Los cuentos del mago y el mago del cuento es el libro donde Joel Franz Rosell aprendió a escribir... Un espacio para explicar y compartir mis cuentos y los libros que los recogen. Entre otras cosas.
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el mago del cuento... soy yo
sábado, 18 de junio de 2016
jueves, 12 de noviembre de 2015
Al principio fue el verbo... en portugués
Esta es la primera versión de uno de los textos más importantes de Los cuentos del mago y el mago del cuento.
"Sueños" es un cuento que inventé, en portuñol, para que luego sería mi esposa, una francesa venida de Brasil al Festival de Cine La Habana en 1988. Entonces yo todavía no hablaba francés, pero acababa de concluir mis estudios de portugués y en esta lengua nos hablamos.
Escrito en una simple hoja de papel, le regalé el texto improvisado la noche antes, la mañana de su retorno a Río de Janeiro.
Fue solo algunas semanas después que me di cuenta de que aquel era un cuento publicable y le pedí me mandara una copia por fax y lo reescribí en castellano. Por todo esto no es entonces tan raro que el texto apareciera en portugués cinco años antes que en castellano (como parte del libro Los cuentos del mago y el mago del cuento (Ediciones de la Torre. Madrid, 1995 ).
Lo singular es que fuera este el texto escogido por Laura Sandroni, a poco más de un año de mi llegada a Brasil, para la revista Ciencia Hoje das Crianças (Ciencia Hoy para niños). Laura trabajaba entonces en su excelente traducción de mi libro Era uma vez un jovem mago que aparecería, también con ilustraciones de Rui de Olivera, en la colección Veredas de la Editora Moderna (Sao Paulo) un año después (julio de 1991, cuando ya me aprestaba yo a instalarme en Dinamarca.
Era uma vez un jovem mago fue mi tercer libro y el primero de los muchos que finalmente he publicado en una lengua extranjera antes que en castellano. En efecto, la versión definitiva (ampliada, reorganizada y corregida) aparecería solo cuatro años después, con el título de Los cuentos del mago y el mago del cuento, cuando ya yo residía en Francia, tras tres años en Dinamarca.
¿Complicada historia, verdad?
tapa del número de Ciência Hoje das Crianças con mi primer texto en portugués (Brasil) |
miércoles, 19 de agosto de 2015
un cuento para refrescar el verano
dibujo de Thomas Simplet (en 1992 tenía unos 7 años) que me inspiró para la escritura de ese cuento |
EL PAJARO EN EL CAMINO
(improvisación al teclado)*
El pájaro viene, o acaso va, por un camino negro de
piedras verdes.
El pájaro tiene dos picos: uno delante y el otro detrás;
por eso difícilmente se sabe si viene o si va. Solamente quien conoce muy bien
su camino puede saber a qué atenerse respecto a tan extraordinaria criatura. El
pájaro de dos picos devora el camino por el que avanza y con el pico que tiene
detrás crea, como un canto singular, un nuevo camino. Lo dicho, quien conoce
bien su camino no tiene problemas con este pájaro imprevisto, pero también se
priva de insospechables aventuras. Andar por un camino que de repente se
transforma en música tiene sus ventajas; sobre todo si se trata de un camino
polvoriento.
Paseaba
yo por el campo en un excepcional día de verano. Una triple nube: anaranjada,
azul y violeta cubría una parte del cielo claro. La hierba olía bien, hacía
calor y cantaban las cigarras.
De
repente apareció frente a mí el pájaro de dos picos. Me miró con su ojito
negro, brillante como el agua de un pozo profundo, y de un picotazo se comió un
tramo de camino de por lo menos vara y media. El pájaro parecía simpático y no
creo que abrigara la menor perjudicarme, pero su apetito era visiblemente inaplazable.
Di pues un prudente salto al costado y desde la cuneta lo vi avanzar con el
pico abierto, devorando tranquilamente el camino.
Entonces
comprendí que mi situación era mucho más extraña de lo hubiera podido imaginar.
El pájaro hacía desaparecer el camino por donde yo había llegado, pero con el
pico de atrás creaba un nuevo camino. De manera que no solamente yo no podía
llegar al lugar que había previsto, sino que tampoco podía regresar a mi casa,
ni alcanzar sitio conocido alguno.
En
otras circunstancias me habría alarmado, pero no en las que enmarcaban los
hechos que relato. La guerra de Yugoslavia se había extendido a mi calle,
llamada calle Y, y mi casa había sido destruida por varias bombas de
fabricación casera (una segunda coincidencia nunca es casual).
