el mago del cuento... soy yo

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autorretrato inédito en libro, inicialmente concebido para "Sopa de sol"

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viernes, 17 de julio de 2015

Alicia en el País de las Maravillosas... cifras



En 2015 se cumplen 150 años de la publicación de "Alicia en el País de las Maravillas" ("Alice in Wonderland" mejor pudo traducirse como País de las Preguntas), obra singularísima, quizás la más prestigiosa y famosa de toda la literatura infantil mundial, de Lewis Carroll ("carrol" significa "ronda") un adulto al que le encantaba jugar con niñas y que, en la seria vida "real" se llamaba Charles Lutwig Dogson y era canónigo, lógico y sobre todo matemático.
Las lecturas que se pueden hacer de esta y de las otras sorprendentes obras de Carroll incluyen las más variadas especulaciones acerca de las cifras. El texto que sigue es una de las tantas locuras que se siente uno tentado de proferir tras leerse de un tirón (solo se autorizan algunas pausas para tomar té) Alicia en el País de las Maravillas, A través del espejo, La caza del Snark o cualquier otra obra de Lewis Carroll (evitar, en cambio, las obras de Charles L. Dogson: peligro de ponerse insoportablemente serio).
sombrero
el sombrero que vuelve loco

Palabras de presentación de un sombrero


de copa en el Encuentro de literatura infantil "Una merienda de locos", durante la Feria Internacional del Libro de La Habana (Sociedad Cultural José Martí, 14 al 16 de febrero 2011)

Queridos amigos:

Siempre fui un pésimo estudiante de matemáticas. Cuando no la llevé de extraordinario, la llevé de arrastre, e incluso una vez solo aprobé la matemática arrastrada a extraordinario (lo que es muy poco... ordinario), por no hablar de las dos ocasiones en que por culpa de esa materia debí repetir el grado. La enemistad con las matemáticas es cosa corriente entre los escritores para niños y Charles Ludtwige Dogson, que dedicó toda su vida a la enseñanza de esta ciencia e incluso publicó sesudos trabajos sobre ella, lo pagó con una escisión de su personalidad. Su más agradable mitad -conocida con el nombre de Lewis Carroll- debe la gloria a sus deliciosas y deslumbrantes historias para niños.
En vísperas de mi viaje a Cuba, la misma noche en que compré una chistera semejante a la que lleva el famoso Sombrerero de Alicia en el País de las Maravillas, fui poseído por el espíritu euclidiano de Carroll/Dogson y descubrí que un importante secreto matemático: la extraordinaria importancia de los números 1 y 11 en la vida de Lewis/Charles Ludtwige:

Nuestro admirado escritor nació y murió en enero, primer mes del año
Fue el primer varón de una familia que sumó once niños y niñas
En 1851 matricula en el Christ Church College, de la Universidad de Oxford, donde vivirá hasta su muerte. Dos días después, y por tanto en ese mismo 1851 muere su madre.
Fue un 11 de febrero que el entonces estudiante Charles Ludtwidge Dogson escoge el seudónimo literario de Lewis Carroll; carroll por cierto, significa cancioncilla o ronda en inglés, y ya sabemos el amor que nuestro autor tuvo por esas rondas inglesas conocidas como nursery rhymes y caracterizadas por su liberador non sense.
En 1861 se ordena diácono, pero renuncia a ejercer como pastor. Un año después, durante un paseo en bote con Alice Liddel, improvisa el cuento « Alicia en el mundo subterráneo » que servirá de base a Alicia en el País de las Maravillas.
En 1871 Carroll escribe y publica A través del espejo, novela que comienza con una partida de ajedrez que Alicia gana en ¡11 jugadas!
En 1876, 11 años después de la publicación de Alicia en el País de las Maravillas, publica uno de sus libros más famosos y enigmáticos: La caza del snark.
1881 es el último año en que ejerce como profesor de matemáticas.
En 1891 se reconcilia con la familia Liddel y se reencuentra con Alicia, ya casada. Ese año publica varios tratados de matemática (su obra en este terreno, por cierto, lo ocupó mucho más tiempo y cubrió más páginas que la obra literaria que le abrió las puertas de la fama y el reconocimiento universal).
Y termino estas cuentas sin pies ni cabeza en febrero de 2011, fecha en que me aparezco por primera vez en la Merienda de Locos con la chistera del Sombrerero loco para rendir descabellado homenaje al padre de Alicia.


viernes, 26 de junio de 2015

Cuento de una noche de verano


Los dientes del tenedor coge-sueños de la Abuela.

Había una vez una abuelita que no podía dormir.

Hay bastantes abuelitas y abuelitos que no pueden dormir. Han dormido tanto durante sus largas vidas, que han gastado sus sueños (algunos niños, muy inteligentes, se dan cuenta de que eso puede ocurrirles y por esos se niegan a irse a la cama temprano).

