el mago del cuento... soy yo

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autorretrato inédito en libro, inicialmente concebido para "Sopa de sol"

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martes, 14 de febrero de 2023

14 de febrero: un cuento de amor


 LA MÚSICA POR EL BALCÓN

En lo alto de nuestro edificio viven un músico y su mujer.

Todas las mañanas, cuando la mujer saca el auto para irse al trabajo, el músico se asoma al balcón y toca el clarinete.

Tocar el clarinete es difícil cantidad, pero de la forma en que él lo hace es más difícil todavía. Como su esposa está cinco pisos más abajo, el músico toca las notas cerradas para que caigan por su propio peso y solo se abran al chocar con el suelo, esparciendo la música alrededor de ella.

La mujer del músico debe trabajar en un lugar muy importante porque siempre la veo con prisa; nunca espera hasta la última nota, cierra la puerta del auto y se va a toda velocidad, conduciendo con una mano y diciendo adiós con la otra.

El músico solo para de tocar cuando el vehículo se pierde tras los árboles de la plaza, y siempre queda un puñado de notas enteras en el suelo.

El conserje, que barre la acera todas las mañanas, las reúne con su escoba y las tira a la basura. Mientras tanto, la presidenta del consejo de vecinos llama al músico para recordarle la Ordenanza Municipal Número Tal, que prohibe lanzar desperdicios a la vía pública.


¡Desperdicios!

Ni la presidenta del consejo de vecinos ni el conserje comprenden nada.

Yo, al principio, tampoco comprendía.

¿Sabes? El balcón de mi apartamento queda exactamente debajo del balcón del músico y una nota más que otra viene a caer entre mis macetas. Yo no me molestaba por eso y todas las mañanas, al regar mis flores olorosas y multicolores, recogía las notas sobrantes y arrancaba las maticas sin color ni olor que crecían aquí y allá.

Pero el verano pasado, a la vuelta de las vacaciones, no encontré ninguna nota extraviada y en cambio hallé las famosas maticas crecidas y llenas de flores, aunque siempre sin color ni olor.

Al primer golpe de brisa lo entendí todo: ¡mi balcón se llenó de música!

Un músico enamorado es primero enamorado y después músico.

Y todos los enamorados arrojan flores a sus enamoradas.

Díganme si miento.



Con el título de "Historia musical" estrené este cuento, en su traducción al portugués por Laura Sandroni, en "Era uma vez um joven mago" (Editora Moderna. São Paulo, 1991) y en la versión definitiva de ese, mi tercer libro publicado: "Los cuentos del mago y el mago del cuento" (Ediciones de la Torre. Madrid, 1995).





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Maria Caridad et Veronica Foz

martes, 11 de octubre de 2022

día internacional de las niñas: cuento de regalo

 LA NIÑA DEL MAR

A Josefa Hernández Azaret

ilustración del autor. Inédita.

Había una vez una niña y había una vez una caracola. La niña vivía en la caracola y la caracola estaba en el mar.

En el mar entre los peces, los corales y el plancton. En un campo llano y blanco de arena fina, donde ondulaban las esponjas, las anémonas y los hipocampos; esos caballitos de piedra mojada, sin cascos ni relincho.

La niña de la caracola vivía en el mar y lo quería mucho; tanto como el mar la quería a ella.

Por eso cada amanecer iban todos a darle los buenos días: los bichitos del plancton, que se filtraban gozosos por la rejilla de los abanicos de mar, los grandes peces impresionantes y hasta esos vegetales movedizos llamados algas.

"Glub, glub, glub", saludaban los peces.

"Grej, grej", los cangrejos.

"Hip", los hipocampos.

Y los mil bichitos del plancton, que juntos no alcanzaban a formar una boca con la cual decir: “¡Hola! ¿Qué tal?”, pasaban simplemente, con suavidad de sonrisa.