El
camino que el pájaro iba cantando delante de mí no tenía nada de inhóspito. En
vez de estar constituido de tierra, adoquines o asfalto, lo formaba una
sustancia negra, muy densa y firme, pero suave como caucho, sobre la cual
reposaban redondeles de hierba verde y jugosa. Me incliné para examinar uno de
ellos y noté con asombro que estaba constituido por infinitos rascacielos en
miniatura. Maravillado por este descubrimiento, recogí la "piedra"
(es a lo que más se parecía: a una piedra de camino), pero al acercarla a mi ojos
advertí que lejos de semejar edificios, los filamentos verdes eran otros tantos
cilindros que se hundían hacia el centro de la piedra. Estuve a punto de ser tragado
por la “piedra” pues los filamentos tenían la peculiaridad de dilatarse hasta
superar la talla de quien tuviera la mala idea de rozarlos con el dedo.
Volví
a colocar el extraño objeto en su lugar... Es decir, al lado de donde había
estado antes, pues al yo levantarlo, la masa negra e inerte que formaba el camino se había encabritado como un gel en furiosa
ebullición, dando origen a una nueva cosa verde. De ésta saltaron diminutos
fuegos de artificios al volver su compañera al suelo. Estoy persuadido de que,
derrotada mi curiosidad, los cilindros verdes habían vuelto a ser diminutos
rascacielos, evidentemente habitados (nunca sabremos por quién).
Decidí
continuar adelante.
El
pájaro de dos picos había desaparecido.
Supongo que había saciado su apetito, porque al cabo de unos minutos de marcha
me encontré en el camino original. Al parecer, la criatura había levantado el
vuelo, pero antes había hecho su caca: dos enormes esferas anaranjadas, con una
piel semejante a la de las piñas, pero delicada como trinos de canario. Del
interior de una de las esferas salía una música bella e intensa. Se la veía
claramente, alzándose en la brisa y provocando en el paisaje una turbulencia semejante
a las que provoca el aire recalentado sobre las autopistas del verano.
La
música era evidentemente orquestal. Las notas eran muchas, pero el pentagrama
no arañaba las hojas de los árboles al atravesarlas. De vez en cuando se veía
el destello ultravioleta de un do
sostenido o caía al suelo la cáscara rota y tibia de un re mayor. La melodía era húmeda. De
hecho, no recuerdo tal impresión de agua desde que escuché el Vals bajo las olas en el submarino amarillo
del profesor Tornasol.
Tras
la larga sequía de aquel año, un concierto así de mojado resultaba más que
oportuno. Pero yo recién salía de un pertinaz resfriado y preferí acercarme a
la otra "piña".
Inmediatamente
sentí la corriente de antipatía que circulaba entre las dos. Siempre me preguntaré
cómo, un mismo pico trasero de pájaro devorador de caminos, pudo engendrar cosas
tan diferentes. La respuesta del enigma está, sin duda, dentro de las “piñas”;
pero ¿quién se atreverá a realizarles la autopsia? No existe bisturí bastante
delicado para cortar pieles tan aterciopeladas, y por otra parte, los cirujanos
forenses son famosos por su pésimo oído musical y nunca podrían leer entre los
arpegios que (hasta ahí hemos llegado a saber) rellenan las "piñas".
La
segunda deposición del pájaro de dos picos era decididamente antiestética.
Es
una actitud que conozco muy bien, pues durante nueve años trabajé en un organismo
dedicado a difundir la misma postura entre la población. En realidad yo no
hacía nada en aquella institución. Me habían nombrado allí justamente para
castigar mi desvergonzada parcialidad respecto a la cultura. Reconozco que en
cuanto veo las huellas del paso de una cultura (de la especie que sea) corro a
besar el contorno interior, hacia el talón, allí donde se le insinúa el azul de
la ‘u’.
Deduzco
que mi comportamiento reprobable y vicioso me lo contagió una tía‑abuela muy
aficionada a las novelas radiales, pero igual podría ser consecuencia de las
repetidas insolaciones que sufrí durante mi primera adolescencia. Creía yo que
el tono purpúreo de mi piel me protegía del sol amontillado de mi país natal, y
cuando descubrí mi error ya era demasiado tarde.
El
caso es que me acerqué a la segunda "piña", que irradiaba un agradable
fresquito. La sutil frescura disimulaba perfectamente el olor a azufre y no tuve
tiempo de lanzarme a la cuneta antes de la explosión; una explosión de celos que
me hizo volar por los aires.
