el mago del cuento... soy yo

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autorretrato inédito en libro, inicialmente concebido para "Sopa de sol"

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martes, 11 de octubre de 2022

día internacional de las niñas: cuento de regalo

 LA NIÑA DEL MAR

A Josefa Hernández Azaret

ilustración del autor. Inédita.

Había una vez una niña y había una vez una caracola. La niña vivía en la caracola y la caracola estaba en el mar.

En el mar entre los peces, los corales y el plancton. En un campo llano y blanco de arena fina, donde ondulaban las esponjas, las anémonas y los hipocampos; esos caballitos de piedra mojada, sin cascos ni relincho.

La niña de la caracola vivía en el mar y lo quería mucho; tanto como el mar la quería a ella.

Por eso cada amanecer iban todos a darle los buenos días: los bichitos del plancton, que se filtraban gozosos por la rejilla de los abanicos de mar, los grandes peces impresionantes y hasta esos vegetales movedizos llamados algas.

"Glub, glub, glub", saludaban los peces.

"Grej, grej", los cangrejos.

"Hip", los hipocampos.

Y los mil bichitos del plancton, que juntos no alcanzaban a formar una boca con la cual decir: “¡Hola! ¿Qué tal?”, pasaban simplemente, con suavidad de sonrisa.

Para todos tenía la niña una frase amable, una burbuja cristalina o una caricia leve como las olas en los fondos.

ilustración de Carolina Farías
Sopa de sol. Tinta Fresca, 2011

 

Sólo un habitante tiene el mar que no ha sido saludado nunca por su niña: el sábalo amargo y hostil, que como piensa mal del mundo entero, odia con los pinchos de sus doscientas espinas a la gente buena.

El sábalo ansiaba destruir a la niña del mar, pero como temía a sus muchos amigos, decidió mandar al pulpo avaricioso, que disimulaba con el atolondramiento de sus ocho brazos la hipocresía de una boca negra.

Y una tarde lo fue a ver.

-Buenas, pulpo.

-¡Hola, paisano! ¿Qué le trae por aquí?

-Nada... Pasaba y me dije: ¿Ya sabrá mi amigo el pulpo lo del tesoro de la niña del mar?

"¡¿Un tesoro?!", pensó el pulpo y dijo con fingida indiferencia:

-No, vecino, nada sé.

-Es una perla.

"¡Una perla!", pensó el pulpo y volvió a responder, aparentando desinterés:

-Chismes, mi amigo; la de la niña no es caracola perlera.

A la mañana siguiente, sin embargo, el pulpo hizo lo que esperaba el sábalo astuto y amargo: fue al campo de arena fina y se puso a chacharear.

Al principio, la niña sólo se asomó un poquito. Sus amigos, que ya se habían ido al trabajo, decían que el pulpo no era de fiar. Pero lo vio tan simpático y amable que acabó pensando que los otros conocían mal al ocho brazos.

Confiada, levantó la tapa de la caracola que era su casa y el pulpo se lanzó, con todos sus tentáculos, a robar el tesoro de la niña del mar.

 


En el campo de arena fina no había nadie para verlo y nadie ha podido contarlo. Pero aunque se lo describieran con detalles, aunque lo hubiera visto con sus chicos ojos, el sábalo no entendería. Por eso sigue hostil y amargo, solitario con sus espinas, sin explicarse cómo es que el pulpo ya no es avaricioso y fingidor, sin comprender porqué el ocho brazos, que ya sabe que no hay perla ninguna, va a saludar cada mañana a la niña, como el mejor de los acuáticos, antes de irse al trabajo.

El sábalo hostil y amargo no acaba de entender que el pulpo sí encontró un tesoro en la caracola de la niña. Un tesoro de bondad que los que tienen los ojos chicos y el alma cargada de espinas no saben ver.

                                                                                   

Tomado de: Sopa de sol y otros cuentos de la imaginación. Tinta fresca. Buenos 

Aires, 2011


La primera versión de este cuento data de 1984, cuando fue estrenado en el periódico provincial Sierra Maestra (Santiago de Cuba) y reapareció unos meses después en la revista nacional Mujeres (La Habana, Cuba). En 1987 lo incluí en el folleto Juegos de la imaginación, publicado por la Dirección de Educación y Cultura del Guayas (Ecuador).

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mi primera máquina (1975-1979)

mi primera máquina (1975-1979)
biblioteca martí, santa clara, cuba, 1993
Comencé a escribir a mano, claro. Primero con lápiz (usaba los de dibujo, de mina muy dura, para no tener que estar sacando punta continuamente; así comencé a gastarme la vista y a los 15 años ya usaba gafas -"espejuelos" decimos en Cuba- de aumento). Luego pasé a los por entonces escasos bolígrafos. Cuando a mediados de los años 1970 quise comenzar a compartir mis escritos con los colegas de taller de escritura o presentarlos a premios literarios, comencé por acudir a alguna colega o amiga mecanógrafa. Una bibliotecaria de Sala Juvenil de la Biblioteca Provincial de Santa Clara tecleó mi primera novela (que ilustré... a mano, claro) y mandé al Premio UNEAC 1977. Pero mis obras eran largas y ella tenía mucho trabajo. Así comencé a teclear yo mismo en la Underwood de la foto: una máquina prehistórica, pero muy bien cuidada y de tipos redondos.
Fue al año siguiente que un amigo mexicano que partía de vacaciones, me dejó su moderna máquina portátil. En ella aprendí a teclear según las reglas del arte y mecanografié mi segunda novela, por primera vez de la primera a la última letra.
De mis máquinas posteriores no guardé ni el recuerdo de una foto, y tampoco de la máquina electrónica que utilicé durante mi estancia en Brasil '1989-1991) ni de mi primer ordenador, un Compaq portable que me acompañó 8 años. Pero esta ya es otra historia, porque en él comencé a escribir directamente sobre un teclado; abandonando para siempre la versión manuscrita previa y el enojoso mecanografiado ulterior
Lo dicho; esa es otra historia.

traducido a persa, hindi, coreano, tamul, catalán y tantos otros

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