Para todos tenía la niña una frase amable, una burbuja cristalina o una caricia leve como las olas en los fondos.

ilustración de Carolina Farías
Sopa de sol. Tinta Fresca, 2011

 

Sólo un habitante tiene el mar que no ha sido saludado nunca por su niña: el sábalo amargo y hostil, que como piensa mal del mundo entero, odia con los pinchos de sus doscientas espinas a la gente buena.

El sábalo ansiaba destruir a la niña del mar, pero como temía a sus muchos amigos, decidió mandar al pulpo avaricioso, que disimulaba con el atolondramiento de sus ocho brazos la hipocresía de una boca negra.

Y una tarde lo fue a ver.

-Buenas, pulpo.

-¡Hola, paisano! ¿Qué le trae por aquí?

-Nada... Pasaba y me dije: ¿Ya sabrá mi amigo el pulpo lo del tesoro de la niña del mar?

"¡¿Un tesoro?!", pensó el pulpo y dijo con fingida indiferencia:

-No, vecino, nada sé.

-Es una perla.

"¡Una perla!", pensó el pulpo y volvió a responder, aparentando desinterés:

-Chismes, mi amigo; la de la niña no es caracola perlera.

A la mañana siguiente, sin embargo, el pulpo hizo lo que esperaba el sábalo astuto y amargo: fue al campo de arena fina y se puso a chacharear.

Al principio, la niña sólo se asomó un poquito. Sus amigos, que ya se habían ido al trabajo, decían que el pulpo no era de fiar. Pero lo vio tan simpático y amable que acabó pensando que los otros conocían mal al ocho brazos.

Confiada, levantó la tapa de la caracola que era su casa y el pulpo se lanzó, con todos sus tentáculos, a robar el tesoro de la niña del mar.

 


En el campo de arena fina no había nadie para verlo y nadie ha podido contarlo. Pero aunque se lo describieran con detalles, aunque lo hubiera visto con sus chicos ojos, el sábalo no entendería. Por eso sigue hostil y amargo, solitario con sus espinas, sin explicarse cómo es que el pulpo ya no es avaricioso y fingidor, sin comprender porqué el ocho brazos, que ya sabe que no hay perla ninguna, va a saludar cada mañana a la niña, como el mejor de los acuáticos, antes de irse al trabajo.

El sábalo hostil y amargo no acaba de entender que el pulpo sí encontró un tesoro en la caracola de la niña. Un tesoro de bondad que los que tienen los ojos chicos y el alma cargada de espinas no saben ver.

                                                                                   

Tomado de: Sopa de sol y otros cuentos de la imaginación. Tinta fresca. Buenos 

Aires, 2011


La primera versión de este cuento data de 1984, cuando fue estrenado en el periódico provincial Sierra Maestra (Santiago de Cuba) y reapareció unos meses después en la revista nacional Mujeres (La Habana, Cuba). En 1987 lo incluí en el folleto Juegos de la imaginación, publicado por la Dirección de Educación y Cultura del Guayas (Ecuador).

domingo, 1 de agosto de 2021

Un cuento para la democracia

COLORIN COLORADO, ESTE CUENTO...




ilustración del autor



  

El reino gris se extendía al oeste de unas montañas tras  las cuales nacía cada día un sol de plata. Desde el cielo gris claro, ese sol iluminaba la tierra color de plomo en la cual crecían árboles cuyos troncos, hojas y flores lucían solo matices cenicientos. El reino acababa en un mar que parecía de mercurio hasta por el color de su espuma.

Se diría un país salido de un viejo filme en blanco y negro. Solo que negro, verdaderamente negro, era todo durante la noche, y blanco, verdaderamente blanco, solo era la nada, que incluso en este país excepcional es invisible.

El reino no era gris  solo por fuera, también lo era por dentro: el canto de los pájaros y el vuelo de las mariposas eran grises, y grises también las personas, desde el llanto hasta la risa.

