Un cuento de cuento
A mí no me gusta
contar cuentos. Lo que me gusta es inventarlos. O, mejor aún, encontrarlos en
mi camino.
Y,
justamente, un día salgo yo de mi casa y me encuentro con un cuento.
–Hola,
cuento –le digo–. ¿Qué haces por aquí?
–Pues
nada –me responde–. Salí a tomar el fresco.
–¿El
fresco? ¡Pero si estamos en invierno y hace un frío que pela!
–Es
que yo soy un cuento polar.

–¿Y
no deberías dormir durante el invierno?
–Sí,
eso debería hacer; como los osos… polares, pardos o pandas. Pero es que no solo
soy un cuento polar. También soy un cuento desvelado; insomne, vaya… Y para
dormir, necesito que me cuenten un cuento.
–¿Un
cuento de invierno?
–De
preferencia. Pero también puede ser de otoño, o primaveral. Incluso me va un
cuento de verano. Con tal de que sea bueno…
Lo
sentí como un desafío. Yo soy escritor y eso de los cuentos es lo mío. Así que
me puse a contarle el mejor que me sé.
El
cuento polar se durmió enseguida… Pero entonces apareció un policía y me dijo:
–Oiga
zeñor
(así lo pronunció: “zeñor”), en la vía pública no ze pueden abandonar ocjetoz
(así dijo: “ocjetoz”).
–¿Qué
objeto? –pregunté yo, despistado.
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–Eze –así dijo mi policía, que era zeloso
y zezeante.
Dormido como estaba, el cuento polar parecía un objeto
voluminoso. Blanco y lanudo, pero objeto al fin.
Le expliqué al policía que aquello que tan poco
objetivamente él juzgaba, era un cuento dormido.
–Así
que tratando de burlarze de la autoridad, ¿no?
–rezongó–. Ziudadano, uztéz agrava zu
cazo.
Le juré hablaba en serio. El murmuró: “Loco y todo, no
tiene derecho a abandonar ocjetoz en la vía pública”. Y sacó
una cinta métrica con la que se puso a medir lo que para él era un objeto
abandonado.
–¿Qué hace? –le pregunté.
–Calcular el importe de zu multa. Y por lo que
veo le van a salir unos cinco mil pesos.
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–¡Cinco mil pesos! ¡Con la cantidad que cuentos que tengo
yo que escribir para llegar a eso!
Desesperado, le expliqué lo ocurrido antes de su llegada.
No pareció prestarme atención hasta que dije que ahora él también formaba parte
de un cuento.
–¡Pamplinaz! –respondió–. Loz
policíaz nunca zalimoz en loz cuentoz. En loz
cuentoz
zalen loboz, abuelaz, caperuzitaz, leñadorez, prínzipez y brujaz. A vezes
apareze también un zapo, que ez el mizmo
prínzipe
encantado por la bruja… Pero de polizíaz, ¡nada!
–¡Precisamente! –grité enseguida–. Usted será el primer
policía de cuento. Un policía amable, comprensivo, tolerante…
–Entonzes nadie ze dará cuenta de que
habla de mí. Zi uzté ez ezcritor como dize, debería zaber que tiene que dezcribir
a sus personajez con realizmo.
El policía hablaba como un crítico literario; en plan
complicado y aburrido. Y los cuentos polares, como ya dije, solo duermen cuando
escuchan una buena historia. Así que mi cuento se despertó, y como era gordo,
lanudo y blanco, y tenía apetito de oso, nos comió al policía y a mí…
¡Y este cuento se acabó!
Joel
Franz Rosell
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