Pasado
un plazo razonable, me di cuenta de que no descendía.
Ante
la imposibilidad de prolongar este relato indefinidamente, no me queda otro
remedio que acudir a un final abierto...
Aunque
también pudiera acudir a una cita salvadora:
"La clave del camino,
más que en sus bifurcaciones,
su sospechoso comienzo
o su dudoso final,
está en el cáustico humor
de su doble sentido.
Siempre se llega,
pero a otra parte".
Roberto Juarroz
* Este es el primer texto que escribí directamente en computadora (ordenador). Fue a finales de 1992, cuando comencé a utilizar la Compaq que mi esposa había traído de Francia a nuestro hogar en Copenhague. Era, por supuesto, una máquina de pantalla negra y legras grises (con opción de invertir los colores) con sistema DOS. Hasta entonces yo escribía a mano y luego "pasaba a máquina (de escribir, naturalmente)". Al descubrir la rapidez de la escritura en computadora, comparable a la rapidez del pensamiento, mi escritura se liberó y completó la evolución que venía experimentando desde 1986. A partir de este texto, prácticamente toda mi obra (29 libros publicados y no pocos inéditos, así como no menos de un centenar de artículos) los he escrito directamente en computadora (ordenador, como decimos en Francia y en España)... aunque sigo teniendo decenas de cuadernos de apuntes.
viernes, 7 de agosto de 2015
Don Agapito el apenado
edición agotada |
Don Agapito el apenado
no consiguió tantos lectores como su primera editorial, la excelente Kalandraka, esperaba y ha sido sacado de catálogo al cabo de solo seis años en busca de sus lectores.
La vida de una obra literaria y la vida de sus ediciones se rigen por criterios diferentes. En el primer caso, la cuestión es estética, en el segundo, comercial, de estructuras, formatos, demanda, definición del "target"...
Don Agapito el apenado es uno de mis cuentos preferidos, pero sufre del
hecho de que doy a mi obra formas propias de la literatura infantil y, en
consecuencia, la publico en ediciones para niños... incluso cuando tiene un
tema que no resulta tan evidentemente infantil.
Aquí se trata de la historia de un jubilado
que se mete a “canguro”, a babysitter o, más exactamente, a “painsitter”
(cuidador de penas ajenas). Para decirlo con la claridad que pedía Thoreau (él reclamaba
sencillez en la vida y no simpleza en la expresión, porque la simplificación de
lo complejo, nos explica hoy Edgar Morin, no hace más que complicarnos la
vida): Don Agapito dedica sus muchos momentos libres, de jubilado, a alimentar
con sus pensamientos y cariño los problemas de vecinos y conciudadanos que
están demasiado ocupados por esas cosas secundarias que nos llenan el día-a-día
y que nos dejan a todos sin tiempo para lo esencial.
Don Agapito el apenado no es un relato abstracto y engorroso, es una historia llena
de imágenes (literarias, aunque también tenga las dibujadas, tan
inteligentemente, por Federico Fernández) y no carente de humor, donde las
penas aparecen como animalejos infelices que solo logran un poco de paz cuando
el protagonista los alimenta con pensamientos selectos. Él ha encerrado esas
penas, abandonadas por sus propietarios, en la decena de jaulas que había
comprado para coleccionar pájaros: “…una para periquitos y otra para un
papagayo, una para chorlitos y otra para guacamayos, una para dos mirlos, otra
para canarios (…) Pero el día que fue a comprar los pájaros tropezó con una
manifestación ecologista y se le quitó la idea de encerrar animalitos”.
Esto lo digo en la segunda página del cuento, y a
continuación refiero cómo Don Aga empezó a ocuparse de las penas,
preocupaciones, problemas, culpas y hasta prejuicios de sus vecinos: “El
problema más visible del señor Réquete Ocupado era que había decidido cerrar
una de sus fábricas de helados en la Antártida, lo que dejaría sin trabajo a
cuatrocientos pingüinos. Para alguien tan ocupado como él, ésa era una pena
pequeña, pero amarilla y lanuda, muy incómoda de llevar, y por eso se la soltó
a don Agapito al pasar” (p. 21).