Para estudiar la grisura del reino había cada año un congreso de sabios. Los sabios se dividían en dos grupos: los Interioristas, que culpaban a las personas por la situación del país y los Exterioristas, que responsabilizaban al medio por el espíritu sombrío de sus habitantes. Los Interioristas acababan reprochando a los Exterioristas su "obtuso materialismo" y éstos terminaban por criticar en los otros  su "idealismo ciego". Cada vez, en la clausura del congreso, los sabios acordaban reunirse el año próximo y celebraban ese único acuerdo bebiendo vinos, dulces o secos, de excelente uva grisásea.

El reino gris tenía, claro, su soberano: un rey que se decía descendiente de la Cenicienta, usaba una corona de aluminio adornada con perlas y bolitas de ámbar gris, y dedicaba todas las mañanas a cazar zorros plateados.

Sin embargo, las cosas cambiaron cuando, procedente de las montañas donde nacía el sol, llegó un Príncipe Azul.

El descubrimiento de su color fue un acontecimiento tan extraordinario que el pueblo lo aclamó como nuevo mandatario.

El Rey Gris, en lugar de irse de cacería como todas las mañanas, corrió a la embajada del Polo Norte y pidió asilo político.  

En su primer decreto, el Príncipe Azul declaró:    

el azul no es privilegio real sino derecho de todos los ciudadanos.

Y con eso implantó la República Azul.

En la nueva república todo era alegría y agitación. Había que pintarlo todo de azul: de las piedras a las estrellas, como estaba escrito en el nuevo escudo de la nación.

Trabajaron durante diez años, pero lo consiguieron: el cielo quedó azul celeste y el mar azul marino. Los pájaros, las flores y los insectos eran azul turquí, azul campánula y azul añil; las monedas, azul metálico y los uniformes de los soldados, azul de Prusia.

Pasaron diez años.

El sol (de un azul luminoso), el viento (de un azul invisible) y la lluvia (con sus gotas azul lavanda), fueron gastando los matices del único color de la república, que terminó por no ser otro que azul tristeza.

Comenzaron las discordancias, los rumores y las críticas. Pero los insatisfechos fueron silenciados por los más viejos.

"Lo que pasa es que ustedes no saben como era de gris la vida en nuestra tierra", dijeron.

                           

ilustración de Rui de Oliverira
para la edición brasileña de 1991


Diez años después, lo único que podía contener el descontento era la clara advertencia del Presidente:

¡nada podra derrotar la indudable belleza del azul!

Desde entonces, los inconformes se conformaron con mirar hacia las montañas que azuleaban en la distancia, con la esperanza de un cambio de color.

Pasaron cinco años más.

Y una mañana, parecida a cualquier otra, un niño jugó a que el sol era amarillo, y una vieja contó que había tenido un sueño morado, y una muchacha deseó un vestido rosa y un poeta escribió un largo poema de versos verdes y escarlatas, y...

colorin colorado, este cuento esta empezado...

  

ilustración de Biblioteca de Lastanosa (Francisco Meléndez y Justo Núñez)
 para la edición española de 1995 y 2001

 

Escrito en La Habana, 1989 y publicado en Era uma vez um joven mago. Editora Moderna. São Paulo, 1991 (traducción al portugués de Laura Sandroni) y Los cuentos del mago y el mago del cuento. Ediciones de la Torre. Madrid, 1995/2001)    

 

viernes, 3 de abril de 2020

cuento de cuento



Un cuento de cuento

A mí no me gusta contar cuentos. Lo que me gusta es inventarlos. O, mejor aún, encontrarlos en mi camino.
Y, justamente, un día salgo yo de mi casa y me encuentro con un cuento.
–Hola, cuento –le digo–. ¿Qué haces por aquí?
–Pues nada –me responde–. Salí a tomar el fresco.
–¿El fresco? ¡Pero si estamos en invierno y hace un frío que pela!
–Es que yo soy un cuento polar.
De entrada, creí que me estaba tomando el pelo. Pero lo miré bien y me di cuenta de que era blanco, lanudo y gordo. Cierta cara de oso tenía.