Pero la abuelita de este cuento no hace como otros de sus colegas peinadores de canas, que se quedaban despiertos durante la noche. Ella no contaba ovejas, no leía libros aburridos, no resolvía crucigramas, no se cantaba nanas, no tejía con lana oscura ni jugaba con la sombra de la luna en la pared.

La abuelita que les cuento tenía algo muy especial (por eso es la Abuelita de Este Cuento): un tenedor de “coger sueños que pasan”.
El tenedor tenía un cabo rocoso, con dos palmeras y una ola, también tenía cuatro dientes: el primero era un Diente de Ajo, el segundo era un Diente de Leche, el tercero era un Diente Torcido y el último era un Diente de León.

Con este magnífico tenedor, la abuela siempre lograba coger un sueñecito.
¿Quién no ha tenido un lindo sueño del que después no se acuerda? ¿Quién no se ha pasado una noche apaciblemente dormido sin tener al despertarse ni un solo recuerdo? ¿Quién no ha soñado lo mismo que un amigo, un familiar o un vecino? Todo esto lo explica el tenedor de coger sueños de la abuela Almohadina.

El Diente de Ajo generalmente enganchaba los pesados sueños de quienes se acuestan con la barriga llena. La abuela se veía arrastrada a sueños en que los esquiaba sobre montañas de merengue, nadando en piscina de limonada, dueña de la mayor pastelería del mundo, tocando una flauta de pan o recibiendo con la boca abierta los pasteles de nata lanzados en aquellas viejas películas de Carlitos Chaplin o El gordo y el flaco.
Pero después de esos sueños, la pobre Almohadina se despertaba hambrienta y pasaba el resto de la noche hurgando en el refrigerador.

El Diente de Leche enganchaba sueños de bebitos, sueños blancos, sueños de vacas y sueños de mantequilla, resbalosos y untuosos. Pescar un sueño con el Diente de Leche en una noche de verano no era una aventura feliz porque con el calor del sueño se cortaba fácilmente y, al uno despertarse, embarrado de mantequilla, tenía que buscar el sueño nuevamente.

El Diente de León proporcionaba sueños muy variados: lo mismo sueños perfumados y coloridos, protagonizados por flores, zunzunes y mariposas, que sueños africanos, poblados de animales exóticos, praderas amarillas o selvas impenetrables. Mi abuela sabía que había pescado un sueño de estos cuando al día siguiente sus nietos se quejaban de sus ensordecedores ronquidos.

Así que, por extraño que parezca, la abuela Almohadina prefería capturar sueños con su Diente Torcido. Con este último diente de su tenedor caza-sueños, la abuela estaba segura de no estar segura del tipo de sueño que iba a tener, que era como si estuviera soñando al natural. El Diente Torcido se enganchaba en cualquier cosa y no lo soltaba fácilmente. A veces capturaba las ovejas que contaba algún vecino insomne, o un sueño ajeno, solo a medias, por lo que la abuela y el dueño del sueño podían compartirlo.

Con bastante frecuencia, el Diente Torcido enganchaba pesadillas, pero este no era el desagradable incidente que podrás suponer, puesto que las pesadillas no son otra cosa que sueños torcidos y torcido + torcido = derecho, por lo que toda pesadilla capturada por el Diente Torcido se desinflaba con el pinchazo y se convertía en algo divertido; como las películas de horror cómico…

(escrito probablemente en Brasil, entre junio de 1989 y agosto de 1991) 

viernes, 20 de marzo de 2015

CÓMO CAZAR UN CUENTO SILVESTRE

Voy a serles sincero; hay muchas formas de hacerse con un cuento, pero sólo una es de probada y durable eficacia cuando se trata de auténticos cuentos silvestres: el cazacuentos.


No me iré por las ramas,  contándoles cómo se encuentra, alimenta y adiestra un cazacuentos. Para empezar, porque es un tema complejo que aburriría soberanamente al auditorio, y para concluir porque los cazacuentos son una especie prácticamente extinguida.

Existe un segundo método que permite, con gran margen de seguridad, la captura de un bello ejemplar de cuento silvestre: hacer sonar un cascabel recién abierto en el momento justo en que aterriza el primer rayo de sol dominical.

Pero ¿quién cultiva cascabeles hoy en día? Las matas de cascabel exigen tantos cuidados, tanta sensibilidad y tanto tiempo que... si acaso, poetas jubilados dotados de gran longevidad y de demostrada vocación botánica.

De cualquier manera, un cascabel regalado -aun cuando conservase su fragancia y resonancia de recién nacido- no funciona igual.

A los cuentos silvestres hay que seducirlos, hay que conquistarlos, hay que darles algo muy valioso de uno mismo. Ese algo tiene que ser, como en el amor, genuino y ardiente, pero siempre diferente; como nueva tiene que ser la forma de aproximación. Es por eso que, fuera del cazacuentos o el cascabel recién abierto, los demás métodos de captura de cuentos silvestres sólo puede utilizarlos una única persona y por una única vez.