Pronto son muchos los que dejan a mi protagonista un
asunto propio para que se lo cuide y… “Una tarde don Agapito se detuvo ante
la pena del señor Réquete Ocupado: la amarilla y lanuda, instalada en la jaula
para canarios. Se puso a pensar en los pingüinos desempleados, que ahora se
pasaban el largo día antártico (dura seis meses) recordando los buenos tiempos:
cuando su imagen recorría el mundo en los coloridos envoltorios de los helados
"Schlup" (así suenan, parece, los lengüetazos que les damos a los
helados). Don Agapito y la pena amarilla sufrían juntos por los pobres
pingüinos que ya no podían pagarse vacaciones en las playas de la Antártida,
tomando el sol a 5 grados bajo cero, sino que debían permanecer en el pueblo, a
40 grados bajo cero, espantándose los copos de nieve que revoloteaban en la
ventisca. “Pero como estaba corto de tiempo, don Agapito se puso también a
pensar en las penas de las jaulas vecinas: la de la chica que no podía engordar
por causa de su trabajo en el bar del centro y la de cierta abuela que adoraba
el chocolate, funesto para su hígado... ¡Y acabó mezclándolo todo! La pena de
los pingüinos se echó a llorar porque, a causa de los helados que aquellos
producían, había ahora chicas que engordaban y abuelas enfermas...(pp. 35-37)”.
Fue
quizás a esas alturas que resonó en mi cabeza una estrofa del soberbio bolero
“La Tarde”, de mi compatriota Sindo Garay:
Las penas que me maltratan,
son tantas que se atropellan
y como de acabarme tratan,
se agolpan unas a otras
y por eso no me matan.
Es
así que don Aga comprende que su verdadera misión en la vida es compartir el difícil arte de ocuparse de las penas, prejuicios, olvidos deliberados, egoísmos o sueños complicados que nos entenebran la vida.
Como en mis demás cuentos y novelas, no he querido trasmitir un mensaje (y mucho menos una lección o -¡sálveme
Dios!- una moraleja) sino contar una historia que me he creído y no solo
creado. Una obra literaria es comparable a un árbol. Nuestro paladar se regala
con sus frutos, nuestro olfato se recrea con sus flores, nuestra vista se
encanta con la belleza y abundancia de su follaje y nuestras manos comprueban
el poderío y refinamiento de su tronco… Pero todo eso , ¿qué sería sin las
raíces que se extienden invisibles e irredentas bajo nuestros pies (y los del
árbol), sosteniendo y alimentando la formidable estructura que impacta nuestros
sentidos?
Sinopsis : La historia de Don Agapito tiene la cualidad del buen humor: se
trata de un texto dinámico, contado con un lenguaje actual y con el que
cualquier lector se puede sentir identificado. Por otra parte, es una obra no
exenta de crítica social, que mueve a la reflexión ante los problemas de los
demás y que llama la atención sobre la necesidad de llevar un ritmo de vida más
reflexivo, aunque el mundo nos envuelva en su vertiginosa espiral. Porque
Agapito va asumiendo, sin darse cuenta, las cavilaciones que preocupan a sus
vecinos; para todas tiene una jaula. Las penas que Don Agapito soporta se
describen con características humanizadas: se alimentan de pensamientos, tienen
necesidades fisiológicas y requieren cuidados constantes, como si de mascotas
se tratase.
http://www.eleconomista.es/evasion/libros/libro/55857/Don-Agapito-el-apenado
"Don Agapito el apenado"
aborda con mucha imaginación y bastante picardía un tema de mucha actualidad:
qué hacer con todas esas cuestiones particularmente importantes para las que
nunca tenemos tiempo: prejuicios, culpas, miedos, abandonos, compromisos y
obligaciones morales. Para despertar nuestras conciencias dormidas, el autor ha
escogido como héroe precisamente a un jubilado, una "persona de la tercera
edad", uno de esos viejos que la sociedad de consumo considera inútiles
porque improductivos desde el punto de vista del mercado. Es Don Agapito quien,
tras renunciar a coleccionar pájaros (primer y no único guiño ecologista del texto)
comienza a ocuparse de las penas ajenas... hasta que comprende que no es así
que puede realmente ayudar a la gente, y decide enseñarlos a tomar conciencia,
todo y cada uno, del abandono en que tienen a sus sentimientos y principios
esenciales.
Todo esto, insisto, lo cuenta el autor con humor, con mucha imaginación y con un ligereza de tono que a veces falta en los libros para niñs y adolescentes que abordan temáticas sociales.
Las ilustraciones de Federico Fernández están a la altura: sensibles, sutiles, imaginativas, innovadoras en la forma. El ha sabido echar una mirada muy inteligente sobre el cuento y enriquecerlo con una representación muy gráfica de algo tan indefinible como esas penas, prejuicios y vergüenzas que los personajes del cuento prefieren ocultar.