–¿Y no deberías dormir durante el invierno?
–Sí, eso debería hacer; como los osos… polares, pardos o pandas. Pero es que no solo soy un cuento polar. También soy un cuento desvelado; insomne, vaya… Y para dormir, necesito que me cuenten un cuento.
–¿Un cuento de invierno?
–De preferencia. Pero también puede ser de otoño, o primaveral. Incluso me va un cuento de verano. Con tal de que sea bueno…
Lo sentí como un desafío. Yo soy escritor y eso de los cuentos es lo mío. Así que me puse a contarle el mejor que me sé.
El cuento polar se durmió enseguida… Pero entonces apareció un policía y me dijo:
–Oiga zeñor (así lo pronunció: “zeñor”), en la vía pública no ze pueden abandonar ocjetoz (así dijo: “ocjetoz”).
–¿Qué objeto? –pregunté yo, despistado.

Eze –así dijo mi policía, que era zeloso y zezeante.
Dormido como estaba, el cuento polar parecía un objeto voluminoso. Blanco y lanudo, pero objeto al fin.
Le expliqué al policía que aquello que tan poco objetivamente él juzgaba, era un cuento dormido.
–Así que tratando de burlarze de la autoridad, ¿no? –rezongó–. Ziudadano, uztéz agrava zu cazo.

Le juré hablaba en serio. El murmuró: “Loco y todo, no tiene derecho a abandonar ocjetoz en la vía pública”. Y sacó una cinta métrica con la que se puso a medir lo que para él era un objeto abandonado.
–¿Qué hace? –le pregunté.
–Calcular el importe de zu multa. Y por lo que veo le van a salir unos cinco mil pesos.

–¡Cinco mil pesos! ¡Con la cantidad que cuentos que tengo yo que escribir para llegar a eso!
Desesperado, le expliqué lo ocurrido antes de su llegada. No pareció prestarme atención hasta que dije que ahora él también formaba parte de un cuento.
–¡Pamplinaz! –respondió–. Loz policíaz nunca zalimoz en loz cuentoz. En loz cuentoz zalen loboz, abuelaz, caperuzitaz, leñadorez, prínzipez y brujaz. A vezes apareze también un zapo, que ez el mizmo prínzipe encantado por la bruja… Pero de polizíaz, ¡nada!
–¡Precisamente! –grité enseguida–. Usted será el primer policía de cuento. Un policía amable, comprensivo, tolerante…
Entonzes nadie ze dará cuenta de que habla de mí. Zi uzté ez ezcritor como dize, debería zaber que tiene que dezcribir a sus personajez con realizmo.
El policía hablaba como un crítico literario; en plan complicado y aburrido. Y los cuentos polares, como ya dije, solo duermen cuando escuchan una buena historia. Así que mi cuento se despertó, y como era gordo, lanudo y blanco, y tenía apetito de oso, nos comió al policía y a mí…
¡Y este cuento se acabó!

Joel Franz Rosell


viernes, 20 de julio de 2018

Algunas de mis actividades literarias en Cuba, 2018

Fui escogido para escribir y presentar el mensaje por el Día Internacional del libro infantil
en el jardín ecológico del Liceo Artístico y Literario de La Habana
2 de abril
Taller literario en len francés, en la escuela francesa "Alejo Carpentier" de La Habana
3 de abril


En el taller de ecología y literatura de Soleida Ríos en los jardines
del castillo de la fuerza
5 de abril

Taller de cuento e ilustración en la Alianza Francesa de La Habana
7 de abril

presento mi libro "Aventuras de Sheila Jólmez, por el docto Juancho"
en la emisora CMHW de Santa Clara
10 de abril

Inauguro el proyecto de promoción literario de la
secundaria básica José Martí
Santa Clara
13 de marzo 

Con el escritor cubano Eudris Planche y el promotor colombiano Diego Lebro
durante el Encuentro nacional de literatura infantil y juvenil
Sociedad Cultural José Martí, 12 de febrero
Con mi libro "Aventuras de Sheila Jólmez, por el docto Juancho"
Ediciones Capiro. Santa Clara, 2018
el día de su salida de la imprenta, y frente al teatro La Caridad
que es uno de los escenarios de este libro de cuentos policíacos para todos los públicos
ambientado en la Santa Clara actual

lunes, 24 de abril de 2017

Un mar de cuentos para Bolivia


Hace tres años que se publicó este libro magnífico, pero solo ahora, a mi regreso de Cuba, he traído el ejemplar que me regalaron por ser uno de los autores reunidos en él.

