demasiado tarde.
El
caso es que me acerqué a la segunda "piña", que irradiaba un agradable
fresquito. La sutil frescura disimulaba perfectamente el olor a azufre y no tuve
tiempo de lanzarme a la cuneta antes de la explosión; una explosión de celos que
me hizo volar por los aires.
Pasado
un plazo razonable, me di cuenta de que no descendía.
Ante
la imposibilidad de prolongar este relato indefinidamente, no me queda otro
remedio que acudir a un final abierto...
Aunque
también pudiera acudir a una cita salvadora:
"La clave del camino,
más que en sus bifurcaciones,
su sospechoso comienzo
o su dudoso final,
está en el cáustico humor
de su doble sentido.
Siempre se llega,
pero a otra parte".
Roberto Juarroz
* Este es el primer texto que escribí directamente en computadora (ordenador). Fue a finales de 1992, cuando comencé a utilizar la Compaq que mi esposa había traído de Francia a nuestro hogar en Copenhague. Era, por supuesto, una máquina de pantalla negra y legras grises (con opción de invertir los colores) con sistema DOS. Hasta entonces yo escribía a mano y luego "pasaba a máquina (de escribir, naturalmente)". Al descubrir la rapidez de la escritura en computadora, comparable a la rapidez del pensamiento, mi escritura se liberó y completó la evolución que venía experimentando desde 1986. A partir de este texto, prácticamente toda mi obra (29 libros publicados y no pocos inéditos, así como no menos de un centenar de artículos) los he escrito directamente en computadora (ordenador, como decimos en Francia y en España)... aunque sigo teniendo decenas de cuadernos de apuntes.
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