Ante circunstancias tan restrictivas, se preguntarán ustedes, cómo es posible que haya tantos libros de cuentos rodando por este mundo.

No tendré más remedio que confiarles que hay gentes, indignas de la denominación de cuentistas y cuenteros, que lejos de cazar auténticos cuentos silvestres, los cultivan, simple y llanamente; valiéndose de ingredientes sintéticos, de mejunjes espurios o de olvidadas recetas de alquimistas empeñados en conseguir la famosa piedra ficcional.

Es obvio que ningún cuento de cultivo puede igualar en vigor del vuelo y belleza del canto a un verdadero cuento silvestre. Pero los advenedizos consiguen imitarles el peso del tema, la envergadura de la trama, el colorido de los personajes o la armonía de la prosa. Así, los falsos cuentos engañan a padres, a maestros y bibliotecarios, a editores y críticos... e incluso, a veces, a los niños.

Sin embargo, los peores falsificadores de cuentos son los que, dejando de lado todo escrúpulo, utilizan trampas para capturar cuentos. Estos últimos, aparte de malvados, son tontos.

¿Cómo pretender que un cuento silvestre pueda vivir en cautiverio? ¿Cómo creer que un cuento va a amarles después de haberlo atrapado no sólo mediante engaño sino con la finalidad de mantenerlo enjaulado?... Y finalmente, ¿qué se puede hacer con un cuento encerrado, sometido; un cuento que no puede volar, cantar, perfumar y encantar a todos con sus transformaciones?

La captura de cuentos silvestres no tiene nada que ver con la cacería de animales salvajes. Cuando uno doma a un cuento, no lo despoja de la vida y ni siquiera de su libertad. Cuando uno adopta un cuento silvestre, lo hace feliz porque le quita su único defecto, su desgracia natal: lo arranca del anonimato, de la soledad, del silencio en que hasta entonces había vivido.

Cuando uno se hace con un cuento silvestre es para compartirlo, para volverlo visible, para darle una forma que todos puedan ver, una voz que todos puedan escuchar; para marcarle un origen a partir del cual el cuento -ya no más silvestre y solitario, sino literario y público- puede comenzar a vivir su propia aventura: una aventura siempre cambiante, una aventura que es otra con cada lectura, con cada lector.

Joel Franz Rosell

CÓMO CAZAR UN CUENTO SILVESTRE fue originalmente un artículo publicado en la revista española Peonza, en 1996 y posteriormente incluido en La literatura infantil : un oficio de centauros y sirenas. Buenos Aires. Lugar Editorial, 2001.



mi primera máquina (1975-1979)

mi primera máquina (1975-1979)
biblioteca martí, santa clara, cuba, 1993
Comencé a escribir a mano, claro. Primero con lápiz (usaba los de dibujo, de mina muy dura, para no tener que estar sacando punta continuamente; así comencé a gastarme la vista y a los 15 años ya usaba gafas -"espejuelos" decimos en Cuba- de aumento). Luego pasé a los por entonces escasos bolígrafos. Cuando a mediados de los años 1970 quise comenzar a compartir mis escritos con los colegas de taller de escritura o presentarlos a premios literarios, comencé por acudir a alguna colega o amiga mecanógrafa. Una bibliotecaria de Sala Juvenil de la Biblioteca Provincial de Santa Clara tecleó mi primera novela (que ilustré... a mano, claro) y mandé al Premio UNEAC 1977. Pero mis obras eran largas y ella tenía mucho trabajo. Así comencé a teclear yo mismo en la Underwood de la foto: una máquina prehistórica, pero muy bien cuidada y de tipos redondos.
Fue al año siguiente que un amigo mexicano que partía de vacaciones, me dejó su moderna máquina portátil. En ella aprendí a teclear según las reglas del arte y mecanografié mi segunda novela, por primera vez de la primera a la última letra.
De mis máquinas posteriores no guardé ni el recuerdo de una foto, y tampoco de la máquina electrónica que utilicé durante mi estancia en Brasil '1989-1991) ni de mi primer ordenador, un Compaq portable que me acompañó 8 años. Pero esta ya es otra historia, porque en él comencé a escribir directamente sobre un teclado; abandonando para siempre la versión manuscrita previa y el enojoso mecanografiado ulterior
Lo dicho; esa es otra historia.

traducido a persa, hindi, coreano, tamul, catalán y tantos otros

traducido a persa, hindi, coreano, tamul, catalán y tantos otros
Olinda, la bella durmiente fue mi primer artículo publicado en el Correo de la UNESCO, me procuró traducciones a decenas de lenguas... en las que a veces ni siquiera supe separar mi nombre del título del artículo

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Auteur et illustrateur pour la jeunesse, né à Cuba et naturalisé Français: Auteur de 38 livres

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