“Te regalo el mar” es un proyecto de la Academia Boliviana de Literatura Infantil y Juvenil que, coordinado por Liliana de la Quintana y el escritor cubano Luis Cabrera Delgado como compilador se propuso ofrecer, en forma de libro, ese mar del que carece Bolivia desde la desgraciada Guerra del Pacífico que opuso a Bolivia, Perú y Chile y que terminó con la amputación de la parte de su territorio que llegaba al océano Pacífico.

Más de 90 autores e ilustradores de 20 países de América están presentes con sus textos (narrativa, poesía y otros) y dibujos que recrean, en diversos estilos, enfoques y tonos, esa maravilla de la naturaleza que es el mar y que los niños bolivianos solo pueden conocer –a diferencia de sus tátara-tatarabuelos- viajando al extranjero.

Luis Cabrera Delgado presenta el libro
en la librería Fayad Jamís de La Habana


La literatura, como dice Luis Cabrera Delgado en su prólogo, no puede corregir las injusticias
de la Historia
Pero puede poner un bálsamo en las almas de sus lectores
Como el mar..



ESTE CUENTO ES MI CONTRIBUCION AL LIBRO

Originalmente publicado en el periódico Sierra Maestra de Santiago de Cuba (a principios de los años 1980), lo retomé en el libro Sopa de sol y otros juegos de la imaginación (Tinta Fresca. Buenos Aires, 2011)


Está dedicado a la que fuera mi esposa, Josefa Hernández Azaret
quien fuera por entonces víctima de los desmanes de una envidiosa propotente.








Luis Cabrera y dos de los autores cubanos incluidos en la selección: Alberto Peraza y yo mismo






lunes, 7 de noviembre de 2016

LA REINA DE LOS GATOS

LA REINA DE LOS GATOS
Capítulo de una novela en curso
publicado en 

Un libro con muchos gatos (y bastantes maullidos)
Selección y notas de Enrique Pérez Díaz. Ilustraciones: Alein Somonte
Ediciones Unión. La Habana, 2008



Odalys estaba sola en el cuarto, jugando con sus muñecas. Justo en el momento en que se encendió el alumbrado público, Juan Pirindingo abrió un ojo y luego el otro. Se estiró, lanzó un largo "miau" perezozo y comenzó a acicalarse, lamiéndose minuciosamente y "peinándose" con las patas delanteras.
Cuando consideró que estaba presentable, vino a sentarse frente a Odalys y le dijo:
-Invítame a café.
No era la primera vez que Odalys entendía lo que decía el gato de la casa, pero sí era la primera vez que éste le dirigía la palabra. Sin embargo, lo que de veras la sorprendió fue que a los gatos les gustara el café.
-No es cuestión de gusto -explicó él-. Lo que importa es que nos inviten... Pero tiene que ser café de verdad; no como el que le brindabas hace un ratico a tu muñeca.
Odalys corrió a la cocina. Aprovechó que su mamá estaba bañando a Viviancita y que la abuela había salido a pedirle un poco de aceite a una vecina y vino corriendo con el termo del café.
Echó un poco en la cacharrita del gato y corrió de regreso con el termo a la cocina.
Sin embargo, cuando volvió a entrar en el cuarto, notó que Juan Pirindingo no se había acercado al café y que la miraba con profundo reproche.
-¿Así es como tú atiendes a las visitas...?