Todo esto, insisto, lo cuenta el autor con humor, con mucha imaginación y con un ligereza de tono que a veces falta en los libros para niñs y adolescentes que abordan temáticas sociales.
Las ilustraciones de Federico Fernández están a la altura: sensibles, sutiles, imaginativas, innovadoras en la forma. El ha sabido echar una mirada muy inteligente sobre el cuento y enriquecerlo con una representación muy gráfica de algo tan indefinible como esas penas, prejuicios y vergüenzas que los personajes del cuento prefieren ocultar.
Firmado: “Ele”.
Blog Pizca de Papel, 17 de abril de 2009
Título:
Don Agapito el apenado
Escritor: Joel Franz Rosell
Ilustrador: Federico Fernández
Editorial: Kalandraka
Colección: Tiramillas
Ciudad: Sevilla
Año: 2008
Nº pág.: 46
ISBN: 978-84-963880-50-5
Personajes: Agapito - Jubilados - Ancianos
Este libro trata de: Problemas personales -
Vejez - Solidaridad – Soledad
Género: Cuentos
Tema: Fantasía – Humor
Don Agapito no sabía en qué emplear todo el
tiempo que ahora le sobraba tras haberse jubilado. Su vecino el superocupado le
sugirió que podía hacerse cargo de su pena por tener que cerrar una fábrica de
helados que tenía en el polo, dejando con ello en el paro a un montón de
pingüinos. Y don Agapito así lo hizo, la metió en una de sus jaulas vacías y la
cuidó. Pero a esa pena se sumaron otras muchas que le fueron dejando unos y
otros. Hasta que aquello empezó a írsele de las manos...
El entrañable jubilado de esta historia pasa
de cuidar pájaros a cuidar penas y la situación se va volviendo cada vez más
descabellada y divertida. Bajo el amable enfoque de un sentido del humor
fantástico y metafórico –bien reflejado en las ilustraciones– aparece la
facilidad con que se tiende a delegar los problemas y los conflictos personales
en cuanto se encuentra alguien receptivo. Escuchar los problemas de los demás,
ser compasivo y solidario está muy bien... sin olvidar que cada uno debe
afrontar lo que le corresponde.
Publicado
en sol-e
don agapito el apenado
Ilustraciones:
Federico Fernández
Kalandraka
ediciones.
Pontevedra,
2008.
Album
ilustrado, recomendó a partir de 7 años
Don
Agapito se jubila y como ha renunciado a criar pajaritos, va llenando las
jaulas vacías con penas, preocupaciones, remordimientos… que le van dejando sus
vecinos.
Las penas que Don Agapito
soporta se describen con características humanizadas: se alimentan de
pensamientos, tienen necesidades fisiológicas y requieren cuidados constantes,
como si de mascotas se tratase.
Pero la capacidad de
Agapito para atender semejante responsabilidad es limitada y pronto se le
multiplican los problemas, aunque sean ajenos. La historia nos muestra cuán
útil puede ser un jubilado; ya que es precisamente con su paciencia,
tranquilidad y mesura que Don Agapito rinde a la sociedad su mejor servicio.
La historia tiene la
cualidad del buen humor: se trata de un texto dinámico, contado con un lenguaje
actual y con el que cualquier lector se puede sentir identificado. Por otra
parte, es una obra no exenta de crítica social, que mueve a la reflexión ante
los problemas de los demás y que llama la atención sobre la necesidad de llevar
un ritmo de vida más reflexivo (Servicio de prensa
editorial)
viernes, 17 de julio de 2015
Alicia en el País de las Maravillosas... cifras
En 2015 se cumplen 150 años de la publicación de "Alicia en el País de las Maravillas" ("Alice in Wonderland" mejor pudo traducirse como País de las Preguntas), obra singularísima, quizás la más prestigiosa y famosa de toda la literatura infantil mundial, de Lewis Carroll ("carrol" significa "ronda") un adulto al que le encantaba jugar con niñas y que, en la seria vida "real" se llamaba Charles Lutwig Dogson y era canónigo, lógico y sobre todo matemático.
