LA REINA DE LOS GATOS
Capítulo de una novela en curso
publicado en
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Un libro con muchos gatos (y bastantes maullidos) Selección y notas de Enrique Pérez Díaz. Ilustraciones: Alein Somonte Ediciones Unión. La Habana, 2008
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Odalys estaba sola en
el cuarto, jugando con sus muñecas. Justo en el momento en que se encendió el
alumbrado público, Juan Pirindingo abrió un ojo y luego el otro. Se estiró,
lanzó un largo "miau" perezozo y comenzó a acicalarse, lamiéndose
minuciosamente y "peinándose" con las patas delanteras.
Cuando consideró que
estaba presentable, vino a sentarse frente a Odalys y le dijo:
-Invítame a café.
No era la primera vez
que Odalys entendía lo que decía el gato de la casa, pero sí era la primera vez
que éste le dirigía la palabra. Sin embargo, lo que de veras la sorprendió fue
que a los gatos les gustara el café.
-No es cuestión de
gusto -explicó él-. Lo que importa es que nos inviten... Pero tiene que ser
café de verdad; no como el que le brindabas hace un ratico a tu muñeca.
Odalys corrió a la
cocina. Aprovechó que su mamá estaba bañando a Viviancita y que la abuela había
salido a pedirle un poco de aceite a una vecina y vino corriendo con el termo
del café.
Echó un poco en la
cacharrita del gato y corrió de regreso con el termo a la cocina.
Sin embargo, cuando
volvió a entrar en el cuarto, notó que Juan Pirindingo no se había acercado al
café y que la miraba con profundo reproche.
-¿Así es como tú
atiendes a las visitas...?
Odalys comprendió. Sacó
su juego de tacitas plásticas y lo dispuso elegantemente encima del banquito de
Vivian, que había previamente cubierto con un tapete. Echó el café en la
cafetera de plástico, azúcar en la azucarera y hasta puso unos bizcochos en la
fuentecita.
Entonces se sentaron
los dos, con la "mesa" de por medio.
-Te quedó buenísimo -dijo
el gato, imitando la voz del tío de Odalys, que era camionero y pasaba todas
las semanas a visitar a la familia. Juan Pirindingo hasta trató de soplar el café
como hacía el tío, pero los gatos no saben soplar.
Odalys hizo como si no
se hubiera dado cuenta y respondió lo habitual en esos casos:
-Es que está acabadito
de colar.
Ninguno de los dos
había probado el líquido marrón y amargo, pero jugaban de lo más bien. Juan
Pirindingo estaba encantado de verse al fin invitado a tomar el café y Odalys
estaba disfrutando de lo lindo hallarse así sentada frente a un gato de verdad,
que cogía la taza con una de sus patas delanteras y el platico con la otra, y
que le sonreía de manera tan distinguida antes de pedir:
-¿Me le pones un
poquitico más de azúcar?
-¡Con mucho gusto!
Ahora se parecían a las
jubiladas, tan finas, amigas de la abuela.
Cuando se cansaron de
aquel juego, volvieron a echar el café en la cafetera de plástico y se comieron
los bizcochos.
Entonces Juan
Pirindingo dijo:
-Me gustaría convidarte
a algo bueno. ¿Qué te parece un paseo por los tejados?
Odalys y su familia
vivían en una casa moderna, de dos pisos y techo de placa. Pero estaba situada
en un barrio antiguo, donde la mayoría de las casas tenían tejados altos e
inclinados. Vistos desde la ventana del cuarto, los tejados vecinos se
extendían como colinas rojas.
-¿Crees que puedo? -dudó
Odalys.
-¿Te da miedo?
Los verdes ojos de
Odalys echaron chispas.
-¡Yo no le tengo miedo
a nada!... Pero… las tejas se pueden romper bajo mi peso....
-Serás leve como una
pluma -afirmó Juan Pirindingo y dio un sorpresivo salto por encima de Odalys.