Odalys comprendió. Sacó su juego de tacitas plásticas y lo dispuso elegantemente encima del banquito de Vivian, que había previamente cubierto con un tapete. Echó el café en la cafetera de plástico, azúcar en la azucarera y hasta puso unos bizcochos en la fuentecita.
Entonces se sentaron los dos, con la "mesa" de por medio.
-Te quedó buenísimo -dijo el gato, imitando la voz del tío de Odalys, que era camionero y pasaba todas las semanas a visitar a la familia. Juan Pirindingo hasta trató de soplar el café como hacía el tío, pero los gatos no saben soplar.
Odalys hizo como si no se hubiera dado cuenta y respondió lo habitual en esos casos:
-Es que está acabadito de colar.
Ninguno de los dos había probado el líquido marrón y amargo, pero jugaban de lo más bien. Juan Pirindingo estaba encantado de verse al fin invitado a tomar el café y Odalys estaba disfrutando de lo lindo hallarse así sentada frente a un gato de verdad, que cogía la taza con una de sus patas delanteras y el platico con la otra, y que le sonreía de manera tan distinguida antes de pedir:
-¿Me le pones un poquitico más de azúcar?
-¡Con mucho gusto!
Ahora se parecían a las jubiladas, tan finas, amigas de la abuela.
Cuando se cansaron de aquel juego, volvieron a echar el café en la cafetera de plástico y se comieron los bizcochos.
Entonces Juan Pirindingo dijo:    
-Me gustaría convidarte a algo bueno. ¿Qué te parece un paseo por los tejados?
Odalys y su familia vivían en una casa moderna, de dos pisos y techo de placa. Pero estaba situada en un barrio antiguo, donde la mayoría de las casas tenían tejados altos e inclinados. Vistos desde la ventana del cuarto, los tejados vecinos se extendían como colinas rojas.
-¿Crees que puedo? -dudó Odalys.
-¿Te da miedo?
Los verdes ojos de Odalys echaron chispas.
-¡Yo no le tengo miedo a nada!... Pero… las tejas se pueden romper bajo mi peso....
-Serás leve como una pluma -afirmó Juan Pirindingo y dio un sorpresivo salto por encima de Odalys.
La niña se dio cuenta de que algo extraordinario ocurría…
El salto del gato había sido poderoso, pero extrañamente lento. Al pasar sobre su cabeza, la cola del animal le había rozado la nuca y un delicioso escalofrío la había recorrió hasta las plantas de los pies. Al instante se sintió ligera, tan ligera, que le costaba mantenerse apoyada en el suelo.
Juan Pirindingo había terminado su salto en el alféizar de la ventana y desde allí rebotó hasta el tejado vecino. Odalys saltó ella también. Atravesó la elegantemente la ventana y se posó en las viejas tejas con la suavidad de una gata de algodón.
-¡Miaaau! -dijo admirada.
-Miau -aprobó Juan Pirindingo-. Bienvenida al reino de los gatos.
Odalys sintió de repente que sus brazos eran tan largos como sus piernas y que arrastraba una cola larga y sedosa. Cuando miró hacia atrás no vio nada sobresalir de su viejo pitusa, pero de todas maneras "sentía" que tenía cola y también bigotes.
Cuando Juan Pirindingo echó a andar por el borde del tejado, Odalys lo siguió, usando ella también sus cuatro "patas". Al llegar a la esquina, bajaron al callejón y lo cruzaron rápidamente. Con una habilidad que nunca hubiera creído poseer, la niña escaló tras su gato una tapia altísima y, agarrándose con las uñas al tronco de un cocotero, lo siguió hasta el tejado medio hundido del antiguo convento.
Allí, a la sombra del viejo campanario, Juan Pirindingo se sentó a acicalarse. Odalys estuvo a punto de hacer como él, pero con la lengua no podía meterse nuevamente la blusa bajo el cinto, y quitarse con la lengua la suciedad adherida al pitusa le daba asco. Así que se sacudió con las manos, como hacía siempre, y preguntó:
-¿Y ahora qué hacemos?
-Esperar a los otros. Esta noche voy a presentarte a los personajes más importantes de la comunidad gatuna -explicó Juan Pirindingo-. Tienes que prestar mucha atención y no confundirte, porque los gatos son muy susceptibles...
Juan Pirindingo había dicho "son", como si él no fuera gato, o como si no fuera también susceptible. Odalys contuvo las ganas de reírse y declaró:
-Soy toda oídos.
-El jefe de la comunidad es el Viejo Eliot. En realidad no es el gato más viejo, pero sí el más sabio. Es un gato barcino, de barbas blancas...
Odalys estuvo a punto de decir "En esta oscuridad, todos los gatos son pardos", pero comprendió instintivamente que todas aquellas expresiones “humanas” a propósito de los gatos resultaban inconvenientes. Por otra parte, se percató de repente que distinguía perfectamente cada una de las tejas que le quedaban al ruinoso convento, los ventanucos más altos del campanario y las hojitas de la verdolaga que invadía el patio, allá abajo. Forzando un poco la vista, consiguió reparar en unas telas de araña de las que pendían gotas de rocío y una que otra mosca tan bien empaquetada en el hilo finísimo como el pollo y el picadillo que su abuela guardaba, en bolsas de nailon, en el congelador.
-El gato más viejo es Matusalén –seguía diciendo Juan Pirindingo-, pero está tan chocho que raramente viene a nuestras reuniones. Por si acaso, ten en cuenta que a él no lo puedes saludar como a los demás con un "miau" de mucha 'eme' y muy poca 'u', sino con un "miau" de 'i' bien sonada: está un poco sordo.
Odalys movió afirmativamente la cabeza.