Las lecturas que se pueden hacer de esta y de las otras sorprendentes obras de Carroll incluyen las más variadas especulaciones acerca de las cifras. El texto que sigue es una de las tantas locuras que se siente uno tentado de proferir tras leerse de un tirón (solo se autorizan algunas pausas para tomar té) Alicia en el País de las Maravillas, A través del espejo, La caza del Snark o cualquier otra obra de Lewis Carroll (evitar, en cambio, las obras de Charles L. Dogson: peligro de ponerse insoportablemente serio).
el sombrero que vuelve loco |
Palabras de presentación de un sombrero
de copa en el Encuentro de literatura infantil "Una merienda de locos", durante la Feria Internacional del Libro de La Habana (Sociedad Cultural José Martí, 14 al 16 de febrero 2011)
Queridos amigos:
Siempre fui un pésimo estudiante de matemáticas. Cuando no la llevé de extraordinario, la llevé de arrastre, e incluso una vez solo aprobé la matemática arrastrada a extraordinario (lo que es muy poco... ordinario), por no hablar de las dos ocasiones en que por culpa de esa materia debí repetir el grado. La enemistad con las matemáticas es cosa corriente entre los escritores para niños y Charles Ludtwige Dogson, que dedicó toda su vida a la enseñanza de esta ciencia e incluso publicó sesudos trabajos sobre ella, lo pagó con una escisión de su personalidad. Su más agradable mitad -conocida con el nombre de Lewis Carroll- debe la gloria a sus deliciosas y deslumbrantes historias para niños.
En vísperas de mi viaje a Cuba, la misma noche en que compré una chistera semejante a la que lleva el famoso Sombrerero de Alicia en el País de las Maravillas, fui poseído por el espíritu euclidiano de Carroll/Dogson y descubrí que un importante secreto matemático: la extraordinaria importancia de los números 1 y 11 en la vida de Lewis/Charles Ludtwige:
Nuestro admirado escritor nació y murió en enero, primer mes del año
Fue el primer varón de una familia que sumó once niños y niñas
En 1851 matricula en el Christ Church College, de la Universidad de Oxford, donde vivirá hasta su muerte. Dos días después, y por tanto en ese mismo 1851 muere su madre.
Fue un 11 de febrero que el entonces estudiante Charles Ludtwidge Dogson escoge el seudónimo literario de Lewis Carroll; carroll por cierto, significa cancioncilla o ronda en inglés, y ya sabemos el amor que nuestro autor tuvo por esas rondas inglesas conocidas como nursery rhymes y caracterizadas por su liberador non sense.
En 1861 se ordena diácono, pero renuncia a ejercer como pastor. Un año después, durante un paseo en bote con Alice Liddel, improvisa el cuento « Alicia en el mundo subterráneo » que servirá de base a Alicia en el País de las Maravillas.
En 1871 Carroll escribe y publica A través del espejo, novela que comienza con una partida de ajedrez que Alicia gana en ¡11 jugadas!
En 1876, 11 años después de la publicación de Alicia en el País de las Maravillas, publica uno de sus libros más famosos y enigmáticos: La caza del snark.
1881 es el último año en que ejerce como profesor de matemáticas.
En 1891 se reconcilia con la familia Liddel y se reencuentra con Alicia, ya casada. Ese año publica varios tratados de matemática (su obra en este terreno, por cierto, lo ocupó mucho más tiempo y cubrió más páginas que la obra literaria que le abrió las puertas de la fama y el reconocimiento universal).
viernes, 26 de junio de 2015
Cuento de una noche de verano
Los dientes del tenedor
coge-sueños de la Abuela.
Había una vez una abuelita que
no podía dormir.
Pero la abuelita de este cuento
no hace como otros de sus colegas peinadores de canas, que se quedaban
despiertos durante la noche. Ella no contaba ovejas, no leía libros aburridos,
no resolvía crucigramas, no se cantaba nanas, no tejía con lana oscura ni
jugaba con la sombra de la luna en la pared.
La abuelita que les cuento
tenía algo muy especial (por eso es la Abuelita de Este Cuento): un tenedor de
“coger sueños que pasan”.
El tenedor tenía un cabo
rocoso, con dos palmeras y una ola, también tenía cuatro dientes: el primero
era un Diente de Ajo, el segundo era un Diente de Leche, el tercero era un
Diente Torcido y el último era un Diente de León.
Con este magnífico tenedor, la
abuela siempre lograba coger un sueñecito.
¿Quién no ha tenido un lindo
sueño del que después no se acuerda? ¿Quién no se ha pasado una noche
apaciblemente dormido sin tener al despertarse ni un solo recuerdo? ¿Quién no
ha soñado lo mismo que un amigo, un familiar o un vecino? Todo esto lo explica
el tenedor de coger sueños de la abuela Almohadina.