La niña se dio cuenta
de que algo extraordinario ocurría…
El salto del gato había
sido poderoso, pero extrañamente lento. Al pasar sobre su cabeza, la cola del
animal le había rozado la nuca y un delicioso escalofrío la había recorrió
hasta las plantas de los pies. Al instante se sintió ligera, tan ligera, que le
costaba mantenerse apoyada en el suelo.
Juan Pirindingo había
terminado su salto en el alféizar de la ventana y desde allí rebotó hasta el
tejado vecino. Odalys saltó ella también. Atravesó la elegantemente la ventana
y se posó en las viejas tejas con la suavidad de una gata de algodón.
-¡Miaaau! -dijo
admirada.
-Miau -aprobó Juan
Pirindingo-. Bienvenida al reino de los gatos.
Odalys sintió de
repente que sus brazos eran tan largos como sus piernas y que arrastraba una
cola larga y sedosa. Cuando miró hacia atrás no vio nada sobresalir de su viejo
pitusa, pero de todas maneras "sentía" que tenía cola y también
bigotes.
Cuando Juan Pirindingo
echó a andar por el borde del tejado, Odalys lo siguió, usando ella también sus
cuatro "patas". Al llegar a la esquina, bajaron al callejón y lo
cruzaron rápidamente. Con una habilidad que nunca hubiera creído poseer, la
niña escaló tras su gato una tapia altísima y, agarrándose con las uñas al
tronco de un cocotero, lo siguió hasta el tejado medio hundido del antiguo
convento.
Allí, a la sombra del
viejo campanario, Juan Pirindingo se sentó a acicalarse. Odalys estuvo a punto
de hacer como él, pero con la lengua no podía meterse nuevamente la blusa bajo
el cinto, y quitarse con la lengua la suciedad adherida al pitusa le daba asco.
Así que se sacudió con las manos, como hacía siempre, y preguntó:
-¿Y ahora qué hacemos?
-Esperar a los otros.
Esta noche voy a presentarte a los personajes más importantes de la comunidad
gatuna -explicó Juan Pirindingo-. Tienes que prestar mucha atención y no
confundirte, porque los gatos son muy susceptibles...
Juan Pirindingo había
dicho "son", como si él no fuera gato, o como si no fuera también susceptible.
Odalys contuvo las ganas de reírse y declaró:
-Soy toda oídos.
-El jefe de la
comunidad es el Viejo Eliot. En realidad no es el gato más viejo, pero sí el
más sabio. Es un gato barcino, de barbas blancas...
Odalys estuvo a punto
de decir "En esta oscuridad, todos los gatos son pardos", pero comprendió
instintivamente que todas aquellas expresiones “humanas” a propósito de los
gatos resultaban inconvenientes. Por otra parte, se percató de repente que
distinguía perfectamente cada una de las tejas que le quedaban al ruinoso
convento, los ventanucos más altos del campanario y las hojitas de la verdolaga
que invadía el patio, allá abajo. Forzando un poco la vista, consiguió reparar
en unas telas de araña de las que pendían gotas de rocío y una que otra mosca
tan bien empaquetada en el hilo finísimo como el pollo y el picadillo que su
abuela guardaba, en bolsas de nailon, en el congelador.
-El gato más viejo es
Matusalén –seguía diciendo Juan Pirindingo-, pero está tan chocho que raramente
viene a nuestras reuniones. Por si acaso, ten en cuenta que a él no lo puedes
saludar como a los demás con un "miau" de mucha 'eme' y muy poca 'u',
sino con un "miau" de 'i' bien sonada: está un poco sordo.
Odalys movió
afirmativamente la cabeza.
-La tercera persona en
importancia es Madame Micifuz, la gata de Angora. La reconocerás enseguida
porque es la gata más bella y más elegante que se pueda imaginar.
Odalys sintió un
extraño fogaje. Bien que le habría gustado oír a su gato hablar de ella con la
misma admiración. Pero no dijo nada y se dispuso a fijarse atentamente a tan
notable animal.