-La tercera persona en importancia es Madame Micifuz, la gata de Angora. La reconocerás enseguida porque es la gata más bella y más elegante que se pueda imaginar.
Odalys sintió un extraño fogaje. Bien que le habría gustado oír a su gato hablar de ella con la misma admiración. Pero no dijo nada y se dispuso a fijarse atentamente a tan notable animal.
-Madame Micifuz fue la señora del Viejo Eliot, pero lo dejó por Sahib Semíramis de Siam, otro gato noble. Es el único gato siamés que hay en el pueblo, así que no hay confusión posible.
Odalys solo había visto gatos siameses y de angora en los libros o en la televisión. Sentía tanta curiosa que Juan Pirindingo se dio cuenta y aclaró:
-Tendrás que ser paciente porque ellos serán los últimos en llegar. Las personas importantes siempre se hacen esperar.
-¡Las personas que se creen importantes! -rectificó una voz a sus espaldas.
Odalys y Juan Pirindingo se volvieron y descubrieron en la punta del canalón a un gato negro y flaco que tenía un ojo verde y el otro amarillo.
-¡Miau! -dijeron la niña y su gato.
-¡Miaom! -rezongó el recién llegado.
-Te presento a Rasputín -dijo Juan Pirindingo-, el gato anarquista.
-Yo no soy anarquista -bufó Rasputín-. No pertenezco a ningún grupo, no tengo ni dios ni amo, no creo en nada ni en nadie: soy un librepensador...

-Y, por supuesto, es un gato callejero -añadió Juan Pirindingo sin hacer mucho caso a las bravatas del otro-. Es el único entre nosotros que nunca vivió con humanos, y no porque nadie lo quisiera, sino por decisión propia.
-¡Bueno, bueno! -cortó Rasputín-. ¿A qué viene tanto hablar de mí? ¿Qué pretenden, convertirme en un héroe? ¡Tampoco van a conseguir amaestrarme por esa vía!... Te has acostumbrado demasiado a los seres humanos, Juan Pi: das mucha cháchara.