El Diente de Ajo generalmente
enganchaba los pesados sueños de quienes se acuestan con la barriga llena. La
abuela se veía arrastrada a sueños en que los esquiaba sobre montañas de
merengue, nadando en piscina de limonada, dueña de la mayor pastelería del
mundo, tocando una flauta de pan o recibiendo con la boca abierta los pasteles
de nata lanzados en aquellas viejas películas de Carlitos Chaplin o El gordo y
el flaco.
Pero después de esos sueños, la
pobre Almohadina se despertaba hambrienta y pasaba el resto de la noche
hurgando en el refrigerador.
El Diente de Leche enganchaba
sueños de bebitos, sueños blancos, sueños de vacas y sueños de mantequilla,
resbalosos y untuosos. Pescar un sueño con el Diente de Leche en una noche de
verano no era una aventura feliz porque con el calor del sueño se cortaba
fácilmente y, al uno despertarse, embarrado de mantequilla, tenía que buscar el
sueño nuevamente.
El Diente de León proporcionaba
sueños muy variados: lo mismo sueños perfumados y coloridos, protagonizados por
flores, zunzunes y mariposas, que sueños africanos, poblados de animales
exóticos, praderas amarillas o selvas impenetrables. Mi abuela sabía que había pescado
un sueño de estos cuando al día siguiente sus nietos se quejaban de sus
ensordecedores ronquidos.
Así que, por extraño que
parezca, la abuela Almohadina prefería capturar sueños con su Diente Torcido.
Con este último diente de su tenedor caza-sueños, la abuela estaba segura de no
estar segura del tipo de sueño que iba a tener, que era como si estuviera
soñando al natural. El Diente Torcido se enganchaba en cualquier cosa y no lo
soltaba fácilmente. A veces capturaba las ovejas que contaba algún vecino
insomne, o un sueño ajeno, solo a medias, por lo que la abuela y el dueño del
sueño podían compartirlo.
Con bastante frecuencia, el
Diente Torcido enganchaba pesadillas, pero este no era el desagradable
incidente que podrás suponer, puesto que las pesadillas no son otra cosa que
sueños torcidos y torcido +
torcido = derecho, por lo que toda
pesadilla capturada por el Diente Torcido se desinflaba con el pinchazo y se convertía
en algo divertido; como las películas de horror cómico…
(escrito probablemente en Brasil,
entre junio de 1989 y agosto de 1991)
viernes, 20 de marzo de 2015
CÓMO CAZAR UN CUENTO SILVESTRE
Voy a serles sincero; hay muchas formas de hacerse con un cuento, pero sólo una es de probada y durable eficacia cuando se trata de auténticos cuentos silvestres: el cazacuentos.
No me iré por las ramas, contándoles cómo se encuentra, alimenta y
adiestra un cazacuentos. Para
empezar, porque es un tema complejo que aburriría soberanamente al auditorio, y
para concluir porque los cazacuentos
son una especie prácticamente extinguida.
Existe un segundo método que permite, con
gran margen de seguridad, la captura de un bello ejemplar de cuento silvestre:
hacer sonar un cascabel recién abierto en el momento justo en que aterriza el
primer rayo de sol dominical.
Pero ¿quién cultiva cascabeles hoy en día?
Las matas de cascabel exigen tantos cuidados, tanta sensibilidad y tanto tiempo
que... si acaso, poetas jubilados dotados de gran longevidad y de demostrada
vocación botánica.
De cualquier manera, un cascabel regalado
-aun cuando conservase su fragancia y resonancia de recién nacido- no funciona
igual.
A los cuentos silvestres hay que seducirlos,
hay que conquistarlos, hay que darles algo muy valioso de uno mismo. Ese algo
tiene que ser, como en el amor, genuino y ardiente, pero siempre diferente;
como nueva tiene que ser la forma de aproximación. Es por eso que, fuera del cazacuentos o el cascabel recién
abierto, los demás métodos de captura de cuentos silvestres sólo puede
utilizarlos una única persona y por una única vez.
Ante circunstancias tan restrictivas, se
preguntarán ustedes, cómo es posible que haya tantos libros de cuentos rodando
por este mundo.
No tendré más remedio que confiarles que hay
gentes, indignas de la denominación de cuentistas y cuenteros, que lejos de
cazar auténticos cuentos silvestres, los cultivan, simple y llanamente;
valiéndose de ingredientes sintéticos, de mejunjes espurios o de olvidadas
recetas de alquimistas empeñados en conseguir la famosa piedra ficcional.
Es obvio que ningún cuento de cultivo puede
igualar en vigor del vuelo y belleza del canto a un verdadero cuento silvestre.
