el mago del cuento... soy yo

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autorretrato inédito en libro, inicialmente concebido para "Sopa de sol"

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domingo, 1 de agosto de 2021

Un cuento para la democracia

COLORIN COLORADO, ESTE CUENTO...




ilustración del autor



  

El reino gris se extendía al oeste de unas montañas tras  las cuales nacía cada día un sol de plata. Desde el cielo gris claro, ese sol iluminaba la tierra color de plomo en la cual crecían árboles cuyos troncos, hojas y flores lucían solo matices cenicientos. El reino acababa en un mar que parecía de mercurio hasta por el color de su espuma.

Se diría un país salido de un viejo filme en blanco y negro. Solo que negro, verdaderamente negro, era todo durante la noche, y blanco, verdaderamente blanco, solo era la nada, que incluso en este país excepcional es invisible.

El reino no era gris  solo por fuera, también lo era por dentro: el canto de los pájaros y el vuelo de las mariposas eran grises, y grises también las personas, desde el llanto hasta la risa.

Para estudiar la grisura del reino había cada año un congreso de sabios. Los sabios se dividían en dos grupos: los Interioristas, que culpaban a las personas por la situación del país y los Exterioristas, que responsabilizaban al medio por el espíritu sombrío de sus habitantes. Los Interioristas acababan reprochando a los Exterioristas su "obtuso materialismo" y éstos terminaban por criticar en los otros  su "idealismo ciego". Cada vez, en la clausura del congreso, los sabios acordaban reunirse el año próximo y celebraban ese único acuerdo bebiendo vinos, dulces o secos, de excelente uva grisásea.

El reino gris tenía, claro, su soberano: un rey que se decía descendiente de la Cenicienta, usaba una corona de aluminio adornada con perlas y bolitas de ámbar gris, y dedicaba todas las mañanas a cazar zorros plateados.

Sin embargo, las cosas cambiaron cuando, procedente de las montañas donde nacía el sol, llegó un Príncipe Azul.

El descubrimiento de su color fue un acontecimiento tan extraordinario que el pueblo lo aclamó como nuevo mandatario.

El Rey Gris, en lugar de irse de cacería como todas las mañanas, corrió a la embajada del Polo Norte y pidió asilo político.  

En su primer decreto, el Príncipe Azul declaró:    

el azul no es privilegio real sino derecho de todos los ciudadanos.

Y con eso implantó la República Azul.

En la nueva república todo era alegría y agitación. Había que pintarlo todo de azul: de las piedras a las estrellas, como estaba escrito en el nuevo escudo de la nación.

Trabajaron durante diez años, pero lo consiguieron: el cielo quedó azul celeste y el mar azul marino. Los pájaros, las flores y los insectos eran azul turquí, azul campánula y azul añil; las monedas, azul metálico y los uniformes de los soldados, azul de Prusia.

Pasaron diez años.

El sol (de un azul luminoso), el viento (de un azul invisible) y la lluvia (con sus gotas azul lavanda), fueron gastando los matices del único color de la república, que terminó por no ser otro que azul tristeza.

Comenzaron las discordancias, los rumores y las críticas. Pero los insatisfechos fueron silenciados por los más viejos.

"Lo que pasa es que ustedes no saben como era de gris la vida en nuestra tierra", dijeron.

                           

ilustración de Rui de Oliverira
para la edición brasileña de 1991


Diez años después, lo único que podía contener el descontento era la clara advertencia del Presidente:

¡nada podra derrotar la indudable belleza del azul!

Desde entonces, los inconformes se conformaron con mirar hacia las montañas que azuleaban en la distancia, con la esperanza de un cambio de color.

Pasaron cinco años más.

Y una mañana, parecida a cualquier otra, un niño jugó a que el sol era amarillo, y una vieja contó que había tenido un sueño morado, y una muchacha deseó un vestido rosa y un poeta escribió un largo poema de versos verdes y escarlatas, y...

colorin colorado, este cuento esta empezado...

  

ilustración de Biblioteca de Lastanosa (Francisco Meléndez y Justo Núñez)
 para la edición española de 1995 y 2001

 

Escrito en La Habana, 1989 y publicado en Era uma vez um joven mago. Editora Moderna. São Paulo, 1991 (traducción al portugués de Laura Sandroni) y Los cuentos del mago y el mago del cuento. Ediciones de la Torre. Madrid, 1995/2001)    

 

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mi primera máquina (1975-1979)

mi primera máquina (1975-1979)
biblioteca martí, santa clara, cuba, 1993
Comencé a escribir a mano, claro. Primero con lápiz (usaba los de dibujo, de mina muy dura, para no tener que estar sacando punta continuamente; así comencé a gastarme la vista y a los 15 años ya usaba gafas -"espejuelos" decimos en Cuba- de aumento). Luego pasé a los por entonces escasos bolígrafos. Cuando a mediados de los años 1970 quise comenzar a compartir mis escritos con los colegas de taller de escritura o presentarlos a premios literarios, comencé por acudir a alguna colega o amiga mecanógrafa. Una bibliotecaria de Sala Juvenil de la Biblioteca Provincial de Santa Clara tecleó mi primera novela (que ilustré... a mano, claro) y mandé al Premio UNEAC 1977. Pero mis obras eran largas y ella tenía mucho trabajo. Así comencé a teclear yo mismo en la Underwood de la foto: una máquina prehistórica, pero muy bien cuidada y de tipos redondos.
Fue al año siguiente que un amigo mexicano que partía de vacaciones, me dejó su moderna máquina portátil. En ella aprendí a teclear según las reglas del arte y mecanografié mi segunda novela, por primera vez de la primera a la última letra.
De mis máquinas posteriores no guardé ni el recuerdo de una foto, y tampoco de la máquina electrónica que utilicé durante mi estancia en Brasil '1989-1991) ni de mi primer ordenador, un Compaq portable que me acompañó 8 años. Pero esta ya es otra historia, porque en él comencé a escribir directamente sobre un teclado; abandonando para siempre la versión manuscrita previa y el enojoso mecanografiado ulterior
Lo dicho; esa es otra historia.

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