-¡Pero si eres tú quien no deja hablar a nadie! -se burló un nuevo recién llegado.
Más que gato parecía uno de esos animales con que se hacen los mantos de los reyes: tenía el pelo plateado y las pupilas color piscina. De un salto se pegó a Odalys y se frotó elegantemente contra ella, mientras la miraba intensamente a los ojos.
-Don Casanova -presentó Juan Pirindingo con cierta aspereza-: el gato seductor.
-Seductora es nuestra princesa -comentó Don Casanova, con voz melosa.
-¡Oigan eso! -mascuyó Rasputín-. No les basta con tener un jefe y quieren también una reina.
-Es la tradición -declaró una gata preñada que avanzaba prudentemente por una rama del jagüey que dominaba el patio del antiguo convento.
-Lo de reina es apenas un título -opinó otra gata, jovencita, que trepaba ágilmente por el canalón.

-¡Pues la concesión del título debemos votarla! -gruñó alguien.
-Antes habrá que examinar a la candidata -recordó un nuevo gato.
- Para eso nos han convocado ¿no? -dijo un tercero.
Gatos y gatas, de todos los tamaños, razas y colores, aprecían ahora por todas partes, lanzando "miaus" de saludo. En un momento, Odalys se vio en medio de un buen centenar de gatos. Nunca había visto tantos felinos juntos y sus ojos fosforescentes daban una impresión bastante inquietante.
 
Sin embargo, lo que más la preocupaba era aquello de la reina y la votación... Así que, olvidándose de los gatos que seguían llegando y saludando, le cuchicheó a Juan Pirindingo:
-¿Estás seguro de que has escogido un buen momento para traerme? Si tienen que elegir a alguien tan importante, ¿mi presencia no será inoportuna?
Juan Pirindingo movió con impaciencia la cola.
-No se puede negar que, pese a todas tus cualidades, eres un ser humano  ‑suspiró-. ¡Siempre tiene uno que estarles diciendo las cosas más evidentes!
Odalys tragó en seco.
-¿Quieres decir que... que yo...
-¡Pero si está más claro que el agua! -se exasperó Juan Pirindingo-. ¡Queremos que tú seas nuestra nueva reina: la Reina de los Gatos!


(CONTINUARÁ)

mi primera máquina (1975-1979)

mi primera máquina (1975-1979)
biblioteca martí, santa clara, cuba, 1993
Comencé a escribir a mano, claro. Primero con lápiz (usaba los de dibujo, de mina muy dura, para no tener que estar sacando punta continuamente; así comencé a gastarme la vista y a los 15 años ya usaba gafas -"espejuelos" decimos en Cuba- de aumento). Luego pasé a los por entonces escasos bolígrafos. Cuando a mediados de los años 1970 quise comenzar a compartir mis escritos con los colegas de taller de escritura o presentarlos a premios literarios, comencé por acudir a alguna colega o amiga mecanógrafa. Una bibliotecaria de Sala Juvenil de la Biblioteca Provincial de Santa Clara tecleó mi primera novela (que ilustré... a mano, claro) y mandé al Premio UNEAC 1977. Pero mis obras eran largas y ella tenía mucho trabajo. Así comencé a teclear yo mismo en la Underwood de la foto: una máquina prehistórica, pero muy bien cuidada y de tipos redondos.
Fue al año siguiente que un amigo mexicano que partía de vacaciones, me dejó su moderna máquina portátil. En ella aprendí a teclear según las reglas del arte y mecanografié mi segunda novela, por primera vez de la primera a la última letra.
De mis máquinas posteriores no guardé ni el recuerdo de una foto, y tampoco de la máquina electrónica que utilicé durante mi estancia en Brasil '1989-1991) ni de mi primer ordenador, un Compaq portable que me acompañó 8 años. Pero esta ya es otra historia, porque en él comencé a escribir directamente sobre un teclado; abandonando para siempre la versión manuscrita previa y el enojoso mecanografiado ulterior
Lo dicho; esa es otra historia.

traducido a persa, hindi, coreano, tamul, catalán y tantos otros

traducido a persa, hindi, coreano, tamul, catalán y tantos otros
Olinda, la bella durmiente fue mi primer artículo publicado en el Correo de la UNESCO, me procuró traducciones a decenas de lenguas... en las que a veces ni siquiera supe separar mi nombre del título del artículo

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