Fragmento del ensayito que cierra mi libro de cuentos Sopa de sol y otros juegos de la imaginación
publicado en Buenos Aires (Tinta Fresca, 2011).
Mas información sobre este libro en la página Sopa de sol de este mismo blog
¡Qué dura es la vida de los cuentos! Casi tan dura como la vida de los
escritores, que nos pasamos el día y la noche, la madrugada y la hora de la
siesta corriendo tras ellos.
Los
cuentos son criaturas extrañas. Habitan en cualquier parte: en los zaguanes y
tras las estatuas de los parques, en lo profundo de la selva y en el bolso
diminuto de una estrella de cine, en un tubo de ensayo del Hospital
Universitario y en la piedra roja de la sortija de mamá… Pero sobre todo, viven
en los sueños. Cuando se rompe un sueño, en medio de la noche o al despuntar la
mañana, el cascarón queda por ahí, medio invisible y casi siempre con un cuento
adentro: pelón, cegato y piando como un pichón hambriento… Hasta que un escritor
lo descubre y lo salva, escribiéndolo.
Pero
nunca es fácil: ni los cuentos que se esconden en los rincones de la casa ni los
de las ruinas remotas, ni los que se disimulan entre los trastos del sótano del
colegio ni los que viajan en automóviles de lujo… Ningún cuento es fácil de
tratar. Algunos te muerden cuando los recoges y otros se esconden en tu abrigo
del invierno y ahí permanecen, royendo cualquier recuerdo y haciendo un ruido
que casi no se escucha, pero que te impide dormir.
Las
personas que leen mucho y bien, saben que hay cuentos pícaros que se esconden en
los libros. En los que uno escribe y en los de otros escritores; en los libros
buenos, pero sobre todo en libros malogrados. Esos cuentos invisibles, que nadie
ha escrito todavía, fastidian a los personajes ridículos y a las palabras torpes
de los libros malogrados; hasta que unos y otras quedan desenmascarados ante los
ojos del lector más inocente y del autor más distraído. “Esta es la historia del
conejo de la Luna” brincoteaba entre unos tontísimos libros sobre conejitos que
hallé en la biblioteca municipal. Era un cuento invisible, pero decidido, así
que me siguió a casa y se coló, sin pedir permiso, en la primera hoja que puse
en la máquina de escribir.
Puede
ocurrir que un cuento se pose aquí y allá, dejando sus huevitos, titilantes como
estrellas, en el pelo de más de un escritor. No siempre resulta fácil saber si
dos escritores tuvieron una idea parecida al mismo tiempo, o si uno influyó
(como gustan decir los críticos) al otro. Antonio Orlando Rodríguez publicó hace
tiempo un cuento llamado “Sopa de estrellas” y no sé si lo leí antes de imaginar
mi “Sopa de sol”. Por eso he tomado mis precauciones: porque somos amigos… y
porque Antonio es un famoso espadachín.
Los
cuentos son ladronzuelos que roban en la vida de sus autores. Algunos hacen como
las urracas y atrapan cualquier cosa que brille en el fondo de tu conciencia.
Pero otros son como Arsenio Lupin, el caballero ladrón, y se apoderan de
valiosos secretos de familia; o como Robin Hood, el que quitaba a los ricos para
dar a los pobres; esos cuentos toman grandes trozos de la vida de su autor para
entretener a quienes no tienen tiempo de correr aventuras.
Hay
cuentos bromistas, que pasan y repasan, te hacen muecas, te despeinan, te
revuelven las páginas, te apagan la computadora… mientras tú tratas de
capturarlos con un papel en blanco; para que dejen de hacerte picardías y se las
hagan a los lectores.
En
este libro hay textos que, apenas escritos, hicieron nido en diarios de Cuba y
Ecuador, y tres de ellos incluso se juntaron en un librito tan flaco que todo el
mundo, hasta yo, llamaba “plaquette” a pesar del bonito nombre que le puso un
poeta amigo: Juegos de la imaginación. Esa frase me parece tan adecuada para los
textos del volumen que ahora tienes en las manos, que se la puse como subtítulo
(que viene a ser como el apellido de un libro).
Un
caso especial es el de “La familia espantapájaros”. Ese me lo presté yo mismo
desde un libro llamado Los cuentos del mago y el mago del cuento. Es que me
gusta tejer finos lazos entre mis obras; para que se sepa que forman familia. En
este libro que ya llega a su final, te has encontrado personajes como Ertico o
el Pájaro libro, que corrieron sus mejores aventuras en otros libros, pero
también he usado formas más disimuladas de entretejer (¡a ver si descubres
alguna!) unos relatos con otros.
Los once cuentos de Sopa de
sol; los pálidos y tímidos que nadie había leído, y los bronceados y
bulliciosos, ya publicados, querían hacer nido (hacer libro) juntos. Viejitos
rozagantes o jovencitos con ciencia, descubrieron que eran parientes y se
llevaban bien. Su casa tenía que construirla yo con palabras sólidas, maduras,
propias; aprovechando la experiencia adquirida tras recoger, alimentar y echar
al mundo tantas otras historias: cuentos, novelas y hasta ensayos (esto que lees
es un ensayo, aunque por momentos se dé aires de cuento) que recibieron premios,
pasaron por radio y televisión, se convirtieron en obra de teatro, fotonovela y
en historietas ilustradas, y que tuvieron miles de lectores en países donde he
vivido o no, y en lenguas que comprendo, o tampoco.
Un
libro es una casa, y cada historia necesita vivienda a su gusto . De alguna
manera, la casa de una novela es la novela misma; como son uno el molusco y su
caracol. Pero los cuentos, nacidos distintos, para vivir juntos necesitan una
casa múltiple, que ellos ayudan a construir. Como las abejas, que crean su
colmena con la cera que se sacan del cuerpo y con la música de sus alas. Una
novela es una gran mansión y un libro de cuentos es un edificio de apartamentos;
juntos pero no revueltos.
Edificio o mansión, un libro se construye con los materiales, planos y
cimientos aportados por el escritor con sus historias, ideas y lenguaje. El
ilustrador y el diseñador ponen cuadros en las paredes y florecen el jardín de
la casa. Pero el editor y el impresor son los albañiles que convierten la obra
en esas como cajitas de papel que irán a parar a las manos de miles de lectores.
Con
todo y eso, el trabajo no está terminado. Porque ¿qué es un libro sin lectores?
Un armatoste de papel con manchitas negras y a veces también en colores;
palabras mudas y colores sin luz.
La
verdadera aventura comienza cuando tus manos, Lector, abren la tapa que es la
puerta del libro-casa. Tu imaginación enciende los colores, anima las palabras y
entonces, entonces sí, los cuentos vuelan de nuevo, vuelan para no detenerse
jamás.
Todas las ilustraciones de este artículo las dibujé para una versión a todo color que debió publicarse en Venezuela en 2007 (debió ser mi segundo libro como autor ilustrador).