Pero los advenedizos consiguen imitarles el peso del tema, la envergadura de la
trama, el colorido de los personajes o la armonía de la prosa. Así, los falsos
cuentos engañan a padres, a maestros y bibliotecarios, a editores y críticos...
e incluso, a veces, a los niños.
Sin embargo, los peores falsificadores de
cuentos son los que, dejando de lado todo escrúpulo, utilizan trampas para
capturar cuentos. Estos últimos, aparte de malvados, son tontos.
¿Cómo pretender que un cuento silvestre pueda
vivir en cautiverio? ¿Cómo creer que un cuento va a amarles después de haberlo
atrapado no sólo mediante engaño sino con la finalidad de mantenerlo
enjaulado?... Y finalmente, ¿qué se puede hacer con un cuento encerrado, sometido;
un cuento que no puede volar, cantar, perfumar y encantar a todos con sus
transformaciones?
La captura de cuentos silvestres no tiene
nada que ver con la cacería de animales salvajes. Cuando uno doma a un cuento,
no lo despoja de la vida y ni siquiera de su libertad. Cuando uno adopta un
cuento silvestre, lo hace feliz porque le quita su único defecto, su desgracia
natal: lo arranca del anonimato, de la soledad, del silencio en que hasta
entonces había vivido.
Cuando uno se hace con un cuento silvestre es
para compartirlo, para volverlo visible, para darle una forma que todos puedan
ver, una voz que todos puedan escuchar; para marcarle un origen a partir del
cual el cuento -ya no más silvestre y solitario, sino literario y público-
puede comenzar a vivir su propia aventura: una aventura siempre cambiante, una
aventura que es otra con cada lectura, con cada lector.
Joel Franz Rosell
CÓMO CAZAR UN CUENTO SILVESTRE fue originalmente un artículo publicado en la revista española Peonza, en 1996 y posteriormente incluido en La literatura infantil : un oficio de centauros y sirenas. Buenos Aires. Lugar Editorial, 2001.
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mi primera máquina (1975-1979)
Comencé a escribir a mano, claro. Primero con lápiz (usaba los de dibujo, de mina muy dura, para no tener que estar sacando punta continuamente; así comencé a gastarme la vista y a los 15 años ya usaba gafas -"espejuelos" decimos en Cuba- de aumento). Luego pasé a los por entonces escasos bolígrafos. Cuando a mediados de los años 1970 quise comenzar a compartir mis escritos con los colegas de taller de escritura o presentarlos a premios literarios, comencé por acudir a alguna colega o amiga mecanógrafa. Una bibliotecaria de Sala Juvenil de la Biblioteca Provincial de Santa Clara tecleó mi primera novela (que ilustré... a mano, claro) y mandé al Premio UNEAC 1977. Pero mis obras eran largas y ella tenía mucho trabajo. Así comencé a teclear yo mismo en la Underwood de la foto: una máquina prehistórica, pero muy bien cuidada y de tipos redondos.
Fue al año siguiente que un amigo mexicano que partía de vacaciones, me dejó su moderna máquina portátil. En ella aprendí a teclear según las reglas del arte y mecanografié mi segunda novela, por primera vez de la primera a la última letra.
De mis máquinas posteriores no guardé ni el recuerdo de una foto, y tampoco de la máquina electrónica que utilicé durante mi estancia en Brasil '1989-1991) ni de mi primer ordenador, un Compaq portable que me acompañó 8 años. Pero esta ya es otra historia, porque en él comencé a escribir directamente sobre un teclado; abandonando para siempre la versión manuscrita previa y el enojoso mecanografiado ulterior
Lo dicho; esa es otra historia.
Fue al año siguiente que un amigo mexicano que partía de vacaciones, me dejó su moderna máquina portátil. En ella aprendí a teclear según las reglas del arte y mecanografié mi segunda novela, por primera vez de la primera a la última letra.
De mis máquinas posteriores no guardé ni el recuerdo de una foto, y tampoco de la máquina electrónica que utilicé durante mi estancia en Brasil '1989-1991) ni de mi primer ordenador, un Compaq portable que me acompañó 8 años. Pero esta ya es otra historia, porque en él comencé a escribir directamente sobre un teclado; abandonando para siempre la versión manuscrita previa y el enojoso mecanografiado ulterior
Lo dicho; esa es otra historia.
traducido a persa, hindi, coreano, tamul, catalán y tantos otros
Datos personales
- Joel Franz Rosell
- Auteur et illustrateur pour la jeunesse, né à Cuba et naturalisé Français: Auteur de 38 livres