-Madame Micifuz fue la
señora del Viejo Eliot, pero lo dejó por Sahib Semíramis de Siam, otro gato
noble. Es el único gato siamés que hay en el pueblo, así que no hay confusión
posible.
Odalys solo había visto
gatos siameses y de angora en los libros o en la televisión. Sentía tanta curiosa
que Juan Pirindingo se dio cuenta y aclaró:
-Tendrás que ser
paciente porque ellos serán los últimos en llegar. Las personas importantes
siempre se hacen esperar.
-¡Las personas que se
creen importantes! -rectificó una voz a sus espaldas.
Odalys y Juan
Pirindingo se volvieron y descubrieron en la punta del canalón a un gato negro
y flaco que tenía un ojo verde y el otro amarillo.
-¡Miau! -dijeron la
niña y su gato.
-¡Miaom! -rezongó el
recién llegado.
-Te presento a Rasputín
-dijo Juan Pirindingo-, el gato anarquista.
-Yo no soy anarquista -bufó
Rasputín-. No pertenezco a ningún grupo, no tengo ni dios ni amo, no creo en
nada ni en nadie: soy un librepensador...
-Y, por supuesto, es un
gato callejero -añadió Juan Pirindingo sin hacer mucho caso a las bravatas del
otro-. Es el único entre nosotros que nunca vivió con humanos, y no porque
nadie lo quisiera, sino por decisión propia.
-¡Bueno, bueno! -cortó
Rasputín-. ¿A qué viene tanto hablar de mí? ¿Qué pretenden, convertirme en un
héroe? ¡Tampoco van a conseguir amaestrarme por esa vía!... Te has acostumbrado
demasiado a los seres humanos, Juan Pi: das mucha cháchara.
-¡Pero si eres tú quien
no deja hablar a nadie! -se burló un nuevo recién llegado.
Más que gato parecía
uno de esos animales con que se hacen los mantos de los reyes: tenía el pelo
plateado y las pupilas color piscina. De un salto se pegó a Odalys y se frotó elegantemente
contra ella, mientras la miraba intensamente a los ojos.
-Don Casanova -presentó
Juan Pirindingo con cierta aspereza-: el gato seductor.
-Seductora es nuestra
princesa -comentó Don Casanova, con voz melosa.
-¡Oigan eso! -mascuyó
Rasputín-. No les basta con tener un jefe y quieren también una reina.
-Es la tradición -declaró
una gata preñada que avanzaba prudentemente por una rama del jagüey que
dominaba el patio del antiguo convento.
-Lo de reina es apenas
un título -opinó otra gata, jovencita, que trepaba ágilmente por el canalón.
-¡Pues la concesión del
título debemos votarla! -gruñó alguien.
-Antes habrá que
examinar a la candidata -recordó un nuevo gato.
- Para eso nos han
convocado ¿no? -dijo un tercero.
Gatos y gatas, de todos
los tamaños, razas y colores, aprecían ahora por todas partes, lanzando
"miaus" de saludo. En un momento, Odalys se vio en medio de un buen
centenar de gatos. Nunca había visto tantos felinos juntos y sus ojos
fosforescentes daban una impresión bastante inquietante.
Sin embargo, lo que más
la preocupaba era aquello de la reina y la votación... Así que, olvidándose de
los gatos que seguían llegando y saludando, le cuchicheó a Juan Pirindingo:
-¿Estás seguro de que
has escogido un buen momento para traerme? Si tienen que elegir a alguien tan
importante, ¿mi presencia no será inoportuna?
Juan Pirindingo movió
con impaciencia la cola.
-No se puede negar que,
pese a todas tus cualidades, eres un ser humano
‑suspiró-. ¡Siempre tiene uno que estarles diciendo las cosas más
evidentes!
Odalys tragó en seco.
-¿Quieres decir que...
que yo...
-¡Pero si está más
claro que el agua! -se exasperó Juan Pirindingo-. ¡Queremos que tú seas nuestra
nueva reina: la Reina de los Gatos!
(CONTINUARÁ)